domingo, enero 13, 2013

No salga a la calle sin ropa

Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. [Colosenses 3:12-15 RV60]

Nadie sale a la calle sin ropa, además de ser un delito, sería incómodo, penoso... más aún, la mayoría de personas buscamos cuidadosamente la ropa que usaremos de acuerdo a la ocasión, la vestimenta apropiada para las actividades que desarrollaremos en el día.

La escritura nos insta a emplear un traje espiritual que es mucho más importante que la ropa. Es nuestra carta de presentación ante las demás personas, incluyendo a Dios mismo. Ese ropaje espiritual sólo se puede adquirir en la sastrería del Espíritu Santo; vestirse de misericordia, benignidad, humildad y paciencia es fruto de la relación constante con Dios. Del modo que la ropa nos protege de las inclemencias del entorno, este fruto del Espíritu nos protege de nosotros mismos, del daño que hacemos y del daño cualquiera nos quiera hacer.

El apóstol Pablo, nos recuerda, por medio de su carta a los cristianos de Colosas, que la tolerancia con los ofensores (no con las ofensas) es necesaria para la convivencia en paz. Dicho sea de paso no hablamos de tolerar el pecado sino de extender el amor de Cristo hacia el pecador, hacia la persona que con su comportamiento nos ofende, ofende al prójimo y ofende a Dios. Hemos de recordar que Dios ya lo perdonó, y si Él que es Dios infinitamente justo, ya lo perdonó, ¿qué derecho tenemos de juzgar y condenar al ofensor?

Vestirse de AMOR, del amor integral que Dios nos provee sin medida y sin límite, debe ser suficiente en nuestra vida para cubrir nuestro espíritu humano y nuestra alma, del frío del odio, del desprecio, de la mentira, la traición, de la indiferencia, de la culpa, del  temor o de la soledad que se vive en estos tiempos en el mundo.

Ese amor es el vínculo que Dios quiso establecer con cada uno de nosotros por medio de Jesús... el SEÑOR, siempre que le dejemos entrar y gobernar en nuestro corazón; sólo entonces tendremos esa paz que no no se logra entender porque supera a toda expectativa humana y trasciende al nivel del espíritu capacitándonos para ver a los demás con los ojos de Dios.

Ante esta verdad, sólo podemos decir GRACIAS SEÑOR.

sábado, mayo 28, 2011

¿Sí o No?

Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación. (Santiago 5:12, RV60a).

Valentía, Lealtad, Humildad, Sabiduría, Diligencia, Honestidad, y muchos otros componentes del carácter son vitales para desarrollar una vida íntegra y conforme a la voluntad y el diseño perfecto de Dios.

Entre estos elementos del carácter se encuentra una característica o atributo de suma importancia: la capacidad para tomar buenas decisiones.

Las decisiones, para ser confiables y permanentes, deben apoyarse sobre una base sólida. No es un método sabio el dejar las decisiones “al azar” o “a la suerte”. La base de las decisiones en un cristiano, como cada cosa en su vida debería ser el fundamento de todo: Cristo, el Señor Jesús.

El carácter formado y fortalecido en Cristo, nos hace tomar y sostener las decisiones por cuanto tienen una base firme, incorruptible y no tambaleante.

Por otra parte, las decisiones tomadas sobre la base de criterios puramente humanos, tienden a variar en función de las debilidades propias de nuestra naturaleza humana, que por regla general no sólo son alejadas de Dios, sino que contribuyen a nuestro deterioro espiritual. Toda decisión se reduce a un “sí” o un “no” que hemos de responder ante una situación particular.

Mi “Sí” o mi “No” está respaldado por una de dos personas: Cristo o Yo. ¿Quién, de estas dos personas es infalible, inmutable y plenamente confiable?

La respuesta es obvia. Por esta razón es necesario tener la capacidad de tomar las decisiones con el criterio de Cristo: Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo. (1Corintios 2:16, RV60a).

El desarrollo del carácter es proporcional a nuestro grado de comunión con el Señor. Mientras Él y su mente predominan en nuestra vida más aciertos tendremos. Si por el contrario, apagamos la influencia y guía del Espíritu Santo, nuestras decisiones carecerán de la firmeza y fundamento que las hace sostenibles.

