sábado, diciembre 18, 2010

La Sangre de Jesús

Así que, hermanos, teniendo confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, la cual nos abrió un camino nuevo y vivo, por medio del velo, esto es, de su carne; y teniendo un gran Sacerdote sobre la Casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo los corazones rociados, y así libres de mala conciencia, y los cuerpos lavados con agua pura. (Hebreos 10:19-22, BTX)

La sangre de Jesús es la fuente de vida que abrió el único camino que existe hacia nuestro Padre.

Sólo la sangre de Cristo limpia nuestra existencia de todo pecado, de todas las ofensas pasadas, presentes y futuras: Pero si andamos en la luz, como Él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado. (1Juan 1:7, BTX).

Es esencial comprender que la sangre de Jesús rompió las cadenas con que el pecado nos esclavizaba, Él nos dio libertad permanente garantizando con su Santo Espíritu nuestra total redención.

Todo esclavo o prisionero que es puesto en libertad tiene que adaptarse a su nueva vida, por ello es necesario que los cristianos, hoy nacidos de Dios, por la fe en Cristo, renovemos nuestra mente para aceptar plenamente nuestra nueva condición de hijos de Dios, santos, reservados para Él y destinados para realizar las obras que Él preparó de antemano para que cumpliésemos su voluntad que es buena, agradable y perfecta.

La sangre de Jesús ha sido el sacrificio que Dios aceptó como ofrenda única para expiar todos los pecados de la humanidad, por lo que hoy tenemos la total libertad de acercarnos confiadamente a nuestro Padre quien nos ha hecho “cercanos” a su corazón y nos regala su presencia continua.

Dios quiso darnos la libertad para permitirnos establecer una relación cercana, íntima con Él, sin intermediarios y sin más requisitos que haber aceptado a Cristo como Señor y Salvador… y todo por su inmenso amor.

Al pecar, la tendencia natural del ser humano es a esconderse de Dios, por la vergüenza que siempre acompaña a la ofensa. Satanás por su parte usará nuestro sentido de culpabilidad para distanciarnos aún más de Dios.

Pero Dios no se ha ido, Él ha estado presente en todo momento y ya perdonó el pecado. A Dios no le gustó vernos pecar, pero Él decidió lavar la ofensa con la sangre de Cristo y esa misma sangre limpia nuestra conciencia de culpabilidad, para que no desistamos de permanecer conscientemente en la presencia de Dios y rendirnos a su santa voluntad.

Ninguno de nosotros merece estar en la presencia de Dios, pero su gracia infinita y su misericordia que cada mañana se renueva, nos permite tener la absoluta seguridad que Él no nos rechazará si nos acercamos con un corazón sincero: Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. (Salmos 51:16-17, RV60)

sábado, diciembre 11, 2010

Someteos unos a otros

“Por tanto, como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las casadas a sus maridos en todo. Los esposos: Amad a las esposas así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella (Efesios 5:24-25, BTX).

En la actualidad, hablar de sometimiento tiene una connotación tan negativa que nos hace rechazar de inmediato la posibilidad de rendirnos ante cualquier otra persona. Hemos tomado las armas en contra de “someterse” o “sujetarse”, creyendo que con ello garantizamos nuestra libertad.

La Biblia nos muestra el verdadero rostro de la libertad: Decía entonces Jesús a los judíos que le habían creído: Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31-32, BTX).

Tan paradójico como suena, la Libertad viene de creer y someterse a Jesucristo permaneciendo cimentados, para toda nuestra vida, en su verdad y su Palabra. El problema entonces no es someterse sino, más bien, a quien nos sometemos y la razón por la cual lo hacemos.

Cuando el motivo que nos hace rendirnos unos a otros es el amor, y ese amor nos impulsa a entregarnos a nuestra pareja, del mismo modo en que Jesús se entregó voluntariamente, para dar libertad a su Iglesia aún a costa de su vida, entonces y sólo entonces podemos derribar las barreras que nos impiden someternos el uno al otro: el egoísmo, la autocomplacencia, el resentimiento, el rencor, la amargura, la decepción, la comodidad, los celos, la ira y tantos otros mecanismos que instintivamente usamos para “defendernos” y garantizar nuestra autodeterminación.

Pero contrario a lo que muchos creen, el amor no es una simple emoción o un sentimiento, que por naturaleza son pasajeros y se enfrían. El amor es un estilo permanente de vida que cada quien decide conscientemente adoptar, es un modo de vivir en el que valoramos a los seres amados y procuramos siempre su bien, por encima de todo lo demás. Sólo así se entiende que Jesús nos exhortara diciendo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como os he amado, que también os améis unos a otros.(Juan 13:34, BTX).

Amar como Cristo ama es la única manera real de amar, si nuestra pareja nos ama así, con esa entrega, someterse a ese ser amado, lejos de ser una pérdida de libertad, se convierte en la expresión más perfecta del amor de Dios que como esposos podemos vivir: ¡Invita a Cristo a tu matrimonio!

La altivez humana

Porque tú salvarás al pueblo afligido, Y humillarás los ojos altivos. (Salmos 18:27, RV60a)

Altivez de ojos, y orgullo de corazón, Y pensamiento de impíos, son pecado. (Proverbios 21:4, RV60a)

El orgullo y la altivez que tiende a dominarnos, no es más que una manifestación de la lucha interna entre dos pensamientos: creernos nuestro propio dios o bien reconocer que sólo hay un Dios ante el que es necesario doblar rodilla y humillarse.

La arrogancia del ser humano desborda los límites cuando hay personas que niegan la existencia misma de Dios, apoyándose en argumentos realmente absurdos.

En una entrevista realizada por el periodista de BBC, William Crawley al conocido ateo militante Richard Dawkins, este último afirma que si al morir se encontrara con que Dios es real y le preguntara por qué no creyó en Él, su respuesta se limitaría a decir que “no había evidencia suficiente”.

¿Será necesario que Dios muestre mayores evidencias de su existencia y su poder?... Con toda su inteligencia y desarrollo, el ser humano a duras penas comprende parcialmente algunas de las leyes que rigen el universo; a estas alturas de la civilización sólo hemos creado tecnologías e inventos que a la larga han deteriorado más al planeta de lo que han beneficiado a la humanidad. Vivimos en una sociedad totalmente vendida a un materialismo egoísta.

La autocomplacencia y la exaltación del “yo” son parte de los antivalores que hemos asimilado desde nuestra niñez.

El pensamiento que pone a los demás por encima de nosotros se considera una mentalidad de perdedor. Sin embargo bíblicamente la enseñanza es contraria: Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. (Filipenses 2:3-4, RV60a)

La humildad y la mansedumbre, que son atributos divinos y fruto del Espíritu, se han depreciado en nuestra monetizada sociedad donde el poder, la posición, posesiones y riqueza determinan el nivel de éxito.

¿Qué haremos? Acomodarnos al pensamiento de esta era o renovar nuestra mente según los criterios de Dios: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:22-24, RV60a)

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. (Romanos 1:18-21, RV60a).

sábado, noviembre 27, 2010

Amistad en Cristo

En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia. (Proverbios 17:17, RV60)

Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo. (Proverbios 27:17, RV60)

Abraham fue llamado por Dios “mi amigo”… pero ¿qué hizo Él para merecer tal honor? Según dice Santiago (2:23): “Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios”.

Hay un requisito fundamental para la amistad con Dios: creerle.

Jesús mismo llamó amigos a Lázaro, a sus discípulos, a los apóstoles, incluyendo, de manera especial, a Judas en el momento preciso antes de entregarlo. Ahora bien, Jesús ofreció su amistad por su propia voluntad, Él escogió a sus amigos: Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. (Juan 15:13-16, RV60).

Aceptar la amistad de Jesús supone hacer lo que nos manda, dando el fruto que Él mismo nos ha capacitado para dar, mediante su amor y su palabra.

La amistad así entendida, requiere un compromiso, una dedicación que se sobrepone a las emociones, a los sentimientos y a la razón misma. Si hemos de aprender a ser amigos, el modelo perfecto es el de Jesús: dispuesto a dar la vida, fiel hasta la muerte, dispuesto siempre a rendirse a la voluntad de Dios y a guiar al amigo en el camino de Dios.

Si el amor de Dios no actúa en nosotros, impedimos que se desarrolle nuestra capacidad de amar y de ser amigos verdaderos.

Puesto que la amistad implica una entrega desinteresada, por regla general, no coincide con la escala de valores del mundo, en el cual todo se mueve en función del beneficio que producirá. Por eso mismo Dios nos insta a rechazar la amistad con el mundo, con ese sistema de valoración de las personas y de las acciones porque se vuelven enemistad con Dios: ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. (Santiago 4:4, RV60).

El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unido que un hermano. (Proverbios 18:24, RV60).

La amistad requiere reciprocidad, es un intercambio del amor que viene de Cristo entre dos personas que deciden honrar a Dios mediante sus acciones mutuas. La amistad no sólo honra al amigo, ante todo es un acto de adoración a Dios por medio del cual rendimos honor a la voluntad del Padre: Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. (Efesios 5:1-2, RV60).

sábado, noviembre 20, 2010

Gracia, justicia, misericordia y amistad de Dios

Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable. Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre. Yo sé que tú amas la verdad en lo íntimo; en lo secreto me has enseñado sabiduría. Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. (Salmos 51:1-7, NVI)

Cuando somos confrontados por la palabra de Dios y comprobamos que hemos actuado en contra de la voluntad de Dios, aunque en realidad necesitamos reconocer que hemos pecado, no siempre lo hacemos y reaccionamos de diferentes formas.

