sábado, diciembre 19, 2009

Dios es nuestra confianza…

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Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. (Hebreos 11:13-15 RV60).

Parece contradictorio tener fe y no alcanzar lo prometido, sin embargo es perfectamente posible, porque la fe no consiste, ni depende de obtener lo que se cree. La fe que opera en un hijo de Dios es confianza y dependencia total del Padre celestial, aceptando que su voluntad, buena, agradable y perfecta es mejor para nosotros que cualquier deseo personal.

Resulta entonces que la Palabra de Dios se cumplirá en nuestra generación o en cualquiera de las que nos habrán de suceder, recordemos que sólo los seres humanos estamos limitados por el tiempo, Dios vive en un presente continuo, como nos lo dice el apóstol Pedro, para Él un día es como mil años y mil años como un día, y las promesas de Dios se cumplen en el tiempo que Dios administra a su entera voluntad.

Cuando asimilamos esta verdad, podemos desarrollar una confianza plena en el Señor, la cual crece en la medida que vemos la transformación que Cristo hace de nuestra vida.

Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto. (Jeremías 17:7-8 RV60).

No es igual confiar en una persona que hacer de esa persona nuestra confianza, lo primero es simplemente suponer que la persona no nos defraudará en aquello que nos concierne o que esperamos de ella. Hacer de Dios nuestra confianza tiene un alcance mucho mayor, implica aceptar la verdad bíblica que establece que nadie, ni siquiera nosotros mismos, somos dignos de confiar porque hasta nuestro propio corazón nos engaña, por lo cual sólo hemos de confiar en Dios por ser Él quien es y no por lo que obtenemos de Él.

La comprensión de esta verdad nos lleva directamente a depender de Dios y sólo de Dios, anulando toda influencia del egoísmo y la autocomplacencia, porque aceptamos que todo lo que Dios permite en nuestra vida es en nuestro beneficio, que aunque a veces ocasiona deleite y a veces provoca dolor, siempre resulta en nuestro crecimiento hacia la imagen suya, que Dios quiere restaurar en el ser humano.

Por otra parte nos hace caminar siempre hacia adelante, sin retroceder a nuestro pasado de esclavitud y dependencia de antiguos ídolos tales como el dinero, la posición, las relaciones y personas en las que hemos creído por los beneficios que, a través de ellas, hemos logrado o por las satisfacciones que nos han dado. Ese avance va dejando en el camino la veneración por lo pasajero y material de este mundo, moviéndonos a la adopción de los valores fundamentales del reino de Dios: el amor, la fe, la esperanza, basados única y exclusivamente en Jesucristo como única piedra angular de nuestra vida.

En este punto podemos, sin dudarlo, decir ante cualquier poder que nos quiera someter para que adoptemos sus falsos valores: He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado. (Daniel 3:17-18 RV60).

sábado, diciembre 12, 2009

Mantengamos la confianza…

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No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma. (Hebreos 10:35-39 RV60)

La voluntad de Dios no es sólo una expresión de lo que alguien extraño quiere, es el deseo vehemente de nuestro Padre, del ser que más nos ama, de moldearnos a la imagen suya, de restaurar lo que de Él hemos perdido por la presencia del pecado, para volvernos perfectos ante sí mismo.

Conocer la voluntad de Dios es sólo el primer paso, el siguiente es rendirnos a ella para luego pasar a la verdadera acción, a vivir en cada momento de nuestra vida bajo la norma de su dirección por medio del Espíritu Santo.

La fe es nuestra expresión concreta de la confianza que hemos desarrollado en que Jesús es la verdad que supera todo lo que nuestros sentidos, emociones, sentimientos o razón nos puedan dictar; Él está por encima de las circunstancias y de todo lo que vemos. Él es el único camino digno de recorrerse y vivir en Él es la única manera digna de vivir.

Creer que ocurrirá un milagro no es fe, pero saber con absoluta certeza si Dios quiere que ocurra o que no ocurra, sin que esto cambie en absoluto mi confianza en Él, en su amor y en sus promesas, eso sí muestra un principio de fe. Y decimos un principio porque la fe real es un estilo permanente de vida, que no permite dudas acerca del absoluto control que Dios tiene de nuestras circunstancias y que nos lleva a descansar en Él sin turbar la paz que Cristo nos ha dejado, esa paz que no es como la paz del mundo, sino aquélla que sobrepasa a nuestra capacidad de entenderla porque siempre nos preserva de los efectos nocivos de la adversidad.

