sábado, junio 26, 2010

No nos metas en tentación

Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Mateo 26:41, RV60).

No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. (1Corintios 10:13, RV60).

Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. (Santiago 1:12, RV60)

La batalla constante de los hijos de Dios es entre la carne y el espíritu. La mente, el conocido campo de batalla es donde el conflicto entre el ser humano interior (espiritual), que se deleita en la ley de Dios y el ser humano carnal se hace presente ante cada tentación.

Lo interesante de la tentación es que siempre, sin excepción, nos presenta un atractivo sumamente agradable. Nadie es tentado de cometer un hecho que le desagrada, por el contrario, la tentación es seductora, penetra en nuestra mente a través de nuestros sentidos y nos hace evocar las satisfacciones y agrado que hemos disfrutado al sucumbir a ella en ocasiones anteriores.

Es el instrumento preferido de Satanás, porque a él le da poco trabajo. Siendo el padre de la mentira, usa nuestras propias debilidades para presentarnos lo que sabe que nos tienta como un beneficio sobrevaluado, exagera ante nuestros ojos su atractivo para que no podamos resistirnos.

A decir verdad, es preferible tomar una actitud preventiva ante la tentación, y la mejor prevención es orar, pedir al Padre que no permita que seamos tentados.

Pero Dios puede permitir que la tentación se presente en nuestra vida porque nos ha dado la capacidad para salir de ella mediante su Santo Espíritu.

Evitar la tentación, huir de ella, es la táctica evasiva que da mejores resultados. Pero si aún así se presenta, Dios es fiel para darnos el valor y la fuerza para resistir y vencer.

En todos los casos, las fuerzas humanas son insuficientes, sólo el amor de Cristo y la permanencia en Él pueden fortalecer lo suficiente para mantenerse firme ante la tentación, teniendo el criterio suficiente para reconocerla oportunamente y huir de ella o para resistirla saliendo victorioso.

Pero cuidado, la tentación tiene una característica para la que hay que prepararse… es perseverante, recurrente, no detiene su asedio.

Esto nos lleva a concluir que sólo si alimentamos al espíritu con una relación permanente con el Señor, nuestra carne verá menguada su influencia en nuestras decisiones y acciones diarias.

Alimentar la carne sólo lleva a ceder a la tentación por pequeña que sea… si el espíritu está fuerte vencerá a la carne, pero si hemos alimentado la carne con toda clase de deleites mundanos, la probabilidad de sucumbir es mayor. Fortalecer el espíritu sólo es posible cuando nos alimentamos de la Palabra de Dios y de su Santo Espíritu, recordemos que Jesucristo es el Pan de Vida y el agua que Él nos da hace brotar ríos de agua que saltan para nuestra vida eterna.

sábado, junio 12, 2010

Viéndonos como Dios nos ve

Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria. Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría. Estas cosas provocan la ira de Dios. (Colosenses 3:1-6 LPD).

El cristiano verdadero, ha resucitado, no es una mera suposición, hemos resucitado con Cristo por lo cual hemos de buscar en nuestra vida los bienes del reino de Dios.

Cuando tomamos clara conciencia de nuestra posición como hijos de Dios, descubrimos que nuestro Padre ha puesto a nuestro servicio todo el poder del Espíritu Santo para que, en sus fuerzas, actuemos conforme a la visión que Él tiene de nosotros.

Dios quiere que sus hijos pensemos como Él piensa, que nos veamos a nosotros mismos como santos, redimidos, reyes, sacerdotes, perfectos y maduros.

Dios ve a Jesucristo en cada uno de nosotros, por lo cual su concepto difiere del nuestro ya que nosotros todavía estamos en el proceso de cambiar nuestro pensamiento. El concepto que poseemos acerca de nosotros mismos adolece de severas deficiencias por cuanto seguimos viendo nuestras fallas comparadas contra la perfección de Cristo.

Ninguna persona que se forma escuchando que es inepta, incapaz, torpe, cobarde, buena para nada, logrará por sus propios medios creer con facilidad que es más que lo que ha escuchado.