Una típica reacción es la negación, es la falta de reconocimiento del pecado, es un autoengaño para evitarnos el dolor de enfrentar la realidad de haber ofendido a Dios.

Otra reacción es buscar una excusa, una explicación una justificación para haber actuado así.

También reaccionamos afirmando que Dios no puede haber tomado nuestra acción como algo tan grave. Básicamente creemos que Dios no aplicará ninguna medida de justicia ante nuestra transgresión.

La única actitud realmente apropiada es la que nos muestra David en este salmo.

En Cristo Jesús, hemos obtenido el único camino verdadero a seguir.

La gracia de Dios consiste en darnos lo que no merecemos, por ello, gracias al sacrificio de Jesús hemos obtenido el perdón de pecados y la redención para reconciliarnos con Dios de una vez por todas y para siempre.

La justicia consiste en darnos lo que merecemos, y efectivamente la paga de nuestro pecado fue dada, pero no lo pagamos nosotros. Dios, en la persona de Jesús, quiso recibir el castigo que en justicia merecíamos por todos los pecados de la humanidad, y así sustituyéndonos en la cruz Él hizo justicia.

La misericordia de Dios consiste en no darnos lo que merecemos, es decir que Dios decide, por su amor, olvidar nuestros pecados para no darnos el castigo que ya Jesús llevó sobre sí mismo.

Jesús, no conforme con otorgarnos su gracia, su perdón y su redención justificándonos quiso ser llamado nuestro amigo y demostró su amistad poniendo su vida por nosotros.

"Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa. Y éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes. (Juan 15:9-15, NVI)

sábado, noviembre 06, 2010

¿Prevención, Corrección o Amor?

Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu. (Proverbios 16:18, RV60)

El hombre que reprendido endurece la cerviz, De repente será quebrantado, y no habrá para él medicina. (Proverbios 29:1, RV60a)

Según un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de los Estados Unidos, publicado en 2007, estamos viviendo en la “era de las consecuencias” que se define como el choque entre el cambio climático global y la seguridad de las naciones.

Los seres humanos hemos devastado la tierra que Dios nos entregó para ser cuidada como la fuente de nuestro sustento. Hemos señoreado sobre el mundo sin la sabiduría de Dios, guiados únicamente por nuestros limitados criterios e intereses humanos altivos, egoístas y primitivos. Este creciente deterioro y escaseo de todos los recursos inevitablemente nos llevará a conflictos y guerras por la misma subsistencia… Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. (Mateo 24:7, RV60).

De la misma manera en que hemos depredado el mundo, cada uno de nosotros tiene el potencial de erosionar su vida y destrozarla cediendo a los impulsos propios de nuestro egoísmo y altivez, pensando que somos los únicos dueños de la razón y la verdad, sólo considerando el beneficio inmediato sin pensar en las consecuencias futuras.

Evitar las consecuencias de malas decisiones requiere de evitar tomar esas malas decisiones; esto sólo es posible al buscar la verdad y seguirla. Resistir el consejo de Dios con testarudez… “endurecer la cerviz” no es más que despreciar la verdad y correr en pos de una falsa ilusión, una fantasía creada por nuestro delirio de grandeza al competir con Dios o por una autocomplacencia totalmente carnal desechando a Dios.

Pero las “consecuencias” no son un castigo que pretende dañarnos, son el recurso que Dios emplea por su amor a nosotros, para recordarnos que ÉL ES… EL QUE ES, para corregir nuestro rumbo perdido, para guiarnos con la disciplina de un Padre amoroso.

La prevención del pecado es mucho mejor que la corrección, pero ninguna sería necesaria si nuestra relación personal con Dios fuera tan intensa que el amor de Cristo nos impulsara a obrar conforme a su voluntad, como fruto directo de la acción del Espíritu Santo ministrando nuestro corazón y nuestra mente: ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? (Lucas 6:46, RV60). Si me amáis, guardad mis mandamientos. (Juan 14:15, RV60).

Porque Yo estoy contigo para salvarte, dice YHVH, Destruiré a todas las naciones en donde te he dispersado, Pero a ti no te destruiré, Te corregiré con mesura, Pero de ninguna manera te dejaré impune. Así dice YHVH: Tu llaga es incurable, Y dolorosa es tu herida; No hay quien defienda tu causa para vendar tu herida, Ni hay para ti medicamentos eficaces. (Jeremías 30:11-13, BTX).

sábado, octubre 30, 2010

Cuidado con lo que siembras…

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. (Gálatas 6:7-10, RV60a)

La cultura y valores de esta época en que vivimos han ido cambiando todo, hasta los términos que usamos para definir las cosas.

Actualmente pocos hablan de “pecado”, porque es una palabra muy fuerte, con una connotación religiosa muy amplia, por ello ahora les llamamos errores o faltas… como quiera que sea, estamos hablando de hechos que desagradan a Dios, decisiones tomadas por nosotros que contradicen la voluntad y el diseño perfecto de Dios para nuestra vida.

En términos prácticos, el resultado de un pecado siempre se deja sentir, porque no hay acción que no tenga una consecuencia. Acciones positivas, producen consecuencias positivas, acciones negativas… es obvio el resultado.

Dios ha diseñado un mecanismo muy particular para permitirnos segar la cosecha de nuestra siembra: siempre, sin excepción, obtendremos las consecuencias en el momento más oportuno, cuando tendrán el impacto que más nos acerque a Dios, como una muestra de su inmenso amor.

El quebrantamiento de un alma rebelde será tan intenso como la exaltación de un alma dócil. Dios pone la dosis de amor que cada uno necesita para que aprendamos el valor de permanecer en su presencia.

Es nuestra costumbre acallar la voz del Espíritu cuando estamos empeñados en pecar, porque el pecado seduce, atrae sutil e intensamente. Si el pecado no fuese atractivo, nadie pecaría.

Pero Dios siempre está presente, aunque sofoquemos su voz con nuestra rebeldía, con nuestra indiferencia o con nuestra arrogancia. O simplemente prestemos mayor atención a los deseos de nuestra carne que a las advertencias de Dios sobre las consecuencias.

Dejar de oír a Dios es como no hacerle caso a la advertencia de falta de aceite en el motor del auto. La consecuencia es clara: o hacemos caso o tendremos un motor fundido. O hacemos caso a la voz de Dios o preparémonos para aceptar lo que pueda venir en razón de nuestras decisiones erróneas.

El que sembrare iniquidad, iniquidad segará, Y la vara de su insolencia se quebrará. (Proverbios 22:8, RV60a).

Porque sembraron viento, y torbellino segarán; no tendrán mies, ni su espiga hará harina; y si la hiciere, extraños la comerán. (Oseas 8:7, RV60a).

No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal. (Romanos 12:21, RV60a)

sábado, octubre 23, 2010

Pecado sobre pecado…

¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío. (Salmos 19:12-14, RV60a)

Es fácil experimentar la ansiedad que surge de pecar y luego tratar de cubrir un pecado con otro, y éste con otro y así hasta enredarse en una maraña interminable de mentiras y falsedades.

En casos extremos, un crimen se intenta ocultar con otro crimen, un fraude con otro, un chisme con otro chisme, etc. la lista podría continuar porque la imaginación del ser humano para pecar es ilimitada y las oportunidades abundan.

El sistema actual de valores que impera en el mundo nos incita a transgredir los más básicos y elementales principios de sana convivencia que Dios dispuso en su palabra para que tuviésemos una vida digna y conforme a su voluntad.

No hurtar, no mentir, no fornicar ni adulterar, no matar, son lineamientos de vida (y mandamientos de Dios) necesarios para mantener la salud de las relaciones interpersonales. Las faltas a estos principios sencillos han llevado a toda la humanidad a crisis y conflictos que van desde el ámbito personal hasta desembocar en guerras mundiales. Dios tiene una visión de largo plazo en sus planes para cada ser humano.

Nosotros sin embargo, tenemos una visión limitada y de cortísimo plazo para la realización de nuestros propósitos de vida, en el más grave de los casos, ni siquiera contamos con un plan de vida.

Al preguntar a una persona cuáles son sus objetivos y prioridades personales, es lamentable observar que la mayoría de nosotros vive sin un rumbo fijo, sin una meta, sin dirección. Por ello ignoramos si caminamos dentro o fuera de la voluntad de Dios, errar en el rumbo, es decir pecar, no es más que desviarse de la voluntad de Dios.

En tales circunstancias es fácil ser presa de las ofertas del mundo para desviarse, sin siquiera darnos cuenta de la magnitud que tendrán las consecuencias de nuestros actos.

David, en este Salmo, muestra que lo comprendió así al percatarse de su propia incapacidad para identificar sus propios errores, y tomó la única decisión posible para el cristiano verdadero: postrarse ante Dios y poner el gobierno de su vida en Sus manos, rompiendo la cadena de pecado que como un remolino nos traga si no nos rendimos.

Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido.

Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.

