sábado, septiembre 25, 2010

Tocando fondo…

Por esto se alejó de nosotros la justicia, y no nos alcanzó la rectitud; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos a mediodía como de noche; estamos en lugares oscuros como muertos. (Isaías 59:9-10, RV60).

Cuando perdemos la visión, cuando caminamos sin rumbo fijo, cuando nos alejamos de Dios, nuestra alma comienza a secarse y se vuelve presa fácil de cualquier viento. En esas circunstancias ni el sol calienta y hasta el agua se siente amarga por la hiel que brota de nuestro interior.

En tal estado, cualquier persona es capaz de tomar decisiones completamente erradas y que, lejos de sacarnos del agujero en que hemos caído, nos hundirán más en el pozo oscuro y solitario de la desesperación.

Es en esos momentos especiales donde nos encontramos solos ante nuestra vida y donde no hay más opción que rendirse y decir ¡no puedo!… es en esos momentos sublimes cuando podemos reconocer que sólo Dios puede sacarnos del abismo de soledad y desesperanza que nos ahoga.

¿Pero cómo llegamos ahí? ¿Cómo es posible que un hijo de Dios toque fondo?... la respuesta no es sencilla pero tiene mucho sentido: Dios lo ha permitido, Dios nos ha dado la libertad de permanecer en su presencia o de alejarnos de sus caminos, de entrar en su reposo o de correr hacia los criterios y valores tergiversados del mundo.

Si llegamos al fondo es porque nuestras decisiones, fundadas en nuestros criterios personales nos han llevado hasta ahí. Nadie escapa a las consecuencias de sus actos, tarde o temprano hemos de recoger la cosecha de nuestra siembra.

La buena noticia es que Dios no se ha movido de nuestro lado, Él no ha cambiado de opinión ni de rumbo, Él está siempre esperando nuestro retorno a sus brazos, y su espera no es pasiva; Él toca constantemente a nuestra puerta para recordarnos que: Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová. (Salmos 34:18-19, RV60).

Las angustias, los problemas, las tribulaciones, son parte de la vida del mismo modo que lo son las alegrías, y los triunfos. Pero el reposo y la paz de la que el alma goza por encima de todas estas circunstancias sólo puede provenir de una relación firme, constante y sustantiva con el Señor: La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. (Juan 14:27, RV60).

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8:35-39, RV60)

sábado, septiembre 18, 2010

¿Te enojas?

Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. (Efesios 4:26-27, RV60)

La ira es esa emoción que Dios permite en cada persona, que actúa como un aviso de alarma para que podamos ver y hacer ver nuestro descontento con respecto a algo o alguien.

La ira sin control puede degenerar en un momento de locura donde el dominio personal se pierde y el enojo toma posesión de nuestra voluntad, haciéndonos tomar decisiones y realizar acciones que de otra forma jamás llevaríamos a la práctica.

Enojarse no es malo, pero ceder el dominio de nuestra voluntad al enojo es un gravísimo error.

La Biblia afirma que es típico del necio, del falto de sabiduría, dejarse llevar y actuar imprudentemente ante las provocaciones o insultos: El necio al punto da a conocer su ira, mas el que no hace caso de la injuria es prudente. (Proverbios 12:16, RV60).

El control sobre el enojo es un atributo del fruto del Espíritu, es un ejercicio constante de paciencia que fortalece el dominio propio y demuestra una relación sólida con el Señor: El que tarda en airarse es grande de entendimiento, mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad. (Proverbios 14:29, RV60).

El carácter puede ser deformado y marcado por esa continua carencia de control sobre el enojo, a tal grado de encasillarnos en una falsa identidad indeseable: El hombre iracundo levanta contiendas, Y el furioso muchas veces peca. (Proverbios 29:22, RV60). Es fácil convertirse en el buscapleitos, el bravo, el ogro… aquél que se identifica por su mal carácter y con quien nadie soporta estar.

Una relación firme y sustantiva con Dios, produce en nosotros el fruto necesario que nos impulsa sujetar las emociones y los sentimientos al espíritu, mediante una constante paz, que mantiene nuestra alma estable y tranquila en toda circunstancia y a pesar del daño y las ofensas que provengan de los demás.

Ciertamente el enojo es un aviso, para que echemos mano de todas las herramientas que Dios ha puesto a nuestra disposición para mostrar el amor de Cristo ante la provocación.

Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; Y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad. (Proverbios 16:32, RV60).

La fuerza real, la del carácter, se muestra en el dominio efectivo de las emociones, y sentimientos, sujetándolos al espíritu. Esto sólo es posible cuando, menguando nuestro carácter, hemos permitido a Cristo crecer en nosotros manifestando su vida.

El de grande ira llevará la pena; Y si usa de violencias, añadirá nuevos males. (Proverbios 19:19, RV60).

Mejor es morar en tierra desierta que con la mujer rencillosa e iracunda. (Proverbios 21:19, RV60).

No te entremetas con el iracundo, Ni te acompañes con el hombre de enojos, No sea que aprendas sus maneras, Y tomes lazo para tu alma. (Proverbios 22:24-25, RV60).

sábado, septiembre 11, 2010

Amar como Él ama

Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva. Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. (Lucas 6:27-31, RV60)

La gracia de Dios, otorgada por amor a nosotros, sus hijos, nos capacita para ejercer el verdadero amor, el amor de Cristo de manera integral y sin excusas.

El amor ha tenido miles de definiciones e interpretaciones que se quedan pálidas, huecas y vacías ante la experimentación real de la presencia de Dios en nuestra vida.

El que ha experimentado el único amor real, el amor de Dios, sabe que sin Jesucristo es imposible amar, sabe que Él es la vid verdadera de la que nos nutrimos los creyentes y sólo mediante su Santo Espíritu podemos dar un fruto digno.

No existe mejor definición de amor que la que encontramos en la escritura… En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (1Juan 4:10, RV60).

Amar es la decisión consciente de permanecer en Cristo manifestando a todos Su amor, Su entrega, Su gracia, Su evangelio y Su presencia eterna.

Sólo es posible amar al enemigo si verdaderamente permanecemos en Cristo. Lo contrario al amor no es el odio, lo que más se le opone es el egoísmo que en su grado extremo es egolatría, la forma más despreciable de idolatría.

El amor no es pasivo, no basta con no hacerle mal a nadie, lo importante del amor es que nos transforma y capacita para hacer el bien a todos, incluso a los que nos aborrecen, a los que nos dañan, a los que nos odian o simplemente a los que les somos indiferentes.

No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. (Romanos 12:17-19, RV60).

Cristo pagó ya por todos los pecados de toda la humanidad… y Dios ya los perdonó, ¿Quiénes somos nosotros para no perdonar lo que Dios ya perdonó?

Si la deuda de los pecados de nuestros enemigos ha sido saldada por la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo, ningún cristiano, que acepta la verdad y el valor del sacrificio de Jesús, tiene entonces derecho a reclamar una retribución o venganza puesto que ya no hay deuda!... por ello, es posible amar a los que han pecado en contra nuestra, perdonándolos, procurándoles bien, orando por su liberación de las cadenas del mal mediante su aceptación de la Gracia de Dios en Cristo.