sábado, junio 27, 2009

Gozando las pruebas

Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. (1Pedro 4:12-13 RV60)

Hay muchas formas de tomar las dificultades en la vida, con ira, con amargura, con resignación, con estoicismo, con valor, con temor, con ánimo, con desánimo, con ansiedad, con tranquilidad, etc. y a veces reaccionamos con una compleja combinación de estas actitudes.

De todas ellas podemos concluir que obedecen esencialmente a la decisión interior de aceptar o rechazar el enfrentarnos con la dificultad.

La reacción normal que se espera de un cristiano guiado por el Espíritu de Dios, se describe con mucha claridad por Santiago: Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. (Santiago 1:1-4 RV60).

Dios permite las pruebas en nuestra vida para hacer evidente, de manera personal a cada quien, su nivel de crecimiento. Dios actúa constantemente para llevarnos por el verdadero camino, pero el propósito de Dios va más allá de sólo corregir nuestras desviaciones, ése es sólo el primer paso en nuestro proceso de aprendizaje.

Al asimilar la voluntad de Dios y hacerla nuestra propia voluntad, estamos siendo capacitados para dar testimonio real de Cristo. Nadie da lo que no tiene, si queremos mostrar a Cristo, no basta con aprender de Cristo, debemos haber aprendido a vivir en Cristo, a permanecer crucificados juntamente con Él. En Efesios 4:17-21, Pablo nos recuerda que no se puede aprender a Cristo andando en la vanidad de la mente.

La única manera práctica de aprender es por la experiencia. La teoría, aunque es buena, no forja carácter. Lo que se aprende de memoria, corre el riesgo de olvidarse, lo que se vive, no sólo se recuerda sino que desarrolla nuestra capacidad: de la teoría de andar en bicicleta, a la práctica real de subir en una bicicleta y pedalear cuesta arriba hay, además de una enorme diferencia, unas cuantas caídas, golpes, raspones y lágrimas.

Dios desarrolla en cada quien el carácter necesario, moldeando a Cristo en cada hijo suyo para cumplir sus propósitos. Sólo así se explica la exhortación a tener gozo en la prueba ya que existe la garantía de que al pasarla, estaremos un paso más cerca de la plenitud de Jesucristo con todos los beneficios colaterales que esto trae. Sólo debemos cuidar de permitir que sea Él quien nos cambie sin tratar de ayudarle nosotros con nuestros propios criterios y preconcepciones religiosas. Gocémonos en revelar a Cristo, cuando Él sea realmente percibido en nosotros por aquellos que nos rodean.

sábado, junio 20, 2009

Tocando fondo

Ten piedad de mí, o Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio. (Salmos 51:1-4 RV60)

Cuando tocamos fondo sólo nos queda un camino, hacia arriba, hacia la única posibilidad real de salvación. En tales circunstancias, cuando todo parece perdido, sin tener recursos para salir del abismo en que nos sentimos envueltos, abrumados, atrapados…siempre podemos encontrar y tomarnos de la mano de Dios.

Hay un punto de decisión en lo más profundo de la crisis, un instante de diálogo personal e íntimo en el que nos toca reconocer que no tenemos, por nosotros mismos, ni la capacidad, ni el valor, ni el ánimo de salir. Es en ese momento especial que la gloria de Dios lo puede inundar todo con su luz si decidimos clamar por su misericordia, por su presencia en medio del caos de nuestra vida y rendirnos en sus brazos.

Por grandes que hayan sido nuestras fallas, no las podemos deshacer, no podemos retroceder el tiempo para evitarlas, sólo nos queda reconocerlas, arrepentirnos y entregarnos en manos de quien“…es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de nuestra maldad”. Y su gracia es suficiente ante nuestra debilidad, porque Su poder es el que enfrenta la culpa, la ansiedad, el desánimo, la amargura, el remordimiento y todo aquello que trate de arrastrarnos de nuevo hacia la oscuridad.

Pero es importante aprender la lección y recordar de dónde Dios nos ha sacado, no para volver a sentirnos mal, sino para agradecer al Señor y mantenernos en su camino. Es necesario entender que el pecado, aunque ya fue perdonado, como una mala siembra, producirá frutos indeseables, es entonces que de Él y sólo de Él vendrán las fuerzas, el poder y valor necesarios para enfrentar cualquier consecuencia de nuestras fallas.

Sólo dejando que el poder del Espíritu Santo renueve nuestro pensamiento hacia la plenitud de la mente de Cristo, podremos verdaderamente comprender que Dios quiere llevarnos hacia Él, que permanezcamos con Él y en Él porque no existe mayor gozo que entrar, estar y permanecer en su presencia.

David, fue reconocido por Dios un hombre conforme a Su corazón, no porque no pecara, por el contrario, aún cayendo en terribles pecados, siempre estuvo dispuesto a encontrar y cumplir la voluntad de Dios, reconoció que es imposible esconderse de la mirada del Señor y siempre buscó su presencia: Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. (Salmos 27:4 RV60)

sábado, junio 13, 2009

El éxito cristiano

Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el mal. (Proverbios 24:16 RV60)

Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento. (Isaías 60:1-3 RV60)

Se dice mucho que el éxito de cualquier persona no está en caer, sino en saber levantarse. Los científicos, investigadores e inventores realizan cientos de pruebas y experimentos que resultan fallidos una y otra vez hasta que obtienen lo que quieren con mucho esfuerzo.