No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. (Salmos 51:7-12, RV60)

sábado, octubre 09, 2010

Permaneciendo en El

El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. (1Juan 2:4-6, RV60)

Jesús es el camino, la verdad y la vida, por lo tanto, permanecer en Él, significa caminar por su senda como Él anduvo, manteniéndose fiel a la verdad y dependiendo en toda su vida del Padre.

Es fácil decir y entender que Dios quiere que hagamos su voluntad, lo que muchas veces pasamos por alto es que no basta sólo con hacer lo que Dios quiere, sino que es igualmente importante hacerlo como Él lo ha indicado.

La voluntad de Dios no sólo determina qué hacer sino cómo hacerlo. Es aquí donde el que vive conforme al corazón de Dios se distingue del que vive por la letra de la ley y del que vive sin ley.

Dios no abolió su ley, Él no ha cambiado, Jesús mismo afirmó: No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. (Mateo 5:17-18, RV60).

Entonces, ¿Cuál es la diferencia entre cumplir la ley y obrar por fe en la gracia de Dios?

La diferencia reside en el cambio que Jesús obra por su gracia en el corazón de cada cristiano.

El que sigue una religión obra por obligación, para cumplir con normas y preceptos. Los que seguimos a Jesús actuamos impulsados por el amor a Cristo y en agradecimiento por el regalo de la salvación que él pagó con su vida.

Sólo el amor de Cristo puede transformar nuestro corazón de modo que acatemos los mandamientos de Dios por amor y agradecimiento, comprendiendo que son la expresión de lo que es bueno, agradable y perfecto.

Actuar en nuestro propio criterio, sin la guía perfecta de Dios, apartándonos del camino que Él ha construido con amor para que no tropecemos, significa sufrir las consecuencias y enfrentar situaciones para las que por lo general no estamos preparados.

La libertad en Cristo no sólo nos permite decidir por un camino u otro, nos muestra cuál es el camino que Dios ofrece para una vida plena, abundante y llena de su amor.

Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. (Juan 15:7-12, RV60)

sábado, octubre 02, 2010

El amor, base de las obras

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. (1Corintios 13:1-3, RV60a)

El amor real y verdadero es un ejercicio constante de nuestra voluntad para dar lo mejor de nosotros mismos sin esperar nada a cambio.

El amor no es pasivo, es el poder que impulsa a nuestra fe para que podamos actuar y realizar las obras de valor que sirven a la voluntad de Dios en la vida diaria… porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor.” (Gálatas 5:6, RV60a)

Toda acción, ejecutada sin el amor que viene de Dios, es un desperdicio estéril de nuestro esfuerzo y de nuestras capacidades.

Los dones, los talentos, todos los recursos que Dios ha entregado a cada persona, tienen un propósito específico: manifestar la gloria de Dios en nuestra vida.

Así como cada día nos preparamos con la vestimenta adecuada para las labores que hemos de realizar, la escritura nos insta a vestirnos de amor como el vínculo perfecto que nos une a Cristo y al Padre Celestial dándonos la capacidad de ver a los demás como superiores a nosotros mismos y manifestar en la práctica ese amor.

Cuando la mente de Cristo opera en nuestro entendimiento, nos hace ver con sus ojos a los demás, amigos y enemigos, permitiéndonos obrar con misericordia y amor.

Sólo así, dejando a Dios las decisiones de cada instante, podemos estar seguros de no equivocar el camino.

En el preciso momento en que nuestros criterios personales, guiados por el deseo, los sentimientos o la razón, intentan satisfacer cualquiera de nuestras necesidades, sin contar con la guía de Dios por medio de su Santo Espíritu, en ese mismo instante, hemos equivocado el rumbo aunque la decisión parezca buena y tener un sentido lógico.

Las acciones guiadas por el criterio divino, son las únicas que nos conducirán a la paz interior y al gozo real de esta vida, sobreponiéndose a cualquier circunstancia y superando con creces las alegrías y satisfacciones temporales que el mundo y sus atractivos pudieran ofrecernos.

No vale la pena engañarse con placeres pasajeros e ilusiones efímeras que no permanecen…

No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1Juan 2:15-17, RV60a)

sábado, septiembre 25, 2010

Tocando fondo…

Por esto se alejó de nosotros la justicia, y no nos alcanzó la rectitud; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos a mediodía como de noche; estamos en lugares oscuros como muertos. (Isaías 59:9-10, RV60).

Cuando perdemos la visión, cuando caminamos sin rumbo fijo, cuando nos alejamos de Dios, nuestra alma comienza a secarse y se vuelve presa fácil de cualquier viento. En esas circunstancias ni el sol calienta y hasta el agua se siente amarga por la hiel que brota de nuestro interior.

En tal estado, cualquier persona es capaz de tomar decisiones completamente erradas y que, lejos de sacarnos del agujero en que hemos caído, nos hundirán más en el pozo oscuro y solitario de la desesperación.

Es en esos momentos especiales donde nos encontramos solos ante nuestra vida y donde no hay más opción que rendirse y decir ¡no puedo!… es en esos momentos sublimes cuando podemos reconocer que sólo Dios puede sacarnos del abismo de soledad y desesperanza que nos ahoga.

¿Pero cómo llegamos ahí? ¿Cómo es posible que un hijo de Dios toque fondo?... la respuesta no es sencilla pero tiene mucho sentido: Dios lo ha permitido, Dios nos ha dado la libertad de permanecer en su presencia o de alejarnos de sus caminos, de entrar en su reposo o de correr hacia los criterios y valores tergiversados del mundo.

Si llegamos al fondo es porque nuestras decisiones, fundadas en nuestros criterios personales nos han llevado hasta ahí. Nadie escapa a las consecuencias de sus actos, tarde o temprano hemos de recoger la cosecha de nuestra siembra.

La buena noticia es que Dios no se ha movido de nuestro lado, Él no ha cambiado de opinión ni de rumbo, Él está siempre esperando nuestro retorno a sus brazos, y su espera no es pasiva; Él toca constantemente a nuestra puerta para recordarnos que: Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová. (Salmos 34:18-19, RV60).

Las angustias, los problemas, las tribulaciones, son parte de la vida del mismo modo que lo son las alegrías, y los triunfos. Pero el reposo y la paz de la que el alma goza por encima de todas estas circunstancias sólo puede provenir de una relación firme, constante y sustantiva con el Señor: La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. (Juan 14:27, RV60).

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8:35-39, RV60)

sábado, septiembre 18, 2010

¿Te enojas?

Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. (Efesios 4:26-27, RV60)

La ira es esa emoción que Dios permite en cada persona, que actúa como un aviso de alarma para que podamos ver y hacer ver nuestro descontento con respecto a algo o alguien.

La ira sin control puede degenerar en un momento de locura donde el dominio personal se pierde y el enojo toma posesión de nuestra voluntad, haciéndonos tomar decisiones y realizar acciones que de otra forma jamás llevaríamos a la práctica.

Enojarse no es malo, pero ceder el dominio de nuestra voluntad al enojo es un gravísimo error.

La Biblia afirma que es típico del necio, del falto de sabiduría, dejarse llevar y actuar imprudentemente ante las provocaciones o insultos: El necio al punto da a conocer su ira, mas el que no hace caso de la injuria es prudente. (Proverbios 12:16, RV60).

El control sobre el enojo es un atributo del fruto del Espíritu, es un ejercicio constante de paciencia que fortalece el dominio propio y demuestra una relación sólida con el Señor: El que tarda en airarse es grande de entendimiento, mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad. (Proverbios 14:29, RV60).

El carácter puede ser deformado y marcado por esa continua carencia de control sobre el enojo, a tal grado de encasillarnos en una falsa identidad indeseable: El hombre iracundo levanta contiendas, Y el furioso muchas veces peca. (Proverbios 29:22, RV60). Es fácil convertirse en el buscapleitos, el bravo, el ogro… aquél que se identifica por su mal carácter y con quien nadie soporta estar.

Una relación firme y sustantiva con Dios, produce en nosotros el fruto necesario que nos impulsa sujetar las emociones y los sentimientos al espíritu, mediante una constante paz, que mantiene nuestra alma estable y tranquila en toda circunstancia y a pesar del daño y las ofensas que provengan de los demás.

Ciertamente el enojo es un aviso, para que echemos mano de todas las herramientas que Dios ha puesto a nuestra disposición para mostrar el amor de Cristo ante la provocación.

Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; Y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad. (Proverbios 16:32, RV60).

La fuerza real, la del carácter, se muestra en el dominio efectivo de las emociones, y sentimientos, sujetándolos al espíritu. Esto sólo es posible cuando, menguando nuestro carácter, hemos permitido a Cristo crecer en nosotros manifestando su vida.

El de grande ira llevará la pena; Y si usa de violencias, añadirá nuevos males. (Proverbios 19:19, RV60).

Mejor es morar en tierra desierta que con la mujer rencillosa e iracunda. (Proverbios 21:19, RV60).

No te entremetas con el iracundo, Ni te acompañes con el hombre de enojos, No sea que aprendas sus maneras, Y tomes lazo para tu alma. (Proverbios 22:24-25, RV60).

sábado, septiembre 11, 2010

Amar como Él ama

Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva. Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. (Lucas 6:27-31, RV60)

La gracia de Dios, otorgada por amor a nosotros, sus hijos, nos capacita para ejercer el verdadero amor, el amor de Cristo de manera integral y sin excusas.

