sábado, octubre 30, 2010

Cuidado con lo que siembras…

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. (Gálatas 6:7-10, RV60a)

La cultura y valores de esta época en que vivimos han ido cambiando todo, hasta los términos que usamos para definir las cosas.

Actualmente pocos hablan de “pecado”, porque es una palabra muy fuerte, con una connotación religiosa muy amplia, por ello ahora les llamamos errores o faltas… como quiera que sea, estamos hablando de hechos que desagradan a Dios, decisiones tomadas por nosotros que contradicen la voluntad y el diseño perfecto de Dios para nuestra vida.

En términos prácticos, el resultado de un pecado siempre se deja sentir, porque no hay acción que no tenga una consecuencia. Acciones positivas, producen consecuencias positivas, acciones negativas… es obvio el resultado.

Dios ha diseñado un mecanismo muy particular para permitirnos segar la cosecha de nuestra siembra: siempre, sin excepción, obtendremos las consecuencias en el momento más oportuno, cuando tendrán el impacto que más nos acerque a Dios, como una muestra de su inmenso amor.

El quebrantamiento de un alma rebelde será tan intenso como la exaltación de un alma dócil. Dios pone la dosis de amor que cada uno necesita para que aprendamos el valor de permanecer en su presencia.

Es nuestra costumbre acallar la voz del Espíritu cuando estamos empeñados en pecar, porque el pecado seduce, atrae sutil e intensamente. Si el pecado no fuese atractivo, nadie pecaría.

Pero Dios siempre está presente, aunque sofoquemos su voz con nuestra rebeldía, con nuestra indiferencia o con nuestra arrogancia. O simplemente prestemos mayor atención a los deseos de nuestra carne que a las advertencias de Dios sobre las consecuencias.

Dejar de oír a Dios es como no hacerle caso a la advertencia de falta de aceite en el motor del auto. La consecuencia es clara: o hacemos caso o tendremos un motor fundido. O hacemos caso a la voz de Dios o preparémonos para aceptar lo que pueda venir en razón de nuestras decisiones erróneas.

El que sembrare iniquidad, iniquidad segará, Y la vara de su insolencia se quebrará. (Proverbios 22:8, RV60a).

Porque sembraron viento, y torbellino segarán; no tendrán mies, ni su espiga hará harina; y si la hiciere, extraños la comerán. (Oseas 8:7, RV60a).

No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal. (Romanos 12:21, RV60a)

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