sábado, abril 09, 2011

La paz verdadera

Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. (Filipenses 4:4-5, RV60)

En esta época, en que resuenan en nuestros oídos las noticias de desastres como terremotos, tsunamis, huracanes generados por el cambio climático, cuando vemos y escuchamos diariamente en todos los noticieros sobre guerras, masacres, genocidios, revoluciones, asesinatos, tráfico de personas, tráfico de drogas, desfalcos, maras, sicarios y de tantos otros síntomas de descomposición social, moral, política, económica y familiar, es difícil creer que podamos mantener un ánimo optimista y la fuerza para enfrentar una realidad tan dura.

A decir verdad, los seres humanos hemos sembrado lo que ahora cosechamos. Algunos hemos sido actores que hemos propiciado estas catástrofes, otros hemos pecado de indiferencia sin hacer nada para remediar los problemas. Hechor o consentidor, al final todos somos responsables de tan grande deterioro.

¿Y ahora? ¿Qué podemos hacer?... No hay ser humano, ni país, ni organización capaz de resolver el remolino en el que la humanidad ha caído hundiéndose hacia su propia destrucción. El colapso es inevitable.

Pero la Biblia nos muestra que sí hay esperanza, que podemos gozar de paz y de seguridad en la gracia salvadora de nuestro Señor Jesucristo.

Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre. (Juan 20:31, RV60). El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. (1Juan 5:12, RV60)

Jesús nos advirtió de las señales de su regreso que prácticamente se están cumpliendo ante nuestros ojos y por ello también nos garantiza que en Él, tendremos paz aún entre las tribulaciones del mundo: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. (Juan 16:33, RV60).

La paz verdadera no proviene de acuerdos entre naciones o de leyes y reglamentos, la paz real es fruto de un espíritu guiado por el Espíritu de Dios, es producto de una relación íntima y personal con nuestro Padre celestial, que sólo es posible por la permanencia en Cristo como nuestra única fuente de vida. Cuando Jesús es el Rey de nuestra vida, no hay espacio para la ansiedad ni para la desesperanza, pero esto requiere de una entrega total del gobierno de nuestra existencia a Él y sólo a Él: La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. (Juan 14:27, RV60).

Cuando somos conscientes de la presencia constante de Dios, de su completo control de todo lo que ocurre en nuestra vida y por sobre todas las cosas, de su infinito amor por nosotros, sus hijos, los problemas, por grandes que nos hayan parecido se reducen a sus verdaderas dimensiones y se vuelven insignificantes ante Él.

La paz que proviene de Dios, guarda nuestra mente y nuestro corazón, nos sostiene ante las peores circunstancias, apaga el temor e infunde esperanza: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8:35-39, RV60).

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