El amor ha tenido miles de definiciones e interpretaciones que se quedan pálidas, huecas y vacías ante la experimentación real de la presencia de Dios en nuestra vida.

El que ha experimentado el único amor real, el amor de Dios, sabe que sin Jesucristo es imposible amar, sabe que Él es la vid verdadera de la que nos nutrimos los creyentes y sólo mediante su Santo Espíritu podemos dar un fruto digno.

No existe mejor definición de amor que la que encontramos en la escritura… En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (1Juan 4:10, RV60).

Amar es la decisión consciente de permanecer en Cristo manifestando a todos Su amor, Su entrega, Su gracia, Su evangelio y Su presencia eterna.

Sólo es posible amar al enemigo si verdaderamente permanecemos en Cristo. Lo contrario al amor no es el odio, lo que más se le opone es el egoísmo que en su grado extremo es egolatría, la forma más despreciable de idolatría.

El amor no es pasivo, no basta con no hacerle mal a nadie, lo importante del amor es que nos transforma y capacita para hacer el bien a todos, incluso a los que nos aborrecen, a los que nos dañan, a los que nos odian o simplemente a los que les somos indiferentes.

No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. (Romanos 12:17-19, RV60).

Cristo pagó ya por todos los pecados de toda la humanidad… y Dios ya los perdonó, ¿Quiénes somos nosotros para no perdonar lo que Dios ya perdonó?

Si la deuda de los pecados de nuestros enemigos ha sido saldada por la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo, ningún cristiano, que acepta la verdad y el valor del sacrificio de Jesús, tiene entonces derecho a reclamar una retribución o venganza puesto que ya no hay deuda!... por ello, es posible amar a los que han pecado en contra nuestra, perdonándolos, procurándoles bien, orando por su liberación de las cadenas del mal mediante su aceptación de la Gracia de Dios en Cristo.

sábado, agosto 28, 2010

Confía… sólo en Él

No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. (Isaías 41:10, RV60)

¿Quién es nuestro principal apoyo en la vida? ¿En quién confiamos sin dudarlo?... para estas preguntas, cada uno de nosotros tiene una respuesta propia, personal, íntima que sólo Dios y la persona misma conocen.

Posiblemente la única persona en que confiemos seamos nosotros mismos; no es extraño que después de haber sufrido muchas desilusiones hayamos aprendido a desconfiar de todos y a refugiarnos en nuestro yo interior.

Pero todos sabemos que no somos dignos de total confianza, que por ser humanos estamos llenos de flaquezas y fallos, que tarde o temprano se manifestarán y sus consecuencias dañarán a nuestro prójimo o a nosotros mismos.

Otros cometemos el error de ser tan crédulos que aceptamos como verdad lo que recibimos de todo mundo. Pero la misma Biblia nos advierte… Así dice YHVH [DIOS]: ¡Maldito quien confía en el hombre y se apoya en un brazo de carne apartando su corazón de YHVH [DIOS]! (Jeremías 17:5, BTX).

La necesidad de confiar es natural, fue puesta por Dios mismo en el corazón del ser humano. Dios anhela que en nuestra vida nada ni nadie ocupen Su lugar en nuestra confianza.

Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto. (Jeremías 17:7-8, RV60).

Nuestro Dios está empeñado en edificar nuestra confianza plena en Él; para construir esos cimientos fuertes en la Roca, Él desbaratará todas las muletas, las bases endebles y los falsos criterios en que nos apoyamos para tomar las decisiones de nuestra vida.

Él no sólo quiere que confiemos en Él, Él hará que sólo confiemos en Él, porque nadie más es digno de confianza total.

Confiar en Dios implica conocerle, hacer su voluntad, decidir siempre hacer lo bueno, desechar el mal, olvidarnos de nuestros criterios humanos, abandonar los falsos valores que el mundo ofrece y practica.

Es un cambio total en el estilo de vida: Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. (Salmos 18:2, RV60).

El entendido en la palabra hallará el bien, Y el que confía en Jehová es bienaventurado. (Proverbios 16:20, RV60)

Porque Jehová será tu confianza, Y él preservará tu pie de quedar preso. (Proverbios 3:26, RV60)

sábado, agosto 21, 2010

Amistad ahora…

Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. (Juan 15:13-15, RV60)

La conducta inducida por la situación del mundo moderno ha hecho de nosotros personas solitarias, aisladas, carentes de relaciones personales cercanas y duraderas.

Las personas hemos ido poco a poco encerrándonos en nuestras casas, aislándonos en nuestra privacidad porque la inseguridad que vivimos nos ha ido forzando a evitar la apertura personal hacia relaciones sinceras y auténticas.

Nos escondemos con una identidad prestada navegando en la Internet y sólo damos a conocer lo necesario para proyectar una imagen aceptable a otras personas que están haciendo exactamente lo mismo.

Evitamos el contacto personal más allá del saludo amable y por eso mismo impedimos un desarrollo de amistades sanas… estamos perdiendo la capacidad de ser y hacer amigos; aunque tenemos decenas de conocidos, en nuestra intimidad sabemos que tenemos menos amigos que dedos en una mano. ¿Resulta familiar esta situación?

Si queremos gozar de plenitud en nuestra vida, hemos de buscar amistad dando amistad. Todo cristiano tiene al mejor amigo, Jesús, quien vino a este mundo para enseñarnos que es necesario mostrar su amor a la humanidad.

Nada hay más importante en nuestra existencia que amar a Dios y al prójimo. El prójimo, según se entiende en la Biblia, es la persona más próxima, cercana, el vecino, el amigo…

¿Cómo podemos hacer efectivo el amor de Cristo si no tenemos a nadie cerca para manifestarle lo que ÉL nos ha dado y compartir su amor?

El amor requiere de alguien que es el receptor de lo que hemos de dar; por eso mismo es indispensable que los hijos de Dios nos acerquemos a las personas, abramos nuestro corazón, nuestra mente e incluso nuestro hogar para hacer sentir a otros la proximidad de Cristo y su amor.

Si Jesús estuvo dispuesto a buscarnos y entregarnos su amistad… ¿A quién iremos nosotros para darle amistad?

En todo tiempo ama el amigo, Y es como un hermano en tiempo de angustia. (Proverbios 17:17, RV60).

El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; Y amigo hay más unido que un hermano. (Proverbios 18:24, RV60).

sábado, agosto 07, 2010

El Espíritu mora en mí

Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. (Juan 14:14-17, RV60).

El poder del Espíritu Santo se encuentra a disposición de cada creyente, para que tengamos la capacidad de obrar conforme a su voluntad y propósitos.

El poder pertenece a Dios y sólo a Dios, toda autoridad que viene de Dios, cuando es delegada implica la responsabilidad de usar el poder de su Santo Espíritu para desarrollar las tareas que Él ha preparado para la realización de nuestra vida.

El poder del Espíritu Santo puede manifestarse de diversas maneras, entre las cuales se encuentran las obras visibles externas que sería imposible lograr para los seres humanos por sus propios medios, así como la transformación personal interna que Dios realiza en cada creyente, que dicho sea de paso tampoco es realizable en las propias fuerzas humanas.

Dios, conforme a lo expresado en su Palabra, no requiere del otorgamiento de dones o habilidades especiales para que el Espíritu Santo habite en cada creyente, Él en sí mismo constituye el más grande don dado a los cristianos; Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. (Hechos 2:38-39, RV60).

En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. (1Juan 4:13-15, RV60).

Todo el poder de Dios está al alcance de nosotros para guiar y transformar nuestra existencia en una manifestación continua del amor de Dios que fluye desde la cruz hacia las vidas de cada uno de los que creemos en Cristo, el único Señor y Salvador, por quien todo fue hecho y quien sustenta la creación con la palabra de su poder.

No existe otra razón para existir que no sea la plena manifestación de Jesucristo en nuestra vida, y no hay otra manera de testificarlo que no sea por el poder de su Espíritu Santo que nos da testimonio y la plena convicción de que somos el templo viviente en el que Él decidió habitar para consumar su promesa de redención y salvación: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1Corintios 3:16, RV60).

Dios nos insta a vivir en el Espíritu para que tengamos su vida abundante.

sábado, julio 31, 2010

Ver con Sus ojos

Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. (1Samuel 16:7, RV60a)

Ver con los ojos de Dios es una facultad que se desarrolla mediante una estrecha relación con nuestro Padre celestial.

Si lo consideramos a mayor profundidad, adquirir la perspectiva de Dios sobre la realidad es comenzar a entender la única verdad absoluta acerca de todo lo que existe. Para Dios no hay verdades relativas, Él siempre tiene la perspectiva y el conocimiento correcto acerca de todo.

En contraste, el ser humano tiene una perspectiva propia, que además de estar empañada por el pecado y el alejamiento de Dios, tiene la influencia directa de sus enemigos más insidiosos: Satanás, el mundo y la carne.

Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. (2Corintios 3:15-17, RV60a)

La Biblia le llama un velo al filtro de mentiras que cubren la realidad ante nuestros propios ojos, si es que no hemos aceptado la libertad que Cristo nos da.

