sábado, marzo 13, 2010

¿Una contradicción?

El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. (Juan 6:63-65 RV60)

Parece contradictorio que no haya manera de llegar a Jesús, a menos que el Padre lo haya permitido, porque tal como Jesús lo expresa, Él es el camino, la verdad y la vida y nadie puede llegar al Padre sino a través de Él.

Dios ha querido hacernos parte de su plan perfecto. Para ello, el Padre entregó a los escogidos, desde antes de la fundación del mundo, en manos de Jesús para que por medio de Él nosotros tuviéramos la oportunidad de acercarnos y conocerle, formando un solo cuerpo del cual Jesucristo es la cabeza.

Hemos salido del corazón, de la mente y de la voluntad de Dios, y hemos de volver a nuestra casa en el cielo porque Dios tuvo misericordia de nosotros, liberándonos de la esclavitud del pecado, a la cual estábamos sometidos antes de conocer y aceptar la gracia salvadora de Jesús en nuestro corazón.

Esa oportunidad de renacer como verdaderos hijos de Dios no viene de nuestra propia voluntad sino del deseo ferviente de nuestro Padre de establecer una relación íntima y personal con nosotros, sus escogidos.

El ser humano natural tiene implantada en su existencia la necesidad de creer y de adorar. Esta necesidad nos lleva a buscar objetos de nuestra fe y adoración.

Sólo por medio del Espíritu de Dios es posible para el hombre natural, recibir la luz necesaria en su entendimiento para aceptar el regalo de la gracia de Jesús. Por ello, aunque el hombre busque, si no le es dado del Padre, no podrá tener ese encuentro con Cristo que le permita entrar por la única puerta que existe a la vida eterna. Sólo si el Padre lo permite, podemos desarrollar una verdadera fe y enfocar nuestra adoración en el único que la merece.

Jesús define con absoluta claridad en qué consiste la vida eterna: Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. (Juan 17:3 RV60).

Nuestra propia vida eterna comienza en el momento en que nos rendimos a Cristo, cuando aceptamos su señorío y el regalo de la salvación, es ahí donde se opera el nuevo nacimiento, el inicio de una vida en el espíritu de cada persona, que sólo se sostiene por la obra continua de Dios en nuestra existencia. Es Su Espíritu el que da vida a nuestro espíritu.

Al formar el carácter de Cristo en nosotros, Dios desarrolla paso a paso, durante toda nuestra vida terrenal, una dependencia total de Él, así que nos volvemos verdaderos esclavos de Cristo, lo cual, paradójicamente es la máxima libertad a la que podemos aspirar.

Él quiso que de esta forma, participemos de su obra, delegándonos la función de proclamar su obra, su gracia, su libertad entre las personas, para que aquéllos a quienes él ha escogido, reconozcan su llamado como ovejas de su prado.

Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. (Juan 10:27-29 RV60).

La Gran Comisión, el gran encargo que nos ha dado, es manifestarlo a Él ante el mundo entero, y aunque Él lo podría haber realizado sin necesidad de nosotros, decidió auto-limitarse y delegarnos la tarea de la evangelización,  para regalarnos el privilegio de participar de su obra, literalmente arrebatándole almas a las puertas del infierno y extendiendo su reino a todos sus escogidos.

Sólo tú y yo, que hemos sido escogidos, que tenemos esa convicción en lo más íntimo de nuestro ser, podemos con absoluta certeza reconocer que sólo Jesús, y nadie más que Jesús, es suficiente para llenar la vida de un ser humano, por ello es necesario que lo proclamemos a voces ante el mundo entero.

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