sábado, marzo 27, 2010

¿Dónde está tu corazón?

No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Lucas 12:32-34 RV60).

Quienes estudian mercadeo saben que existe una enorme diferencia entre el precio y el valor de las cosas. El precio normalmente se rige y se auto-regula por las condiciones del mercado de acuerdo a la oferta y la demanda.

El valor sin embargo, es lo que una persona está dispuesta a pagar por adquirir o conservar ese algo valioso. Todos tenemos una escala de valores, un orden de prioridades que sirve de guía para dedicar nuestra vida y esfuerzo.

Hay una pregunta importante que cada quien debería responderse con absoluta sinceridad… ¿qué es lo más importante en mi vida?, la respuesta no puede darse tan a la ligera, porque es fácil confundir las prioridades reales de nuestra vida.

Por regla general, todos los seres humanos nos tenemos a nosotros mismos como la primera prioridad… el “YO” tiene un valor incalculable para cada persona, a tal grado que en algunos, no hay nada más que tenga valor.

Nuestro corazón pues estará justamente ahí, donde está lo que atesoramos, lo que apreciamos por encima de todo lo demás.

Ahora bien, en la vida cristiana, sólo es posible alcanzar la madurez y la plenitud cuando adoptamos la escala de valores de Dios, que dicho sea de paso, le coloca a Él y sólo a Él como la primerísima prioridad.

La escritura es muy clara en este punto, tal como Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mateo 22:37-40 RV60).

El orden es evidente: Dios primero, luego el prójimo y nosotros en la misma categoría. El amor real implica cordura, necesitamos comprender que no es posible dar lo que no se tiene, no es posible amar a los demás y a nosotros mismos si no aceptamos antes el amor de Dios que es la única fuente del amor auténtico: Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (1Juan 4:7-8 RV60).

El mayor adversario del amor, y por lo tanto de Dios, es el egoísmo, la sobrevaloración del propio YO por encima de todo y de todos, inclusive de Dios. El más grande enemigo del crecimiento espiritual es ese egocentrismo que nos impide alcanzar la plenitud de Cristo.

En la verdadera vida del Espíritu, Cristo es el único centro y objetivo, lo demás es un regalo adicional que Dios nos hace.

El mayor engaño al que nos sometemos es cuando creemos que satisfaciendo, antes que cualquier otra cosa, nuestros deseos y necesidades, estaremos en condiciones de ofrecer algo a los demás y a Dios mismo. El ser humano no tiene nada que ofrecer a Dios, excepto la rendición total a su voluntad y gobierno.

Para salir de ese error, es necesario depositar nuestra confianza entera (no parcial) en Dios y sólo en Él: No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mateo 6:31-34 RV60).

sábado, marzo 13, 2010

¿Una contradicción?

El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. (Juan 6:63-65 RV60)

Parece contradictorio que no haya manera de llegar a Jesús, a menos que el Padre lo haya permitido, porque tal como Jesús lo expresa, Él es el camino, la verdad y la vida y nadie puede llegar al Padre sino a través de Él.

Dios ha querido hacernos parte de su plan perfecto. Para ello, el Padre entregó a los escogidos, desde antes de la fundación del mundo, en manos de Jesús para que por medio de Él nosotros tuviéramos la oportunidad de acercarnos y conocerle, formando un solo cuerpo del cual Jesucristo es la cabeza.

Hemos salido del corazón, de la mente y de la voluntad de Dios, y hemos de volver a nuestra casa en el cielo porque Dios tuvo misericordia de nosotros, liberándonos de la esclavitud del pecado, a la cual estábamos sometidos antes de conocer y aceptar la gracia salvadora de Jesús en nuestro corazón.

Esa oportunidad de renacer como verdaderos hijos de Dios no viene de nuestra propia voluntad sino del deseo ferviente de nuestro Padre de establecer una relación íntima y personal con nosotros, sus escogidos.

El ser humano natural tiene implantada en su existencia la necesidad de creer y de adorar. Esta necesidad nos lleva a buscar objetos de nuestra fe y adoración.

Sólo por medio del Espíritu de Dios es posible para el hombre natural, recibir la luz necesaria en su entendimiento para aceptar el regalo de la gracia de Jesús. Por ello, aunque el hombre busque, si no le es dado del Padre, no podrá tener ese encuentro con Cristo que le permita entrar por la única puerta que existe a la vida eterna. Sólo si el Padre lo permite, podemos desarrollar una verdadera fe y enfocar nuestra adoración en el único que la merece.

Jesús define con absoluta claridad en qué consiste la vida eterna: Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. (Juan 17:3 RV60).

Nuestra propia vida eterna comienza en el momento en que nos rendimos a Cristo, cuando aceptamos su señorío y el regalo de la salvación, es ahí donde se opera el nuevo nacimiento, el inicio de una vida en el espíritu de cada persona, que sólo se sostiene por la obra continua de Dios en nuestra existencia. Es Su Espíritu el que da vida a nuestro espíritu.

Al formar el carácter de Cristo en nosotros, Dios desarrolla paso a paso, durante toda nuestra vida terrenal, una dependencia total de Él, así que nos volvemos verdaderos esclavos de Cristo, lo cual, paradójicamente es la máxima libertad a la que podemos aspirar.

Él quiso que de esta forma, participemos de su obra, delegándonos la función de proclamar su obra, su gracia, su libertad entre las personas, para que aquéllos a quienes él ha escogido, reconozcan su llamado como ovejas de su prado.

Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. (Juan 10:27-29 RV60).

La Gran Comisión, el gran encargo que nos ha dado, es manifestarlo a Él ante el mundo entero, y aunque Él lo podría haber realizado sin necesidad de nosotros, decidió auto-limitarse y delegarnos la tarea de la evangelización,  para regalarnos el privilegio de participar de su obra, literalmente arrebatándole almas a las puertas del infierno y extendiendo su reino a todos sus escogidos.

Sólo tú y yo, que hemos sido escogidos, que tenemos esa convicción en lo más íntimo de nuestro ser, podemos con absoluta certeza reconocer que sólo Jesús, y nadie más que Jesús, es suficiente para llenar la vida de un ser humano, por ello es necesario que lo proclamemos a voces ante el mundo entero.