Ese velo impide ver la gloria misma de Dios en toda la creación a nuestro alrededor y termina por ocultar de nosotros los propósitos que Él tiene para nuestra vida. Los creyentes, estamos llamados a ver la vida con los ojos de Dios.

La perspectiva humana, sin la visión de Cristo, nos lleva a tener una imagen distorsionada de todo. Por ello se adquieren conceptos errados acerca de los demás, de nosotros mismos y de Dios.

Cuando, nos sobreestimamos a nosotros mismos, subestimamos a Dios y despreciamos su creación, adoptamos el rol de dioses, eso es egolatría. Cuando sobreestimamos a otro ser que no es Dios o a los objetos de su creación, por encima de Dios mismo, cometemos idolatría.

Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. (Romanos 12:3, RV60).

No es retórica la afirmación de Pablo cuando nos recuerda que tenemos la mente de Cristo.

Con esta verdad como base, si mi vida dista de la vida de Cristo, sólo hay una razón posible, todavía tengo un concepto errado acerca de mí, de los demás y de Dios, y no he dado lugar para que el Señor transforme y renueve mi entendimiento para poder comprender la verdad.

Y la verdad, lejos del concepto humano que la relativiza, la verdad es absoluta, procede de Dios, vive en Dios mismo: Yo soy el camino, la verdad y la vida”…

sábado, julio 24, 2010

Alabemos y adoremos…

Alabad a Dios en su santuario; Alabadle en la magnificencia de su firmamento.

Alabadle por sus proezas; Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza.

Alabadle a son de bocina; Alabadle con salterio y arpa.

Alabadle con pandero y danza; Alabadle con cuerdas y flautas.

Alabadle con címbalos resonantes; Alabadle con címbalos de júbilo.

Todo lo que respira alabe a JAH. Aleluya. (Sal 150:1-6, RV60)

La necesidad de rendir adoración y alabanza a Dios está profundamente arraigada en toda la creación.

Cada ser y cada cosa creada funciona a un ritmo específico, nuestro corazón late, nuestra respiración funciona con una cadencia singular, los planetas y cuerpos celestes orbitan con su propia periodicidad, hasta nuestro ADN se representa con una serie armónica de moléculas y toda vida funciona en un ciclo maravillosamente diseñado.

Como las notas de una sinfonía interminable, sin perder el ritmo, toda la creación rinde homenaje al creador de todo, a Jesucristo, quien sustenta nuestra existencia con la palabra de su poder.

Cuando rendimos alabanza y adoración a Dios, nuestro ser completo, espíritu, alma y cuerpo, se sintoniza y vibra a la frecuencia de Dios, dejamos que el Espíritu de Dios toque a nuestro espíritu y que sus propósitos sean nuestros propósitos.

En esos momentos, Sus palabras encuentran eco perfecto en nosotros y resuenan haciéndose rema, revelación pura de su amor y poder en nuestra vida; resplandecen en nuestro entendimiento y percibimos que son espíritu y son vida.

Adorar y alabar a Dios es un estilo de vida, no se hace solamente con la música, se hace con toda acción que, fundamentada en el amor de Cristo, armoniza de manera perfecta con la voluntad de Dios.

La música, por su parte, nos transporta a momentos sublimes o situaciones fatales, porque prepara nuestra alma para que nuestras emociones encuentren un camino. La música como expresión de nuestra adoración a Dios, es un medio para que el Espíritu de Dios tome el control absoluto y seamos plenamente conscientes de la presencia de Dios.

Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. (Juan 4:23-24, RV60).

Alabar y adorar a Dios no es un acto aislado, es un modo de vivir consciente y seguro de Su presencia en todo momento, que nos permite actuar con el único propósito de hacer su voluntad, de agradarle en todo, de rendir nuestros deseos, anhelos y acciones. Es abandonar nuestra propia vida en pos de vivir la vida de Cristo y su plenitud.

sábado, julio 17, 2010

Nos escogió a pesar de nosotros…

Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. (1Corintios 1:26-31, RV60)

Los escogidos de Dios somos gente común y corriente, con sus defectos y problemas, con errores y desaciertos, no somos extraordinariamente fuertes, ni poderosos, ni sabios ni espirituales, en términos humanos.

¿Por qué nos escogió entonces? Porque él quiso, porque fue su voluntad tomar lo menospreciado del mundo para levantarlo con su amor y su misericordia. Él tomó a quienes sabemos que no somos merecedores de nada y nos lo dio todo, dio su sangre, puso su vida en pago por nuestras fallas y ofensas.

Dios te ama a ti y a mí; nos ama tal y como somos, Él sabe cómo somos y no por ello nos rechaza, por el contrario, Él ha decidido trabajar en nuestra vida para hacernos personas conforme a su corazón, para pulirnos y llevarnos impecables ante su presencia.

Dios da gracia al humilde y resiste al soberbio, Dios aborrece los ojos altivos… Porque tú salvarás al pueblo afligido, Y humillarás los ojos altivos. (Salmos 18:27, RV60).

Es muy difícil para el que cree que lo tiene todo, que es bueno según sus propios estándares, reconocer que necesita de la gracia y la misericordia de Dios.

Es frecuente escuchar a muchas personas decir que no le hacen mal a nadie, que van a su iglesia, que respetan a los demás, por lo que suponen que con ello tienen una buena opción para entrar en el Reino de los Cielos. Algunos llegan al límite de la jactancia haciendo alarde de esa “espiritualidad” que el mundo aprecia. Al final su motivación real, sólo es ganar el reconocimiento de su entorno social.

Pero el Reino de de Dios no es una compañía de la que compramos acciones, el Reino de Dios sólo puede obtenerse por medio del testamento de aquél que dio su vida para que tuviésemos una “herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible” que sólo está reservada para los escogidos por Él.

No es haciendo méritos como entramos a Su reino, es simplemente aceptando Su señorío, Su gobierno en nuestras vidas que tenemos la opción de ser reconocidos como hijos de Dios.

Es la decisión más importante que todo ser humano puede tomar: aceptar que Jesucristo sea el Rey de su vida, y olvidarse de ser o de elegir a otro rey para gobernar en nuestra existencia. Esto es rendirse plenamente y con corazón sincero al mejor gobierno posible: el de Dios.

sábado, julio 10, 2010

Conforme a Su corazón

Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó. (1S 13:13-14, RV60)

Las comparaciones entre David y Saúl se han dado por siempre. Saúl fue el primer rey de Israel, elegido conforme a los criterios humanos, porque el pueblo rechazó el gobierno directo de Dios. David sucede a Saúl porque Dios rechaza la desobediencia de Saúl.

David es el escogido de Dios, a quien él selecciona por encima de todos sus hermanos mayores y le llama varón conforme a su corazón.

Dios reconoce en David su entrega total, aún cuando sabe que no sólo es capaz de pecar sino que pecará por su misma debilidad humana; sin embargo, siempre existe en David la necesidad imperiosa de poner a Dios por encima de todo lo que existe y lo que tiene.

En nuestra vida, muchas veces actuamos desobedeciendo a Dios, pecamos, nos alejamos de Dios, dejamos que el Saúl que hay en cada uno, el viejo gobernante de nuestras decisiones, ese esclavo de temores, ansiedades y deleites, tome por momentos las riendas y nos dirija lejos de nuestro objetivo.

Pero nuestro Dios ha dispuesto que cada uno de sus hijos, cada cristiano genuino, pueda escoger aceptar un nuevo gobernante para su vida. Un nuevo Rey que gobierne conforme a su corazón.

Así como David fue tratado y perfeccionado por Dios en cada momento, así mismo Él cuida de cada uno de sus hijos, como su proyecto particular. Cada creyente es una perla preciosa por la cual el labrador, Jesucristo, se despojó de sí mismo, de todo lo que tenía siendo Dios; se limitó y humilló para enfrentar el desprecio, la muerte y entregarnos la victoria sobre todo aquello que nos seduce y esclaviza, para darnos una vida libre.

Jesús pagó el precio de nuestra libertad para podernos presentar santos, purificados, sin mancha ante Dios, el Padre.

Cada uno de los cristianos es un príncipe o una princesa elegida por Dios, que tiene un único y verdadero Rey y Señor. Es un escogido de Dios que será perfeccionado hasta encontrarse con Cristo frente a frente y gozar de su absoluta plenitud y con ello conformarse al corazón de Dios. Todo este proyecto personal viene de Dios, nuestra participación es sólo gozarlo mediante la rendición total de nuestra vida, al único capaz de gobernarla con la sabiduría necesaria.

Dios sabe mejor que tú y que yo lo que nos conviene, lo que necesitamos, lo que deseamos, Él es el único capaz de satisfacer, en Cristo, nuestra necesidad de vivir plenamente y cumplir sus propósitos.

sábado, julio 03, 2010

Perdonándonos unos a otros

Por tanto, vestíos como escogidos de Dios, santos y amados, de sentimientos entrañables de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de longanimidad; soportándoos los unos a los otros, y perdonándoos los unos a los otros, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor en verdad os perdonó, así también vosotros. Y sobre todas estas cosas, el amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Cristo sea árbitro en vuestros corazones, a la cual ciertamente fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (Col 3:12-15, BTX)

Los hijos de Dios estamos llamados a mostrar el amor de Jesucristo, a sobreponernos a las emociones, a los sentimientos e incluso a nuestros propios razonamientos, con el único propósito de adoptar la mente de Cristo.

