sábado, julio 04, 2009

Basta con Su gracia

¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. (Miqueas 7:18-19 RV60)

Si tuviéramos una deuda muy grande, sin tener el dinero para pagar ni siquiera una cuota, estuviéramos atrasados con el pago y repentinamente nuestro acreedor decidiera venir a nosotros y nos diera, como un regalo de su parte, todo el dinero necesario para que le paguemos el saldo total, seguramente reaccionaríamos con asombro, con incredulidad y más de alguno tendría desconfianza y se preguntaría ¿qué hay detrás de este gesto? ¿O pensaríamos que somos tan buenos que ya merecíamos algo así?

Y si además de todo, nuestro acreedor nos invita a su casa, nos pide que aceptemos formar parte de su familia, con todos los derechos y privilegios que tienen sus hijos, haciéndonos herederos junto con ellos de todas sus posesiones… ¿qué pensaríamos?

Nuestra reacción de incredulidad ante la gracia de Dios no difiere mucho, la humanidad como un todo y cada uno de nosotros en lo personal, hemos tenido, desde que el pecado se anidó en nuestro corazón, una deuda de justicia con Dios y aún la vida entera dedicada a realizar buenas obras no alcanzaría para pagarla. Más aún, no sólo no podemos pagarla, sino que en algunos casos huimos de Dios para no tener que enfrentarlo. Pero Dios, por su fidelidad y amor de sí mismo, extiende su misericordia hacia nosotros por medio de la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, haciendo posible para todos nosotros el pago total de la deuda, ¡lo creamos o no!

Por si fuera poco, a Dios no le basta con liberarnos y pagar la totalidad de la deuda, Él quiere que formemos parte de su familia, nos ha dado el derecho de ser sus hijos, nos da la garantía de cumplimiento de sus promesas y nos llama a participar con Él de la gloria y las riquezas de su reino; conociéndonos, nos busca Él mismo, toca a nuestra puerta para que ni siquiera tengamos que buscarlo, pero aún más importante es que sabiendo el valor de la deuda, por su inmenso amor se despojó voluntariamente del derecho de ejercer su poder como Dios, se sometió, en la persona del Señor Jesús, a la voluntad y desprecio del hombre, y sufrió la más grande humillación posible entregando su vida para que recayera en él toda la pena y castigo que nosotros deberíamos haber sufrido.

Cultural y religiosamente, hemos escuchado durante años que salvarnos depende de nuestras buenas acciones, que si nos portamos mal iremos al infierno… y una infinidad de reglas y normas que debemos cumplir para garantizar que somos buenos, espirituales y dignos de gozar la vida eterna y las promesas de Dios. La verdad es que nada de valor existe en nosotros que pueda pagar el sacrificio de Cristo… ¡Sólo Jesús y nadie más que Jesús es suficiente! … ¡Para vivir eternamente, basta con Su gracia!