sábado, noviembre 28, 2009

Construye tu parte del muro…

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 … sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4:15-16)

La edificación de la Iglesia, como cuerpo de Cristo es una responsabilidad de todos, pero la visión y la misión han sido dadas por la Cabeza que es Nuestro Señor Jesucristo.

Todo cristiano tiene una tarea que cumplir en la edificación de la Iglesia para lo cual, Dios en su infinita sabiduría y ejerciendo su soberanía, ha suministrado a cada persona de los dones, habilidades y talentos que le permitirán desempeñar el rol que le corresponde como constructor de esa Iglesia.

De la forma en que Nehemías distribuyó a las familias del pueblo de Israel para reconstruir el muro de Jerusalén, Dios ha preparado las obras que cada uno de nosotros ha de realizar para cumplir su propósito divino.

Dios siempre pone orden donde hay vacío y desorden, de Él es el plan, de Él es la conducción y sólo a Él corresponde la gloria por los resultados. En este proceso es Él quien hace el llamamiento y proporciona los dones con un carácter irrevocable. Las puertas que Él abre para que cada uno de sus hijos cumpla su cometido nadie las puede cerrar y la puerta que Él cierra para impedir errar en el camino, nadie más la puede abrir.

Ahora bien, Dios es amoroso, sumamente práctico y concreto, por lo cual ha proveído de los medios y recursos necesarios para que sus hijos sepamos con claridad sus propósitos y la manera correcta de satisfacerlos recompensándonos con una vida plena que nos sacia completamente. Su Palabra, sus Santo Espíritu y el Sacrificio de Cristo mantienen abierto el camino para que sin excusas podamos presentarnos delante de Él para enterarnos de su voluntad y sus propósitos… como lo dice el salmista:

Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. (Salmos 27:4 RV60).

Dios nos encamina por un medio u otro hacia una congregación específica para tener comunión con otros cristianos y que podamos compartir la tarea de edificación. Dios pone autoridades ante nosotros para ordenar los pasos que hemos de dar, Dios nos da autoridad para ejercer una ministración competente en aquello para lo cual nos ha preparado. Toda autoridad debe ejercerse con responsabilidad para no subvertir su función primaria, por lo cual sólo seremos ministros efectivos si nuestra relación íntima con el Señor es la base primaria para realizar la tarea.

Cuando Nehemías fue enfrentado a quienes se oponían a la edificación del muro, su respuesta a los detractores fue: Y en respuesta les dije: El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén. (Nehemías 2:20 RV60).

Nadie más que tú y yo podemos edificar en nuestra congregación, en nuestro muro; y sólo nosotros podemos hacer la tarea que Dios preparó para que realizáramos… si tú o yo no hacemos lo que nos corresponde, nadie más hará nuestro trabajo, por ello dispongámonos a ministrar conforme a lo que Dios nos ha dado.

sábado, noviembre 14, 2009

El mejor pacto…

Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (Hebreos 7:22-25 RV60)

El sacerdocio levítico instituido por Dios fue superado por un sacerdocio que se origina en la muerte y resurrección de Jesucristo. A partir del momento en que el velo del templo de Jerusalén, se rasgó desde arriba hacia abajo, el lugar santísimo, el sitio reservado para que la presencia de Dios fuese manifiesta al pueblo a través del sumo sacerdote, quedó abierto para que nosotros pudiésemos acceder directa y confiadamente al trono de la gracia de Dios.

Tradicionalmente se piensa en el trabajo sacerdotal como un privilegio y obligación de los clérigos y de personas ordenadas como pastores. Es necesario que tengamos claro que Dios ha escogido un pueblo para sí mismo constituido por los creyentes, tal como lo declara el apóstol Pedro: Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. (1Pe 2:9-10 RV60).

Todos los creyentes hemos sido llamados al sacerdocio, para exaltar a Jesús, anunciar el evangelio comunicando las buenas nuevas de salvación y la reconciliación con nuestro Padre. Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote, quien se ha ofrecido como sacrificio perfecto ante Dios para saldar, de una vez por todas y para siempre, la totalidad de la deuda de justicia generada por nuestros pecados (pasados, presentes y futuros).

El sacerdocio de Jesús es eterno, intercediendo y otorgando salvación perpetua a todos aquellos que por medio de Él nos acercamos a Dios, concretando el nuevo pacto de Dios con su pueblo, mediante el cual, los llamados por Él hemos sido redimidos, recibiendo la promesa de salvación, habiéndose consumado el máximo sacrificio del único hombre sin mancha y sin pecado que ha caminado sobre la tierra: Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. (Hebreos 9:15 RV60).

El sacrificio de Jesús no sólo cubre los pecados a los ojos de Dios, sino que los perdona, limpiando nuestra conciencia de las obras muertas, nos limpia de nuestra maldad y nos hace aptos para presentarnos delante Dios.

Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. (1Juan 1:5-10 RV60)