El amor de Cristo es un hecho concreto que alimenta nuestra vida con su propia vida, a tal grado que nos ha entregado su Espíritu Santo, para que seamos guiados formados y consolados por Él; como consecuencia de su actuar, iremos desarrollando paso a paso sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, un ánimo recto, integridad y firmeza en Él.

Demostrar a otros el amor que Cristo tiene por nosotros, implica ejercer nuestra capacidad de perdonar las ofensas, desde las más leves hasta las más terribles. Requiere de la entereza para enfrentar el daño que los demás nos puedan hacer aceptando que todos somos igualmente capaces de dañar.

Ningún cristiano puede ver a otro ser humano como inferior por ninguna razón… ni siquiera el que ha cometido el peor y más despiadado de los crímenes puede ser considerado menos; Jesús habitó en esta tierra para salvar lo que se había perdido dándonos libertad y autodominio.

Es difícil para la mente humana comprender las razones por las cuales Dios nos llama a perdonar sin peros ni objeciones a todo el que nos ofenda. La “justicia” humana demanda la retribución por el daño recibido.

Jesús decidió entregar su vida y limpiarnos y hacer justicia por el pecado de todos y cada uno de nosotros con su sangre; en la mente de Cristo, no existió duda alguna acerca de la voluntad de Dios, Él se dispuso a pagar por nuestras deudas y ya pagó por las de todos aquellos que cometen cualquier clase de ofensas y crímenes.

A los ojos de Dios, toda la deuda ha sido cancelada… y nosotros, los cristianos, somos los que menos derecho tenemos de demandar una retribución cuando alguien nos ofende o nos daña, porque hemos recibido ya, en este momento, mucho más de lo que merecemos: tenemos nada menos que la vida de Jesucristo, el amor de Dios y la vida eterna en su presencia.

Si Dios ya juzgó, ya pagó y la justicia ha sido satisfecha, ¿qué hacer con los ofensores?... en la mente de Cristo sólo cabe el amor, la compasión, la bondad, la humildad, le mansedumbre, la longanimidad, la disposición total a perdonar y redimir al pecador.

sábado, junio 26, 2010

No nos metas en tentación

Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Mateo 26:41, RV60).

No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. (1Corintios 10:13, RV60).

Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. (Santiago 1:12, RV60)

La batalla constante de los hijos de Dios es entre la carne y el espíritu. La mente, el conocido campo de batalla es donde el conflicto entre el ser humano interior (espiritual), que se deleita en la ley de Dios y el ser humano carnal se hace presente ante cada tentación.

Lo interesante de la tentación es que siempre, sin excepción, nos presenta un atractivo sumamente agradable. Nadie es tentado de cometer un hecho que le desagrada, por el contrario, la tentación es seductora, penetra en nuestra mente a través de nuestros sentidos y nos hace evocar las satisfacciones y agrado que hemos disfrutado al sucumbir a ella en ocasiones anteriores.

Es el instrumento preferido de Satanás, porque a él le da poco trabajo. Siendo el padre de la mentira, usa nuestras propias debilidades para presentarnos lo que sabe que nos tienta como un beneficio sobrevaluado, exagera ante nuestros ojos su atractivo para que no podamos resistirnos.

A decir verdad, es preferible tomar una actitud preventiva ante la tentación, y la mejor prevención es orar, pedir al Padre que no permita que seamos tentados.

Pero Dios puede permitir que la tentación se presente en nuestra vida porque nos ha dado la capacidad para salir de ella mediante su Santo Espíritu.

Evitar la tentación, huir de ella, es la táctica evasiva que da mejores resultados. Pero si aún así se presenta, Dios es fiel para darnos el valor y la fuerza para resistir y vencer.

En todos los casos, las fuerzas humanas son insuficientes, sólo el amor de Cristo y la permanencia en Él pueden fortalecer lo suficiente para mantenerse firme ante la tentación, teniendo el criterio suficiente para reconocerla oportunamente y huir de ella o para resistirla saliendo victorioso.

Pero cuidado, la tentación tiene una característica para la que hay que prepararse… es perseverante, recurrente, no detiene su asedio.

Esto nos lleva a concluir que sólo si alimentamos al espíritu con una relación permanente con el Señor, nuestra carne verá menguada su influencia en nuestras decisiones y acciones diarias.

Alimentar la carne sólo lleva a ceder a la tentación por pequeña que sea… si el espíritu está fuerte vencerá a la carne, pero si hemos alimentado la carne con toda clase de deleites mundanos, la probabilidad de sucumbir es mayor. Fortalecer el espíritu sólo es posible cuando nos alimentamos de la Palabra de Dios y de su Santo Espíritu, recordemos que Jesucristo es el Pan de Vida y el agua que Él nos da hace brotar ríos de agua que saltan para nuestra vida eterna.

sábado, junio 12, 2010

Viéndonos como Dios nos ve

Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria. Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría. Estas cosas provocan la ira de Dios. (Colosenses 3:1-6 LPD).

El cristiano verdadero, ha resucitado, no es una mera suposición, hemos resucitado con Cristo por lo cual hemos de buscar en nuestra vida los bienes del reino de Dios.

Cuando tomamos clara conciencia de nuestra posición como hijos de Dios, descubrimos que nuestro Padre ha puesto a nuestro servicio todo el poder del Espíritu Santo para que, en sus fuerzas, actuemos conforme a la visión que Él tiene de nosotros.

Dios quiere que sus hijos pensemos como Él piensa, que nos veamos a nosotros mismos como santos, redimidos, reyes, sacerdotes, perfectos y maduros.

Dios ve a Jesucristo en cada uno de nosotros, por lo cual su concepto difiere del nuestro ya que nosotros todavía estamos en el proceso de cambiar nuestro pensamiento. El concepto que poseemos acerca de nosotros mismos adolece de severas deficiencias por cuanto seguimos viendo nuestras fallas comparadas contra la perfección de Cristo.

Ninguna persona que se forma escuchando que es inepta, incapaz, torpe, cobarde, buena para nada, logrará por sus propios medios creer con facilidad que es más que lo que ha escuchado.

Para hacer morir lo que queda de nuestra vieja criatura, Jesús nos dio la solución: tomar nuestra cruz cada día y seguirle.

Ese proceso de morir a los deseos por las cosas de este mundo se puede realizar cuando le cedemos el control al Espíritu Santo. Tomar la cruz significa llevar a la obediencia de Cristo todo pensamiento y decisión, es cederle a Él todos los derechos y anhelos.

Dios quisiera que nuestro cambio fuera voluntario y por amor a Él, en agradecimiento a Cristo quien ya recibió toda la ira de Dios en sí mismo. Por ello, Dios se indigna por nuestra falta de entrega real a Cristo, porque como Padre sabe que sufriremos las consecuencias de nuestra falta de obediencia.

Dios no nos obliga a nada, por el contrario, nos ha dado libertad completa en Cristo. Resulta pues absurdo que por correr tras una satisfacción efímera, humana y temporal, abandonemos la cobertura que Dios quiere darnos y nos expongamos a consecuencias que sólo nos generarán dolor y amargura.

Lo grave de esto es que con ello dañamos el corazón de Dios y despreciamos el valor de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.

sábado, junio 05, 2010

Una relación libre…

Dios venció a todos los poderes y fuerzas espirituales a través de la cruz, desarmándolos y obligándolos a desfilar derrotados ante el mundo. Por eso les digo: no permitan que nadie les diga lo que tienen que comer o beber. Tampoco se sientan obligados a celebrar las festividades judías: fiestas de guardar, celebración de luna nueva o días de descanso. Esas son cosas del pasado, imágenes borrosas de lo que estaba por venir. Pero ahora, tenemos a Cristo que es la realidad. (Colosenses 2:14-17 PDT).

Jesucristo nos ha dado la libertad completa de toda exigencia y opresión religiosa, por ello, los cristianos declaramos con mucha frecuencia que no tenemos una religión sino una relación con Dios por medio de la gracia.

Entre los que hemos aceptado el señorío y salvación que Jesucristo nos ha otorgado, se ha generalizado un concepto acerca de la religiosidad sumamente negativo, por cuanto representa solamente un conjunto de exigencias conductuales conforme a la ley que sólo se fijan en el comportamiento exterior, en el cumplimiento de normas y no en la transformación de la mente y de las intenciones del corazón.

Las implicaciones de un cambio exterior en la conducta, sin una verdadera renovación del entendimiento, solamente produce brotes temporales de satisfacción por haber cumplido con los preceptos, mas sin embargo, genera frustración cuando por alguna razón se deja de cumplir.

La amistad con las personas no puede forzarse; la amistad con Dios tampoco puede desarrollarse sin poner la voluntad al servicio de la voluntad de Dios, y es que Él define la amistad como la disposición de poner la vida por el amigo. Esto significa que hemos de entregar enteramente nuestra vida a Cristo para ser cambiada…

No se trata de una reparación de nuestro yo interior, se trata de morir completamente a nuestros deseos y pretensiones humanas, permitiendo a Jesucristo actuar libremente a través de nuestra vida. Sólo cambiar de conducta sin adoptar la mente de Cristo es un esfuerzo vano y destinado al fracaso… es una mala imitación de la vida de Jesús.