La fe es certeza, es la capacidad de aguardar con paciencia el cumplimiento de la Palabra de Dios en cada aspecto de nuestra vida, porque si Él prometió algo, se cumplirá, lo que Él haya dicho es así aunque todavía no lo podamos ver.

Tener fe no significa creer que Dios cumplirá mis deseos, por el contrario, significa estar seguro que Él me ha dado por medio del sacrificio, la muerte y la resurrección de Jesús, del único medio real para alcanzar su promesa de salvación, de librarme del mal que reside en mí y del mal que procede del mundo espiritual en el que se libra una batalla continua por negarme el gozo de vivir en Cristo. Dios no se moverá a cumplir lo que yo quiero o lo que creo que necesito. Dios siempre hará en mi vida lo que realmente necesito para alcanzarlo a Él y llegar a la vida plena que ha preparado para mí.

Por ello, al decir que la fe es certeza de lo que esperamos, es porque sabemos que no podemos esperar otra cosa diferente que el perfeccionamiento del carácter de Cristo en nosotros, de esa dependencia absoluta del Padre que cuenta con la guía permanente del Espíritu de Dios.

Dios arrancará de nosotros cualquier tendencia a la autosuficiencia, al egoísmo y a la autocomplacencia, porque nos alejan de Él, porque nos llevan a endiosarnos y a competir con Él. Por su inmenso amor, nos llevará a un buen destino, aunque tenga que enderezar nuestros pasos, de la misma forma que lo prometió a Israel: Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. (Jeremías 29:11 RV60).

sábado, diciembre 05, 2009

Compartimos lo que vivimos…

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Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? (Hebreos 10:26-29 RV60)

Cuando sabemos y disfrutamos de la bendición de ser llamados hijos de Dios, cuando compartimos entre creyentes la seguridad de la salvación por gracia porque hemos recibido a Cristo en nuestro corazón, cuando el Espíritu Santo nos da la plena convicción de ser nuevas criaturas en las que Jesús se va manifestando día a día, perfeccionándonos y puliendo todas nuestras asperezas; cuando el gozo por esta nueva vida al haber renacido inunda nuestra mente y nuestros sentidos, se hace muy intenso el deseo de compartir todo el beneficio que hemos recibido con las personas a las que más queremos.

Es un duro choque enfrentar la negativa de los seres queridos a escuchar el evangelio y aceptar la gracia de Jesús. En esas circunstancias, el corazón se entristece porque sabemos que rechazar a Cristo significa muerte eterna. Más duro resulta que quienes han comprendido racionalmente la doctrina de Cristo y dicen aceptarla, no profesan una verdadera fe, no han permitido a su corazón abrir las puertas para que Jesús obre el milagro de la redención y de la renovación.

Recordemos que el corazón es engañoso y perverso (más que todas las cosas) así que es necesario que nuestra fe esté fundamentada en la realidad de la obra de Jesús, en el testimonio del Espíritu Santo y que la hagamos crecer por la exposición constante a la Palabra de Dios.

Creer y no creer, al igual que amar y perdonar, son decisiones conscientes que cada uno de nosotros tomamos, en un instante específico, de forma estrictamente personal y marcan el rumbo preciso del resto de nuestra vida. Tomar la decisión de creer en la Palabra de Dios, en las buenas nuevas de salvación por gracia aceptando la realidad del perdón y lavamiento total de pecados por el sólo sacrificio de Jesús, es el evento más importante en la vida de una persona.

Ese momento justo marca el inicio de una eternidad en la compañía permanente de Jesús, marca el punto en que nuestra realidad cambia totalmente, por esa misma razón, es imposible para nosotros convencer a alguien de aceptar esa verdad, ésa no es nuestra tarea. Sólo el Espíritu Santo de Dios puede abrir la mente y los corazones de aquellos a quienes hemos de presentar el evangelio, dándoles la oportunidad de entrar en esa vida nueva… y aún así la decisión de aceptarla es completamente personal.

Si a nosotros nos duele el rechazo, cuanto más será ofensivo a Dios el menosprecio de la obra de Cristo, recordemos la expresión de Jesús: El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió. (Lucas 10:16RV60).

Es necesario orar para que la misericordia de Dios se extienda y rompa barreras mentales, emocionales y religiosas en aquellos a quienes presentemos el evangelio; Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies. De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad. (Mateo 10:14-15 RV60).