Para hacer morir lo que queda de nuestra vieja criatura, Jesús nos dio la solución: tomar nuestra cruz cada día y seguirle.

Ese proceso de morir a los deseos por las cosas de este mundo se puede realizar cuando le cedemos el control al Espíritu Santo. Tomar la cruz significa llevar a la obediencia de Cristo todo pensamiento y decisión, es cederle a Él todos los derechos y anhelos.

Dios quisiera que nuestro cambio fuera voluntario y por amor a Él, en agradecimiento a Cristo quien ya recibió toda la ira de Dios en sí mismo. Por ello, Dios se indigna por nuestra falta de entrega real a Cristo, porque como Padre sabe que sufriremos las consecuencias de nuestra falta de obediencia.

Dios no nos obliga a nada, por el contrario, nos ha dado libertad completa en Cristo. Resulta pues absurdo que por correr tras una satisfacción efímera, humana y temporal, abandonemos la cobertura que Dios quiere darnos y nos expongamos a consecuencias que sólo nos generarán dolor y amargura.

Lo grave de esto es que con ello dañamos el corazón de Dios y despreciamos el valor de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.

sábado, junio 05, 2010

Una relación libre…

Dios venció a todos los poderes y fuerzas espirituales a través de la cruz, desarmándolos y obligándolos a desfilar derrotados ante el mundo. Por eso les digo: no permitan que nadie les diga lo que tienen que comer o beber. Tampoco se sientan obligados a celebrar las festividades judías: fiestas de guardar, celebración de luna nueva o días de descanso. Esas son cosas del pasado, imágenes borrosas de lo que estaba por venir. Pero ahora, tenemos a Cristo que es la realidad. (Colosenses 2:14-17 PDT).

Jesucristo nos ha dado la libertad completa de toda exigencia y opresión religiosa, por ello, los cristianos declaramos con mucha frecuencia que no tenemos una religión sino una relación con Dios por medio de la gracia.

Entre los que hemos aceptado el señorío y salvación que Jesucristo nos ha otorgado, se ha generalizado un concepto acerca de la religiosidad sumamente negativo, por cuanto representa solamente un conjunto de exigencias conductuales conforme a la ley que sólo se fijan en el comportamiento exterior, en el cumplimiento de normas y no en la transformación de la mente y de las intenciones del corazón.

Las implicaciones de un cambio exterior en la conducta, sin una verdadera renovación del entendimiento, solamente produce brotes temporales de satisfacción por haber cumplido con los preceptos, mas sin embargo, genera frustración cuando por alguna razón se deja de cumplir.

La amistad con las personas no puede forzarse; la amistad con Dios tampoco puede desarrollarse sin poner la voluntad al servicio de la voluntad de Dios, y es que Él define la amistad como la disposición de poner la vida por el amigo. Esto significa que hemos de entregar enteramente nuestra vida a Cristo para ser cambiada…

No se trata de una reparación de nuestro yo interior, se trata de morir completamente a nuestros deseos y pretensiones humanas, permitiendo a Jesucristo actuar libremente a través de nuestra vida. Sólo cambiar de conducta sin adoptar la mente de Cristo es un esfuerzo vano y destinado al fracaso… es una mala imitación de la vida de Jesús.

Sólo Jesús puede vivir la vida de Jesús, y Él la quiere vivir a través de cada uno de nosotros, cambiando nuestro corazón por un corazón nuevo, renovando nuestro entendimiento para que comprendamos la voluntad de Dios, llegando a tener una comunión tal que seamos uno con Él y con el Padre a través de su Espíritu Santo.

Sólo Dios tiene el derecho de juzgar, por lo que no estamos obligados a aceptar las imposiciones religiosas que obligan a vestirse de tal o cual forma, a comer o no comer determinados alimentos, guardar o no determinados días, etc. Ni siquiera el ayuno, realizado como sacrificio para expiación tiene mérito, ya que Jesús hizo ya el sacrificio supremo y nada podemos agregar de valor a su muerte y resurrección.

Jesús es suficiente, Él es nuestra realidad, nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida, toda la creación depende sólo de Él.