Sólo Jesús puede vivir la vida de Jesús, y Él la quiere vivir a través de cada uno de nosotros, cambiando nuestro corazón por un corazón nuevo, renovando nuestro entendimiento para que comprendamos la voluntad de Dios, llegando a tener una comunión tal que seamos uno con Él y con el Padre a través de su Espíritu Santo.

Sólo Dios tiene el derecho de juzgar, por lo que no estamos obligados a aceptar las imposiciones religiosas que obligan a vestirse de tal o cual forma, a comer o no comer determinados alimentos, guardar o no determinados días, etc. Ni siquiera el ayuno, realizado como sacrificio para expiación tiene mérito, ya que Jesús hizo ya el sacrificio supremo y nada podemos agregar de valor a su muerte y resurrección.

Jesús es suficiente, Él es nuestra realidad, nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida, toda la creación depende sólo de Él.

sábado, mayo 29, 2010

No nos dejemos engañar

Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad. (Colosenses 2:8-10 RV60).

Reconocer que Jesús es suficiente en nuestra vida es la base para un crecimiento sólido y conforme a su voluntad.

Dios nos ha dado muchas capacidades, habilidades y talentos; sin embargo, todos estos dones resultan de poco valor si no son empleados con la sabiduría que sólo en Cristo podemos tener.

La realización de nuestro potencial completo, íntegro, sin que le falte absolutamente nada sólo es posible a través de la manifestación constante de Jesucristo en nuestro diario vivir.

Como la escritura declara, en él reside totalmente la plenitud de Dios, él decidió entrar en nosotros si abrimos la puerta de nuestro corazón y él también declaró que permanecería con nosotros hasta el fin del mundo. Su Santo Espíritu es la voz de Dios que nos guía, nos reprende, nos consuela y nos afirma conforme la voluntad de Dios.

La presencia de Dios es constante para cada cristiano, escucharle cuando habla, sólo depende de un oído espiritual desarrollado y atento, y según se nos dice: … y el oír viene por la Palabra de Dios”, es decir que nuestra capacidad de escuchar la voz de Dios se desarrolla por exponernos a su Palabra, haciéndonos aptos para comprender sus propósitos.

Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié. (Isaías 55:10-11 RV60).

En contraposición, evitamos exponernos a la Palabra de Dios, nuestro oído espiritual va atrofiándose progresivamente, a veces llegando al grado de no distinguir la voz de Dios de la voz de nuestro ego, de la voz de Satanás o de cualquier otra voz que quiera influir en nuestras decisiones.

Cuando ya hemos saboreado la dirección de Dios para nuestros pasos y hemos disfrutado de los resultados de una vida en Cristo, nada hay más desolador que dejar de escuchar la voz de Dios o peor aún, todo se vuelve caótico, desordenado y vacío, carente de sentido cuando abandonamos la guía del Espíritu Santo y vamos apagando su voz con el ruido del mundo y de nuestro propio egoísmo.

Dios diseñó originalmente al hombre, a su imagen y semejanza, pero esa perfección se perdió con el pecado. Jesús puso su vida para que tuviéramos la oportunidad de volver al Padre, restaurando en el ser humano esa perfección mediante la cruz y la sangre de nuestro Señor.

Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. (Eclesiastés 3:11 RV60).

Esa necesidad de creer, de trascender, está llevando a quien no tiene a Cristo, a buscar satisfacción de su necesidad de eternidad en religiones y filosofías huecas, carentes de fundamento que sólo dan alivio temporal a la sed espiritual. Aún el cristiano, no enraizado sólidamente en Cristo, corre el riesgo de desviarse y desperdiciar su vida en creencias, rituales y prácticas vanas, en la mayoría de casos contrarias a la voluntad de Dios. Por tanto, es necesario volverse a su Palabra…

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. (Mateo 7:24-25 RV60).

Nuestro sustento diario

El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;(Colosenses 1:15-17 RV60).

Jesucristo, es el principio y el fin, el sustento de toda la creación. Los seres humanos estamos acostumbrados a despertar cada mañana y a llenar el tiempo de nuestro día con una serie de actividades programadas que a lo largo de nuestra existencia se convierten en una rutina adormecedora.

Muchas personas viven por inercia, por el impulso que viene de la costumbre de hacer lo que sea que cada quien hace.

Sin embargo, los que hemos nacido de Dios hemos sido llamados a ser llenos de sabiduría e inteligencia espiritual, mediante la cual podemos tener conocimiento y conciencia de la voluntad (buena, agradable y perfecta) de Dios, lo cual tiene un propósito sencillo y profundo: obrar sin riesgo para edificar nuestro futuro diseñado por el creador de todas las cosas para elevar nuestro estándar de vida, a la altura de la dignidad de un hijo de Dios.

Puesto que Dios nos concibió en su mente, nos diseñó y nos creó conforme a su propio criterio y propósitos, resulta lógico pensar que el aprendizaje de su voluntad es el medio óptimo para desarrollar el carácter que somos capaces de alcanzar.

Ese carácter sólo puede llegar a su máximo potencial cuando renovamos nuestro entendimiento y nuestros valores.

La vida rutinaria, adormecedora, produce mediocridad y la incapacidad de alcanzar la plenitud que Dios desea darnos.

La forma de tener la máxima realización como personas es descubrir el camino que Dios ha definido para cada uno. Esto no se puede hacer sin conocerlo, y conocerlo requiere mantener una relación personal con nuestro Dios.

Jesús abrió, con su vida, su muerte y su resurrección, el único camino para conocer personalmente a Dios en calidad de amigos, destruyendo todos los obstáculos que existían para acercarnos al Padre.

Jesús nos quiere presentar al Padre como su tesoro especial, por lo cual Él es quien culminará la obra de perfeccionamiento que ha comenzado de forma personal con cada uno de nosotros.

Tenemos la garantía de parte del que sostiene la vida en este planeta, que Él no descansará hasta llevarnos a su imagen y semejanza. Esto no es una obra cualquiera, es un proyecto divino, requiere de construir en cada uno de nosotros el carácter de Jesús, la capacidad de dar fruto por su Espíritu.

Cada uno de nosotros es un proyecto individual en el que Cristo viene trabajando desde antes de crear el mundo. Ninguno de nosotros es un accidente de la naturaleza o producto de la suerte…

Es bueno despertar cada mañana a un día nuevo y diferente, conociendo el propósito de Dios en nuestra vida para ese día particular… y agradecerle, desde lo más profundo de nuestro ser, por regalarnos y sostener cada día esa vida abundante que sólo se puede vivir cuando Él ordena nuestros pasos.

Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2:10 RV60)estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo; (Filipenses 1:6 RV60).

Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Hechos 13:19-20).

sábado, mayo 15, 2010

Volviendo a Él…

El que no es espiritual no acepta lo que viene del Espíritu de Dios porque le parece una tontería. No puede entenderlo porque eso tiene que juzgarse espiritualmente. En cambio, el que es espiritual puede juzgarlo todo, pero a él nadie lo puede juzgar. Pues así dice la Escritura: “¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién puede darle consejo?". Pero nosotros tenemos la mente de Cristo. (1Corintios:14-16 PDT)

Como hijos de Dios, los cristianos estamos llamados a crecer y a desarrollarnos, a lo largo de nuestra vida en esta tierra, apropiándonos del carácter de Cristo.

Si meditamos detenidamente en las implicaciones de esta afirmación, descubriremos que ésta, no es una meta humanamente realizable, como si se tratara de una carrera universitaria. No hay manera en que un ser humano natural pueda, por sus propios medios, adquirir el criterio y la mentalidad del Señor Jesús.

Como Dios nunca deja los eventos de nuestra vida al azar, por su gracia hemos sido equipados con su Espíritu Santo, que tiene una misión explícita: guiarnos hacia la plenitud de Cristo haciéndonos capaces de discernir en el plano espiritual lo que en el plano natural no es posible comprender.

En toda persona, la mente gobierna sus acciones. No podemos esperar acciones espiritualmente maduras, de una mente contaminada de valores superfluos, pasajeros y sin trascendencia. Por esta razón, el propio Jesús intercede por su pueblo cuando dice al Padre: Ellos no son del mundo, como yo tampoco pertenezco al mundo. Apártalos con la verdad para servirte sólo a ti; tu enseñanza es la verdad. Los he mandado al mundo como tú me enviaste al mundo. (Juan 17:16-18 PDT).

Cuando aceptamos la Gracia de Jesús en nuestro corazón, auténtica y sinceramente, el Espíritu Santo actuará guiándonos de manera constante por el camino que satisface a Dios y que representa el máximo beneficio para nuestra propia vida.

Pero la decisión de caminar por la ruta que Dios traza sigue siendo nuestra. Él provee todo lo necesario para nuestro crecimiento y sólo por medio de nuestras propias decisiones podemos permanecer en Él.

Los enemigos de Dios, que obviamente, son también nuestros enemigos, luchan incansablemente por alejarnos de la presencia de Dios y del gozo de nuestra salvación por todos los medios a su alcance: ansiedad, temor, amargura, odio, angustia, depresión… y también usarán nuestros gustos, predilecciones, deseos insatisfechos, así como nuestras debilidades para atraernos por caminos que sustituyen a Dios con ídolos de toda clase: dinero, objetos, personas, poder, reconocimiento, comodidad, etc.