El valor de una decisión no está en tomarla sino en sostenerla. El único fundamento eterno sobre el que puede descansar una buena decisión es Él, el Señor.

Estamos acostumbrados a proclamar a viva voz Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13), y esa es una verdad irrefutable pero la pregunta íntima y personal que requiere respuesta es ¿Estoy en Cristo?, ¿Permanezco en Él?

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (Juan 15:1-8, RV60a)

sábado, mayo 21, 2011

Crecimiento a prueba

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2Timoteo 3:16-17, RV60a)

La Biblia constantemente nos insta a estar preparados. Pero, ¿para qué hemos de prepararnos?

La vida es un proceso constante que exige desarrollar permanentemente, nuevas capacidades y habilidades, adquiriendo destrezas y competencias que nos preparan para afrontar la realidad y las circunstancias que sobrevendrán. En pocas palabras, es un proceso de adquisición y afianzamiento de carácter.

Cristianos y no cristianos nacemos, crecemos, aprendemos a vivir y a sobrevivir poniendo en práctica los conocimientos adquiridos, las habilidades desarrolladas, y los principios y guías de vida asimilados y aceptados como propios.

La preparación en la vida cristiana, se diferencia de cualquier otra en todo sentido por cuanto pretende un objetivo específico: desarrollar la mente de Cristo en cada uno de nosotros, de tal manera que habiendo alcanzado la “estatura de la Plenitud de Cristo” seamos capaces de comprender y actuar con la madurez que se necesita para proclamar, mediante hechos concretos, el amor y la misericordia de Dios por encima de todo valor humano.

Adquirir el carácter de Cristo requiere de una absoluta disposición a rendirse enteramente a la voluntad del Padre. Nadie está mejor preparado para la vida que aquél que cede el gobierno de su existencia a Dios mismo.

Como todo atleta que enfrentará un competencia, es importante que nuestro punto de partida sea prepararnos adecuadamente para la prueba que hemos de pasar.

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. (Santiago 1:2-4, RV60a).

En esta vida, todas las pruebas que tendremos pretenden una sola cosa: desarrollar en nosotros el carácter de Cristo mediante un proceso de maduración y perfeccionamiento de nuestra fe, para que nuestra actuación diaria en todos los ámbitos en que nos desenvolvemos, sea un testimonio fiel de la presencia y de la obra santificadora del Señor en todo lo que hacemos, llevándonos a ser dignos de ser llamados sus hijos.

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, (Efesios 4:11-15, RV60a)

sábado, mayo 07, 2011

Tiempo para todo y todo a su tiempo

¿Qué provecho saca quien trabaja, de tanto afanarse?  He visto la tarea que Dios ha impuesto al *género humano para abrumarlo con ella.  Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la *mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el *hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin.  Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva;  y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba, y disfrute de todos sus afanes. (Eclesiastés 3:9-13, NVI)

La sabiduría que viene de Dios nos da la pauta para ordenar apropiadamente las prioridades de nuestra vida.

En la formación de nuestro carácter, desarrollándolo para darnos la capacidad de enfrentar la realidad en función de la voluntad de Dios, nuestro Padre ha dispuesto un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo.

Ser diligente es uno de los atributos que hemos de desarrollar, para aprovechar el más importante recurso natural, no renovable, que Dios nos ha dado: el tiempo.

La realidad de nuestras prioridades se puede medir muy fácilmente. Si listamos todas las actividades que realizamos en una semana normal, luego identificamos el número de minutos, horas o días que le dedicamos a cada actividad y las ordenamos, de la que consume más tiempo a la que consume menos… habremos identificado desde lo que efectivamente es más importante, hasta lo que no lo es.

Pero eso no es todo. Agreguemos a nuestra lista las cosas que queremos hacer y no hemos hecho, las cosas que sabemos que en la voluntad de Dios son una tarea específica que debemos hacer, para la cual se nos ha capacitado con los dones y talentos requeridos, pero que por las “razones” – léase excusas – que sean no hemos desarrollado.

Posponer una y otra vez lo inevitable sólo hace más difícil la tarea; es un desperdicio de energía y de vida, que nos desenfoca de los propósitos reales de nuestra existencia.

