sábado, abril 17, 2010

Madurando…

Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.(Hebreos 5:12-14 RV60)

Alcanzar madurez en cualquier aspecto de la vida implica someterse a un proceso que va sincronizando emociones, sentimientos, razonamiento, intelecto, voluntad, mentalidad, expectativas, discernimiento, etc. es decir todas las capacidades y talentos que Dios nos ha entregado, para que avancen de manera congruente y consistente con la edad cronológica, a medida que crecemos.

Una persona madura es equilibrada en tanto que piensa, habla y actúa de manera congruente, sin contradicciones y con verdadera convicción conforme a su edad.

La madurez nos permite establecer relaciones sanas con Dios, con los demás y con nosotros mismos desarrollando un concepto realista y apropiado de Dios, de nuestro prójimo y una autoestima saludable.

La madurez espiritual, se centra en la relación de la persona con Dios. Siendo seres tripartitos constituidos por espíritu, alma y cuerpo, solamente podremos madurar integralmente si nuestro espíritu, guiado por el Espíritu de Dios, gobierna a nuestra mente (alma) y con ello preservamos saludable nuestro cuerpo como instrumento de honra a Dios. La inmadurez espiritual nos lleva a desarrollar actitudes poco piadosas y muy religiosas.

En su carta a los Romanos, Pablo dice: Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. (Romanos 12:3 RV60).

El ejercicio de la fe, produce en nosotros crecimiento; sin una relación cercana con Cristo, no hay posibilidad de crecimiento, es él quien obra en nosotros y nos permite dar fruto. El apóstol Pedro nos exhorta a ser diligentes añadiendo virtud,, conocimiento, dominio propio , paciencia, piedad, afecto fraternal y amor a nuestra fe. Santiago nos enseña que la fe sin obras es muerta; la fe que se ejercita en una relación constante con Jesucristo produce en nosotros las obras que Dios quiere. Todo ello nos lleva a tener pensamientos, discurso y acciones consistentes con la voluntad de Dios, al conocimiento de nuestro Señor y por consecuencia a crecer conforme al plan de Dios.

Y es que la estatura que hemos de alcanzar no es cualquier cosa… es nada más y nada menos que la plenitud de Cristo, es decir la manifestación de Jesucristo en todos los aspectos de nuestra vida.

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4:11-16 RV60).

sábado, abril 10, 2010

El Corredor de la Muerte

corredor muerte

Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará. (Juan 12:23-26 RV 60)

Qué difícil es para un condenado a muerte caminar desde su celda hasta la habitación donde entregará su vida. Posiblemente es el recorrido más largo, tortuoso y terrible que un ser humano puede pasar.

Para los cristianos, Dios ha diseñado un mejor camino que también conduce a la muerte, pero a la muerte del egoísmo, del bien conocido YO, que quiere ocupar el trono y gobernar nuestra vida, en lugar de permitir a nuestro Dios reinar y conducir nuestro destino.

La escritura nos muestra que hemos de pasar por un proceso de crecimiento y edificación espirituales, donde la primera estación, después de aceptar la gracia de Dios por haber recibido a Jesús como Señor y Salvador de nuestra vida, consiste en menguar, en reducir la tendencia a tomar decisiones basadas en nuestros propios criterios para permitir a Cristo, mediante su Santo Espíritu, guiarnos a toda verdad.

Como en todo cambio, experimentaremos una reacción contraria: la directa oposición de nuestras emociones, sentimientos o razonamientos porque es difícil cederle el control a Jesucristo… pero bien lo dijo Juan el que bautizaba: Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.(Juan 3:30 RV60).

La segunda estación implica un mejor grado de conciencia de la obra de Dios para transformarnos: Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. (Lucas 9:23-24 RV60).

Negarse requiere de la convicción de preferir siempre (sin excepción) la opción que Dios me ofrece para cada decisión que puedo tomar, por encima de cualquier otra opción que venga de mi mente, de las demás personas o del mismísimo Satanás. Negarse es tomar conciencia de nuestra posición en la cruz, juntamente con Cristo, es saber que nuestra humanidad ha sido crucificada con el propósito de llevarla a la muerte porque de ella sólo podemos obtener corrupción y no verdadera vida.

Si logramos avanzar, sin bajarnos de la cruz, bien podemos llegar a la tercera estación, comprendiendo que necesitamos reconocer, en lo más íntimo de nuestro ser, que desde la aceptación de Cristo en nuestro corazón, estamos muertos al pecado y vivos para Dios: Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 6:7-11 RV60).

La glorificación tuya, mía y de todo hijo de Dios, requiere de reconocer la muerte de nuestro YO en la cruz y de vivir por nuestra resurrección en Cristo, y si bien esto se consumará totalmente al vernos cara a cara en el cielo con el Señor, es necesario pasar por el proceso y que desechemos la esclavitud del pecado de nuestra vida  actual, sabiendo que el Señor Jesús clavó en la cruz y anuló con ello, el acta de los decretos que había en nuestra contra, abriéndonos las puertas del cielo para siempre, porque así le plació hacerlo… Gracias Señor, ven pronto, Amén.