sábado, mayo 09, 2009

Vida fructífera

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5:22-23)

Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2Timoteo 1:7)

Una vida productiva y fructífera proviene del trabajo efectivo enfocado en metas y objetivos claros.

Dios tiene objetivos claros para desarrollarnos y está dispuesto a obrar trabajando en nosotros para lograrlos.


El fruto, que sirve como medida visible para hacer una buena autoevaluación del crecimiento espiritual, está perfectamente identificado y se compone de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio.

En la quietud de la intimidad personal, cada uno de nosotros conoce sin dudas qué tanto desarrollo tiene, porque es fácil hacer un examen de los propios frutos: pobres, mediocres o abundantes. Aunque a veces tratamos de engañarnos siendo muy indulgentes con nosotros mismos, tarde o temprano aceptaremos la realidad y sabremos cuanto hemos crecido o decrecido.

La meta de crecimiento que hemos de alcanzar en nuestra estatura espiritual es, ni más ni menos que, la plenitud de Cristo, es decir el pleno gobierno del Espíritu Santo en cada aspecto y acción de nuestra existencia. Así lo dijo Jesús: Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. (Juan 15:5).

Permanecer en Él, en Jesús, implica mucho más que sólo pedirle o hablarle para que nos indique un camino, requiere de una entrega total del control, es ceder el timón para que Él conduzca por la ruta que Él quiere, por veredas, por autopistas o por desiertos, a su propia velocidad, en silencio o hablándonos, de día o de noche, bajo la lluvia o a pleno sol; en pocas palabras, es confiar en Él y sólo en Él para toda acción y decisión, sea grande o pequeña, olvidándonos totalmente de nuestro propio criterio personal.

Es importante no caer en el engaño de pensar en los frutos como si fuesen un logro personal, el fruto verdadero no proviene de ti ni de mí, proviene del Espíritu Santo de Dios y por eso es agradable al Padre.

El objetivo de nuestro crecimiento es glorificar a Dios, es nuestra única razón de existir, es lo que Jesús nos vino a enseñar: En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (Juan 15:8).

El alimento para crecer espiritualmente viene directo de Dios: Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. (Juan 4:34). Sólo cediendo el control de nuestra vida a Su voluntad alcanzaremos la plenitud de Cristo.