sábado, abril 18, 2009

Menguar, negarse... morir

Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe. (Juan 3:30)

Sólo menguando, disminuyendo, rindiéndose con humildad ante el Señor se puede crecer en el espíritu. No importa cuantos años hayamos vivido, siempre se puede iniciar el proceso de crecimiento entregando poco a poco, un paso a la vez, el mando de nuestra vida al único que en verdad puede guiarla a su verdadero destino. Sabemos que guiarnos sólo con nuestro propio criterio es un camino demasiado riesgoso.

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. (Mateo 16:24-25)

Seguir el único Camino al Padre, implica negarse cada día, significa entregar el control, la dirección y la voluntad sin objeciones, sin peros, en pocas palabras es tomar la cruz para poder morir en ella, es entregar la vida cada día, en manos de quien la puede administrar, del único capaz de reemplazar esa vieja naturaleza ruin y contaminada, por una persona renovada, viva y libre da ataduras.

Significa comprender y renunciar diariamente a los deseos propios, para adoptar los deseos y la voluntad de Dios, que tiene mucho mejores propósitos que los nuestros día a día. De nuestra vida antes de Cristo no hay nada digno de salvarse, es mejor perderlo todo y recibir esa vida nueva que sólo Jesús puede regalar por su bendita gracia.

De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. (Juan 12:24-25)

No hay posición más alta y digna que la del hombre que cae de rodillas en total humillación ante el Señor Jesús. El privilegio de morir para que Cristo viva y se manifieste tiene recompensas que van más allá de nuestra comprensión.

El que está muerto, no habla, no ve ni oye, no come, no camina, no hace nada porque ya no lo necesita, todas sus necesidades de este mundo se han acabado, no existen más. Muertos al mundo y vivos en el Señor requiere de la decisión de no volver atrás, de valorar todo con la escala de valores de Dios y reconocer, como dice Pablo, que todo es basura, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo por amor de quien vale la pena perder cualquier cosa que en este mundo hayamos obtenido.

No hay persona, beneficio, logro, posesión o reconocimiento que este mundo pueda darnos que supere la dignidad de ser llamado hijo de Dios y amado por Él como tal.