sábado, julio 03, 2010

Perdonándonos unos a otros

Por tanto, vestíos como escogidos de Dios, santos y amados, de sentimientos entrañables de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de longanimidad; soportándoos los unos a los otros, y perdonándoos los unos a los otros, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor en verdad os perdonó, así también vosotros. Y sobre todas estas cosas, el amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Cristo sea árbitro en vuestros corazones, a la cual ciertamente fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (Col 3:12-15, BTX)

Los hijos de Dios estamos llamados a mostrar el amor de Jesucristo, a sobreponernos a las emociones, a los sentimientos e incluso a nuestros propios razonamientos, con el único propósito de adoptar la mente de Cristo.

El amor de Cristo es un hecho concreto que alimenta nuestra vida con su propia vida, a tal grado que nos ha entregado su Espíritu Santo, para que seamos guiados formados y consolados por Él; como consecuencia de su actuar, iremos desarrollando paso a paso sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, un ánimo recto, integridad y firmeza en Él.

Demostrar a otros el amor que Cristo tiene por nosotros, implica ejercer nuestra capacidad de perdonar las ofensas, desde las más leves hasta las más terribles. Requiere de la entereza para enfrentar el daño que los demás nos puedan hacer aceptando que todos somos igualmente capaces de dañar.

Ningún cristiano puede ver a otro ser humano como inferior por ninguna razón… ni siquiera el que ha cometido el peor y más despiadado de los crímenes puede ser considerado menos; Jesús habitó en esta tierra para salvar lo que se había perdido dándonos libertad y autodominio.

Es difícil para la mente humana comprender las razones por las cuales Dios nos llama a perdonar sin peros ni objeciones a todo el que nos ofenda. La “justicia” humana demanda la retribución por el daño recibido.

Jesús decidió entregar su vida y limpiarnos y hacer justicia por el pecado de todos y cada uno de nosotros con su sangre; en la mente de Cristo, no existió duda alguna acerca de la voluntad de Dios, Él se dispuso a pagar por nuestras deudas y ya pagó por las de todos aquellos que cometen cualquier clase de ofensas y crímenes.

A los ojos de Dios, toda la deuda ha sido cancelada… y nosotros, los cristianos, somos los que menos derecho tenemos de demandar una retribución cuando alguien nos ofende o nos daña, porque hemos recibido ya, en este momento, mucho más de lo que merecemos: tenemos nada menos que la vida de Jesucristo, el amor de Dios y la vida eterna en su presencia.

Si Dios ya juzgó, ya pagó y la justicia ha sido satisfecha, ¿qué hacer con los ofensores?... en la mente de Cristo sólo cabe el amor, la compasión, la bondad, la humildad, le mansedumbre, la longanimidad, la disposición total a perdonar y redimir al pecador.

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