sábado, mayo 23, 2009

Perdonar y pedir perdón

Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. (Mateo 5:23-24 RV60)

Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale. (Lucas 17:3-4 RV60)

Perdonar verdaderamente, y pedir perdón con sinceridad, son actos que requieren de un crecimiento espiritual muy grande.

Perdonar implica aceptar, tal y como es, por amor de Jesús al ofensor y desechar del corazón todo rastro de sentimiento o emoción evocado por el recuerdo de la ofensa; significa desatarse, desechar el dolor y recuperar la paz interior.

Resentir es mantenerse encadenado por el dolor, no a una persona sino a un hecho que ya pasó, es quedarse atrapado en un instante del tiempo impidiéndonos vivir un presente real y maravilloso.

Lo más grave de esta situación no es la ofensa que nos hicieron, sino el daño que nosotros mismos nos hacemos, malgastando nuestro tiempo de vida, reviviendo el dolor de un pasado que ya no tiene remedio. En pocas palabras es desperdiciar la oportunidad única de vivir a plenitud nuestro presente.

El verdadero perdón procede del amor, hemos sido llamados a perdonar como Dios nos ha perdonado, con el amor que Dios nos ha manifestado.

Perdonar es un acto que da testimonio del amor de Cristo en nuestra vida y requiere de tomar la iniciativa, no hay que esperar para perdonar, ni siquiera un día... Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. (Efesios 4:26-27).

Ahora bien, cuando sabemos que hemos dañado u ofendido, hace falta mucha convicción y aplomo para humillarse y pedir perdón. No se trata sólo de mitigar la culpa y el remordimiento, ni tampoco de satisfacernos a nosotros mismos cumpliendo una formalidad que nos da la apariencia de espirituales y buenos.

Se trata de manifestar el amor de Dios operando en nuestras convicciones, que provoca un verdadero arrepentimiento, un deseo genuino de resarcir por el agravio. Es el amor de Jesucristo que genera en nosotros respeto y amor para quien hemos dañado, porque el Espíritu Santo nos hace ver a esa persona con los ojos de Dios y no con los nuestros.

Ambas acciones, perdonar y pedir perdón son oportunidades que Dios nos concede, mediante las cuales podemos ejercer el privilegio de manifestar a Cristo, desechando toda influencia de nuestro ego. Para que sean acciones genuinas, han de basarse en la convicción que sólo puede venir del Espíritu Santo por una relación íntima personal con el Señor.

No esperemos para perdonar y menos aún para pedir perdón… vale la pena.