Muchos seres humanos hacemos de nuestra vida una montaña rusa que sube y baja, un oleaje abrumador que nos hace ir y venir entre el éxito y el fracaso, sin dejar por fuera las frustraciones, heridas y dolores que dicho proceso nos causa.

El éxito, como producto de la superación de una larga cadena de desatinos, le otorga la gloria al que puso el esfuerzo necesario para lograrlo.

Hemos sido adoctrinados por años en la superación personal, en el esfuerzo para “salir adelante”, en que todo se logra con perseverancia y entrega. No hay nada malo en esto; en realidad mucho se logra de esa forma. La diferencia entre el éxito en el mundo y el éxito en Cristo solamente radica en una cosa fundamental: en el mundo el esfuerzo lo hago yo, la motivación viene de mí, por mí y para mí. En Cristo, Jesús ya hizo todo lo que yo necesito para que yo viva una vida plena y abundante, Él es mi única motivación.

En la vida cristiana, el que verdaderamente supera todos nuestros fracasos es Cristo mediante la obra de su Santo Espíritu. Por esta misma razón Él es el único que merece la gloria. No hay duda que si caigo, yo quise caer, levantarme sólo es potestad de Él.

¿Significa eso que yo no voy a hacer nada? La respuesta es sí y es no.

Sí porque ya no hace falta que los hijos de Dios hagamos nada para que Él por su gracia nos ame, nos acepte, nos libere y nos bendiga, nos regale la salvación y transforme nuestra naturaleza.

Pero también la respuesta es no porque como consecuencia de la obra del Espíritu de Dios en nosotros, Él obra en nosotros impulsándonos a querer y hacer su obra, lo que Él ha preparado de antemano para que sus propósitos se cumplan y satisfagan la voluntad del Padre. Esto produce en cada creyente la necesidad de crucificar y hacer morir nuestra vieja y contaminada criatura. El éxito es eso, la plenitud de Cristo que se alcanza en un proceso que comienza menguando en lo personal y termina con la muerte absoluta de todo aquello que nos separa de Dios, y así Cristo resplandece en nosotros.

sábado, junio 06, 2009

Administradores de Su propiedad

Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia.

Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas.

No seas sabio en tu propia opinión; Teme a Jehová, y apártate del mal;

Porque será medicina a tu cuerpo, Y refrigerio para tus huesos.

Honra a Jehová con tus bienes, Y con las primicias de todos tus frutos;

Y serán llenos tus graneros con abundancia, Y tus lagares rebosarán de mosto.

(Proverbios 3:5-10 RV60)

Cada vez que un gobierno cambia, las prioridades de la nación se redefinen o se reafirman. En la actualidad, la mayoría de gobiernos, sin importar si son antiguos o recientes, prácticamente sin excepción ponen como su primera prioridad superar la crisis económica. ¿No sería mejor atacar las causas de la crisis? La crisis económica es sólo una de las consecuencias del deterioro en los valores que han puesto al dinero y a la acumulación de ganancias, privilegios y poder como los objetivos de vida de muchos, porque el mundo mide así el éxito.

Al igual que los gobiernos, las personas tendemos a ordenar las prioridades de vida, atacando los síntomas de nuestras crisis, sean estas económicas, familiares, sociales, existenciales, etc. Mientras no se depende de Dios para caminar, es obvio que a cada quien usa su propio criterio para definir prioridades en un mundo donde las circunstancias condicionan y las capacidades personales marcan límites. De ahí se desprende que la escala de valores de cada quien diverge de la de los demás, pero tiene un origen común: todos buscamos algo que de sentido a nuestra vida y cuando lo identificamos, le damos categoría de valor y se convierte en motor de nuestra actividad.

Sabemos que todo lo que el hombre edifica fuera del fundamento que es Cristo, está destinado al más rotundo fracaso y a su propia destrucción. Cuando una persona acepta que Jesús sea el Señor de su vida, debería ser evidente que sus prioridades cambiarán.

Si el propósito de vivir no es glorificar al Padre, si no buscamos como primera prioridad el reino de Dios, el gobierno del Espíritu Santo y la exaltación de Jesús por encima de todo en esta vida, seguiremos desperdiciando todos los recursos que Dios ha puesto a nuestro alcance en tareas y actividades vacías que no producen nada de valor real, dejándonos sólo satisfacciones pasajeras que pronto se desvanecen y se olvidan.

Todo lo que tenemos, TODO, talentos, capacidades, intelecto, sabiduría, conocimientos, sentimientos, emociones, vida, salud, relaciones familiares y personales, recursos económicos, trabajo, techo, alimento, vestido, absolutamente todo le pertenece a Dios. La única razón de entregárnoslo es que lo administremos, lo disfrutemos y compartamos con alegría, dándole la gloria a Él y sólo a Él, con agradecimiento, humildad y sencillez, porque nada merecemos y si lo recibimos es únicamente por su amor y su gracia.

Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.

Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor.

He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres. (Eclesiastés 3:10-14 RV60)