sábado, diciembre 12, 2009

Mantengamos la confianza…

fe

No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma. (Hebreos 10:35-39 RV60)

La voluntad de Dios no es sólo una expresión de lo que alguien extraño quiere, es el deseo vehemente de nuestro Padre, del ser que más nos ama, de moldearnos a la imagen suya, de restaurar lo que de Él hemos perdido por la presencia del pecado, para volvernos perfectos ante sí mismo.

Conocer la voluntad de Dios es sólo el primer paso, el siguiente es rendirnos a ella para luego pasar a la verdadera acción, a vivir en cada momento de nuestra vida bajo la norma de su dirección por medio del Espíritu Santo.

La fe es nuestra expresión concreta de la confianza que hemos desarrollado en que Jesús es la verdad que supera todo lo que nuestros sentidos, emociones, sentimientos o razón nos puedan dictar; Él está por encima de las circunstancias y de todo lo que vemos. Él es el único camino digno de recorrerse y vivir en Él es la única manera digna de vivir.

Creer que ocurrirá un milagro no es fe, pero saber con absoluta certeza si Dios quiere que ocurra o que no ocurra, sin que esto cambie en absoluto mi confianza en Él, en su amor y en sus promesas, eso sí muestra un principio de fe. Y decimos un principio porque la fe real es un estilo permanente de vida, que no permite dudas acerca del absoluto control que Dios tiene de nuestras circunstancias y que nos lleva a descansar en Él sin turbar la paz que Cristo nos ha dejado, esa paz que no es como la paz del mundo, sino aquélla que sobrepasa a nuestra capacidad de entenderla porque siempre nos preserva de los efectos nocivos de la adversidad.

La fe es certeza, es la capacidad de aguardar con paciencia el cumplimiento de la Palabra de Dios en cada aspecto de nuestra vida, porque si Él prometió algo, se cumplirá, lo que Él haya dicho es así aunque todavía no lo podamos ver.

Tener fe no significa creer que Dios cumplirá mis deseos, por el contrario, significa estar seguro que Él me ha dado por medio del sacrificio, la muerte y la resurrección de Jesús, del único medio real para alcanzar su promesa de salvación, de librarme del mal que reside en mí y del mal que procede del mundo espiritual en el que se libra una batalla continua por negarme el gozo de vivir en Cristo. Dios no se moverá a cumplir lo que yo quiero o lo que creo que necesito. Dios siempre hará en mi vida lo que realmente necesito para alcanzarlo a Él y llegar a la vida plena que ha preparado para mí.

Por ello, al decir que la fe es certeza de lo que esperamos, es porque sabemos que no podemos esperar otra cosa diferente que el perfeccionamiento del carácter de Cristo en nosotros, de esa dependencia absoluta del Padre que cuenta con la guía permanente del Espíritu de Dios.

Dios arrancará de nosotros cualquier tendencia a la autosuficiencia, al egoísmo y a la autocomplacencia, porque nos alejan de Él, porque nos llevan a endiosarnos y a competir con Él. Por su inmenso amor, nos llevará a un buen destino, aunque tenga que enderezar nuestros pasos, de la misma forma que lo prometió a Israel: Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. (Jeremías 29:11 RV60).

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