sábado, diciembre 18, 2010

La Sangre de Jesús

Así que, hermanos, teniendo confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, la cual nos abrió un camino nuevo y vivo, por medio del velo, esto es, de su carne; y teniendo un gran Sacerdote sobre la Casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo los corazones rociados, y así libres de mala conciencia, y los cuerpos lavados con agua pura. (Hebreos 10:19-22, BTX)

La sangre de Jesús es la fuente de vida que abrió el único camino que existe hacia nuestro Padre.

Sólo la sangre de Cristo limpia nuestra existencia de todo pecado, de todas las ofensas pasadas, presentes y futuras: Pero si andamos en la luz, como Él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado. (1Juan 1:7, BTX).

Es esencial comprender que la sangre de Jesús rompió las cadenas con que el pecado nos esclavizaba, Él nos dio libertad permanente garantizando con su Santo Espíritu nuestra total redención.

Todo esclavo o prisionero que es puesto en libertad tiene que adaptarse a su nueva vida, por ello es necesario que los cristianos, hoy nacidos de Dios, por la fe en Cristo, renovemos nuestra mente para aceptar plenamente nuestra nueva condición de hijos de Dios, santos, reservados para Él y destinados para realizar las obras que Él preparó de antemano para que cumpliésemos su voluntad que es buena, agradable y perfecta.

La sangre de Jesús ha sido el sacrificio que Dios aceptó como ofrenda única para expiar todos los pecados de la humanidad, por lo que hoy tenemos la total libertad de acercarnos confiadamente a nuestro Padre quien nos ha hecho “cercanos” a su corazón y nos regala su presencia continua.

Dios quiso darnos la libertad para permitirnos establecer una relación cercana, íntima con Él, sin intermediarios y sin más requisitos que haber aceptado a Cristo como Señor y Salvador… y todo por su inmenso amor.

Al pecar, la tendencia natural del ser humano es a esconderse de Dios, por la vergüenza que siempre acompaña a la ofensa. Satanás por su parte usará nuestro sentido de culpabilidad para distanciarnos aún más de Dios.

Pero Dios no se ha ido, Él ha estado presente en todo momento y ya perdonó el pecado. A Dios no le gustó vernos pecar, pero Él decidió lavar la ofensa con la sangre de Cristo y esa misma sangre limpia nuestra conciencia de culpabilidad, para que no desistamos de permanecer conscientemente en la presencia de Dios y rendirnos a su santa voluntad.

Ninguno de nosotros merece estar en la presencia de Dios, pero su gracia infinita y su misericordia que cada mañana se renueva, nos permite tener la absoluta seguridad que Él no nos rechazará si nos acercamos con un corazón sincero: Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. (Salmos 51:16-17, RV60)

sábado, diciembre 11, 2010

Someteos unos a otros

“Por tanto, como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las casadas a sus maridos en todo. Los esposos: Amad a las esposas así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella (Efesios 5:24-25, BTX).

En la actualidad, hablar de sometimiento tiene una connotación tan negativa que nos hace rechazar de inmediato la posibilidad de rendirnos ante cualquier otra persona. Hemos tomado las armas en contra de “someterse” o “sujetarse”, creyendo que con ello garantizamos nuestra libertad.

La Biblia nos muestra el verdadero rostro de la libertad: Decía entonces Jesús a los judíos que le habían creído: Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31-32, BTX).

Tan paradójico como suena, la Libertad viene de creer y someterse a Jesucristo permaneciendo cimentados, para toda nuestra vida, en su verdad y su Palabra. El problema entonces no es someterse sino, más bien, a quien nos sometemos y la razón por la cual lo hacemos.

Cuando el motivo que nos hace rendirnos unos a otros es el amor, y ese amor nos impulsa a entregarnos a nuestra pareja, del mismo modo en que Jesús se entregó voluntariamente, para dar libertad a su Iglesia aún a costa de su vida, entonces y sólo entonces podemos derribar las barreras que nos impiden someternos el uno al otro: el egoísmo, la autocomplacencia, el resentimiento, el rencor, la amargura, la decepción, la comodidad, los celos, la ira y tantos otros mecanismos que instintivamente usamos para “defendernos” y garantizar nuestra autodeterminación.

Pero contrario a lo que muchos creen, el amor no es una simple emoción o un sentimiento, que por naturaleza son pasajeros y se enfrían. El amor es un estilo permanente de vida que cada quien decide conscientemente adoptar, es un modo de vivir en el que valoramos a los seres amados y procuramos siempre su bien, por encima de todo lo demás. Sólo así se entiende que Jesús nos exhortara diciendo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como os he amado, que también os améis unos a otros.(Juan 13:34, BTX).

Amar como Cristo ama es la única manera real de amar, si nuestra pareja nos ama así, con esa entrega, someterse a ese ser amado, lejos de ser una pérdida de libertad, se convierte en la expresión más perfecta del amor de Dios que como esposos podemos vivir: ¡Invita a Cristo a tu matrimonio!

La altivez humana

Porque tú salvarás al pueblo afligido, Y humillarás los ojos altivos. (Salmos 18:27, RV60a)

Altivez de ojos, y orgullo de corazón, Y pensamiento de impíos, son pecado. (Proverbios 21:4, RV60a)

El orgullo y la altivez que tiende a dominarnos, no es más que una manifestación de la lucha interna entre dos pensamientos: creernos nuestro propio dios o bien reconocer que sólo hay un Dios ante el que es necesario doblar rodilla y humillarse.

La arrogancia del ser humano desborda los límites cuando hay personas que niegan la existencia misma de Dios, apoyándose en argumentos realmente absurdos.

En una entrevista realizada por el periodista de BBC, William Crawley al conocido ateo militante Richard Dawkins, este último afirma que si al morir se encontrara con que Dios es real y le preguntara por qué no creyó en Él, su respuesta se limitaría a decir que “no había evidencia suficiente”.

¿Será necesario que Dios muestre mayores evidencias de su existencia y su poder?... Con toda su inteligencia y desarrollo, el ser humano a duras penas comprende parcialmente algunas de las leyes que rigen el universo; a estas alturas de la civilización sólo hemos creado tecnologías e inventos que a la larga han deteriorado más al planeta de lo que han beneficiado a la humanidad. Vivimos en una sociedad totalmente vendida a un materialismo egoísta.

La autocomplacencia y la exaltación del “yo” son parte de los antivalores que hemos asimilado desde nuestra niñez.

El pensamiento que pone a los demás por encima de nosotros se considera una mentalidad de perdedor. Sin embargo bíblicamente la enseñanza es contraria: Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. (Filipenses 2:3-4, RV60a)

La humildad y la mansedumbre, que son atributos divinos y fruto del Espíritu, se han depreciado en nuestra monetizada sociedad donde el poder, la posición, posesiones y riqueza determinan el nivel de éxito.

¿Qué haremos? Acomodarnos al pensamiento de esta era o renovar nuestra mente según los criterios de Dios: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:22-24, RV60a)

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. (Romanos 1:18-21, RV60a).