Pero Dios nos dice que “todo lo podemos en Cristo” en su fortaleza, lo que por implicación nos lleva a concluir que si no hemos “podido” hacer algo que Dios demanda, es porque nuestra permanencia “en Él” no existe o es inconstante.

Nuevamente llegamos a la raíz de todo: separados de Jesucristo, de la vid verdadera, somos como pámpanos cortados, incapaces de seguir viviendo y produciendo vida.

La única fuente de vida capaz de transformar nuestro carácter es Jesús, sólo en Él podemos ser, hacer y tener lo que un hijo de Dios está destinado a realizar en su existencia.

Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:

un tiempo para nacer, y un tiempo para morir;

un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar;

un tiempo para matar, y un tiempo para sanar;

un tiempo para destruir, y un tiempo para construir;

un tiempo para llorar, y un tiempo para reír;

un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto;

un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas;

un tiempo para abrazarse, y un tiempo para despedirse;

un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir;

un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar;

un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser;

un tiempo para callar, y un tiempo para hablar;

un tiempo para amar, y un tiempo para odiar;

un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz.

(Eclesiastés 3:1-8, NVI)

sábado, abril 30, 2011

Queda poco tiempo…

Siendo pues linaje de Dios, no debemos suponer que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pues bien, Dios, pasando por alto esos tiempos de ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual va a juzgar a la humanidad con justicia, por medio del Varón que designó, presentando a todos garantía de ello cuando lo resucitó de entre los muertos. (Hechos 17:29-31, BTX)

Vivimos la época más gloriosa de la historia moderna. Somos privilegiados al contemplar ante nuestros propios ojos, el cumplimiento de la palabra profética de Dios en toda su magnitud.

Sabemos que Jesús, el Rey de Reyes, el Señor, viene pronto a establecer de una vez y para siempre su trono y su gobierno en una tierra nueva y cielos nuevos, haciéndonos participantes de su gloria.

Es imposible para nosotros tener tan siquiera una idea de la magnificencia del cielo y de la salvación que se nos ha otorgado por la gracia de Dios. Nuestra mente no logra dimensionar la magnitud del sacrificio de Jesús ni el inmerecido regalo de la vida eterna.

Dios ha puesto en el corazón del ser humano “eternidad”, esa sed de Dios que no se puede describir con palabras. Hemos sido creados para glorificar a Dios y exaltar el nombre de Jesús por encima de todo lo que existe.

Lamentablemente, también somos testigos de la acelerada carrera de autodestrucción que lleva la humanidad. Todas las señales que Jesús anticipó prácticamente se han presentado ya como anuncio del fin de los tiempos y el próximo comienzo de una vida nueva.

¿Y los que no han conocido a Cristo? El mensaje del evangelio está siendo difundido ampliamente y es nuestra responsabilidad cristiana hacer que se propague a toda criatura.

Volverse a Dios implica cambiar de dirección, literalmente la palabra arrepentirse significa girar y caminar en el sentido opuesto. Eso es lo que Dios pide del que, hoy por hoy, no camina en su ruta.

Arrepentirse, cambiar el rumbo, es un paso que requiere fe, es una decisión que necesita de valentía porque implica plantarse en completa oposición a la escala de valores de este mundo. Ese coraje, esa fuerza necesaria para sostener la decisión de caminar con Cristo hacia el Padre sólo puede venir del poder mismo del Espíritu de Dios.

La decisión de seguir a Cristo es personal, nadie puede tomarla en lugar de otro, la capacidad de sostenerla viene de Dios, pero el paso necesario es atreverse a decidir.

Dios nos ama de tal manera, que entregó a Jesús, su Hijo, como ofrenda y sacrificio para justificarnos, para saldar la deuda de nuestro desprecio a Dios, a su gobierno, a su justicia y a su amor perfecto.

Nadie puede comprar un don de Dios, lo que somos, lo que tenemos y lo que somos capaces de hacer viene de Dios. Despreciar el sacrificio de Jesús negándose a aceptarle como el único digno de señorear en nuestra vida es sinónimo de muerte eterna… no significa dejar de existir, significa una existencia sin sentido, sin satisfacción, sin propósito… ¡para siempre!, es quemarse por siempre en el fuego de la necesidad de Dios sin poder alcanzarlo: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, también tiene al Padre. (1Juan 2:22-23, BTX)