Pero Dios siempre está dispuesto a abrazarnos si nos volvemos a Él; es el Padre amoroso que espera pacientemente que sus hijos reflexionen, cambien el rumbo y caminen hacia Él con un corazón dispuesto. Más aún, Jesucristo siempre está a nuestra puerta llamando, esperando a que oigamos su voz que constantemente nos está invitando a vivir su vida.

Hemos contaminado y enfermado la tierra con nuestra incapacidad de propagar el amor de Dios. Nuestro país tiene los índices de violencia y crimen que nuestra negligencia espiritual ha permitido.

Esto no se debe a la ausencia de Dios ni de su Santo Espíritu, es producto de la sordera espiritual que procede de embotar nuestros sentidos con el ruido de los falsos valores que se propagan por medio de corrientes religiosas, filosóficas, políticas, económicas, comerciales, etc. las cuales van penetrando nuestra mente, cautivándonos con una vida intrascendente, cómoda y efectivamente vacía, donde lo único que perseguimos es la autocomplacencia y satisfacción personales a toda costa… hemos dejado de oír aquello que nos hace crecer en la fe: la Palabra de Dios.

¿Qué espera Dios de nosotros?... y si mi pueblo que se identifica usando mi nombre se humilla, ora, me busca y abandona su mala conducta, entonces yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y restauraré el bienestar del país. (2Cr 7:14 PDT).

sábado, abril 17, 2010

Madurando…

Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.(Hebreos 5:12-14 RV60)

Alcanzar madurez en cualquier aspecto de la vida implica someterse a un proceso que va sincronizando emociones, sentimientos, razonamiento, intelecto, voluntad, mentalidad, expectativas, discernimiento, etc. es decir todas las capacidades y talentos que Dios nos ha entregado, para que avancen de manera congruente y consistente con la edad cronológica, a medida que crecemos.

Una persona madura es equilibrada en tanto que piensa, habla y actúa de manera congruente, sin contradicciones y con verdadera convicción conforme a su edad.

La madurez nos permite establecer relaciones sanas con Dios, con los demás y con nosotros mismos desarrollando un concepto realista y apropiado de Dios, de nuestro prójimo y una autoestima saludable.

La madurez espiritual, se centra en la relación de la persona con Dios. Siendo seres tripartitos constituidos por espíritu, alma y cuerpo, solamente podremos madurar integralmente si nuestro espíritu, guiado por el Espíritu de Dios, gobierna a nuestra mente (alma) y con ello preservamos saludable nuestro cuerpo como instrumento de honra a Dios. La inmadurez espiritual nos lleva a desarrollar actitudes poco piadosas y muy religiosas.

En su carta a los Romanos, Pablo dice: Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. (Romanos 12:3 RV60).

El ejercicio de la fe, produce en nosotros crecimiento; sin una relación cercana con Cristo, no hay posibilidad de crecimiento, es él quien obra en nosotros y nos permite dar fruto. El apóstol Pedro nos exhorta a ser diligentes añadiendo virtud,, conocimiento, dominio propio , paciencia, piedad, afecto fraternal y amor a nuestra fe. Santiago nos enseña que la fe sin obras es muerta; la fe que se ejercita en una relación constante con Jesucristo produce en nosotros las obras que Dios quiere. Todo ello nos lleva a tener pensamientos, discurso y acciones consistentes con la voluntad de Dios, al conocimiento de nuestro Señor y por consecuencia a crecer conforme al plan de Dios.

Y es que la estatura que hemos de alcanzar no es cualquier cosa… es nada más y nada menos que la plenitud de Cristo, es decir la manifestación de Jesucristo en todos los aspectos de nuestra vida.

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4:11-16 RV60).

sábado, abril 10, 2010

El Corredor de la Muerte

corredor muerte

Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará. (Juan 12:23-26 RV 60)

Qué difícil es para un condenado a muerte caminar desde su celda hasta la habitación donde entregará su vida. Posiblemente es el recorrido más largo, tortuoso y terrible que un ser humano puede pasar.

Para los cristianos, Dios ha diseñado un mejor camino que también conduce a la muerte, pero a la muerte del egoísmo, del bien conocido YO, que quiere ocupar el trono y gobernar nuestra vida, en lugar de permitir a nuestro Dios reinar y conducir nuestro destino.

La escritura nos muestra que hemos de pasar por un proceso de crecimiento y edificación espirituales, donde la primera estación, después de aceptar la gracia de Dios por haber recibido a Jesús como Señor y Salvador de nuestra vida, consiste en menguar, en reducir la tendencia a tomar decisiones basadas en nuestros propios criterios para permitir a Cristo, mediante su Santo Espíritu, guiarnos a toda verdad.

Como en todo cambio, experimentaremos una reacción contraria: la directa oposición de nuestras emociones, sentimientos o razonamientos porque es difícil cederle el control a Jesucristo… pero bien lo dijo Juan el que bautizaba: Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.(Juan 3:30 RV60).

La segunda estación implica un mejor grado de conciencia de la obra de Dios para transformarnos: Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. (Lucas 9:23-24 RV60).

Negarse requiere de la convicción de preferir siempre (sin excepción) la opción que Dios me ofrece para cada decisión que puedo tomar, por encima de cualquier otra opción que venga de mi mente, de las demás personas o del mismísimo Satanás. Negarse es tomar conciencia de nuestra posición en la cruz, juntamente con Cristo, es saber que nuestra humanidad ha sido crucificada con el propósito de llevarla a la muerte porque de ella sólo podemos obtener corrupción y no verdadera vida.

Si logramos avanzar, sin bajarnos de la cruz, bien podemos llegar a la tercera estación, comprendiendo que necesitamos reconocer, en lo más íntimo de nuestro ser, que desde la aceptación de Cristo en nuestro corazón, estamos muertos al pecado y vivos para Dios: Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 6:7-11 RV60).

La glorificación tuya, mía y de todo hijo de Dios, requiere de reconocer la muerte de nuestro YO en la cruz y de vivir por nuestra resurrección en Cristo, y si bien esto se consumará totalmente al vernos cara a cara en el cielo con el Señor, es necesario pasar por el proceso y que desechemos la esclavitud del pecado de nuestra vida  actual, sabiendo que el Señor Jesús clavó en la cruz y anuló con ello, el acta de los decretos que había en nuestra contra, abriéndonos las puertas del cielo para siempre, porque así le plació hacerlo… Gracias Señor, ven pronto, Amén.

sábado, marzo 27, 2010

¿Dónde está tu corazón?

No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Lucas 12:32-34 RV60).

Quienes estudian mercadeo saben que existe una enorme diferencia entre el precio y el valor de las cosas. El precio normalmente se rige y se auto-regula por las condiciones del mercado de acuerdo a la oferta y la demanda.

El valor sin embargo, es lo que una persona está dispuesta a pagar por adquirir o conservar ese algo valioso. Todos tenemos una escala de valores, un orden de prioridades que sirve de guía para dedicar nuestra vida y esfuerzo.

Hay una pregunta importante que cada quien debería responderse con absoluta sinceridad… ¿qué es lo más importante en mi vida?, la respuesta no puede darse tan a la ligera, porque es fácil confundir las prioridades reales de nuestra vida.

Por regla general, todos los seres humanos nos tenemos a nosotros mismos como la primera prioridad… el “YO” tiene un valor incalculable para cada persona, a tal grado que en algunos, no hay nada más que tenga valor.

Nuestro corazón pues estará justamente ahí, donde está lo que atesoramos, lo que apreciamos por encima de todo lo demás.

Ahora bien, en la vida cristiana, sólo es posible alcanzar la madurez y la plenitud cuando adoptamos la escala de valores de Dios, que dicho sea de paso, le coloca a Él y sólo a Él como la primerísima prioridad.

La escritura es muy clara en este punto, tal como Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mateo 22:37-40 RV60).

El orden es evidente: Dios primero, luego el prójimo y nosotros en la misma categoría. El amor real implica cordura, necesitamos comprender que no es posible dar lo que no se tiene, no es posible amar a los demás y a nosotros mismos si no aceptamos antes el amor de Dios que es la única fuente del amor auténtico: Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (1Juan 4:7-8 RV60).

El mayor adversario del amor, y por lo tanto de Dios, es el egoísmo, la sobrevaloración del propio YO por encima de todo y de todos, inclusive de Dios. El más grande enemigo del crecimiento espiritual es ese egocentrismo que nos impide alcanzar la plenitud de Cristo.

En la verdadera vida del Espíritu, Cristo es el único centro y objetivo, lo demás es un regalo adicional que Dios nos hace.

El mayor engaño al que nos sometemos es cuando creemos que satisfaciendo, antes que cualquier otra cosa, nuestros deseos y necesidades, estaremos en condiciones de ofrecer algo a los demás y a Dios mismo. El ser humano no tiene nada que ofrecer a Dios, excepto la rendición total a su voluntad y gobierno.

Para salir de ese error, es necesario depositar nuestra confianza entera (no parcial) en Dios y sólo en Él: No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mateo 6:31-34 RV60).