sábado, mayo 30, 2009

Nacer de nuevo

¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. (Miqueas 7:18-19 RV60)

Experimentar la misericordia de Dios mediante el perdón de nuestros pecados es un hecho liberador que se percibe en lo más profundo de nuestro ser. Esa experiencia sólo es posible por el arrepentimiento sincero y la plena aceptación de la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. (Lamentaciones 3:22-23). Desde la perspectiva de la justicia de Dios, ningún ser humano merece por sí mismo estar en su presencia, ni mucho menos tener vida eterna, sin embargo su amor y misericordia son tan grandes, que envió a Jesucristo para que por medio de él, su muerte y su resurrección, habiendo sido constituido como el único mediador entre Dios y la humanidad, nosotros podamos ser justificados, perdonados y tener acceso a Dios en la categoría de hijos.

Jesús, tal como Él mismo lo declara, es el Camino, la Verdad y la Vida, es decir que no hay otro camino hacia Dios sino por medio de Él mismo, de hecho nos muestra que también Él es la puerta para sus ovejas. Fuera de Él no hay verdad, se vive en un mundo falso regido por valores igualmente falsos y en un engaño permanente de felicidades pasajeras que al final carecen de valor y nos dejan vacíos.

Por eso mismo sabemos que Él es la vida, porque sin su presencia y gobierno la vida permanece en un pozo oscuro y profundo, desordenada, vacía y sin sentido.

Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. (Juan 16:13-15). La única manera de conocer íntimamente a Dios es por medio de su Santo Espíritu. Él entra a morar en nosotros, convirtiéndonos en un templo viviente, únicamente mediante la confesión sincera de nuestra Fe en Jesucristo aceptándole en nuestro corazón como único Señor y Salvador.

El ser humano no es pecador porque peca, peca porque es pecador, por naturaleza. Por eso es necesario nacer nuevamente, cambiar esa naturaleza y obtener la paternidad de Dios naciendo del Espíritu por el único camino posible: la aceptación de Jesús. No toda persona es hija de Dios, sólo aquellas que tienen a Jesús en su corazón.

Jesús ha sido, es y seguirá siendo suficiente por siempre, no necesitamos más.

Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. (Romanos 10:8-13 RV60)

sábado, mayo 23, 2009

Perdonar y pedir perdón

Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. (Mateo 5:23-24 RV60)

Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale. (Lucas 17:3-4 RV60)

Perdonar verdaderamente, y pedir perdón con sinceridad, son actos que requieren de un crecimiento espiritual muy grande.

Perdonar implica aceptar, tal y como es, por amor de Jesús al ofensor y desechar del corazón todo rastro de sentimiento o emoción evocado por el recuerdo de la ofensa; significa desatarse, desechar el dolor y recuperar la paz interior.

Resentir es mantenerse encadenado por el dolor, no a una persona sino a un hecho que ya pasó, es quedarse atrapado en un instante del tiempo impidiéndonos vivir un presente real y maravilloso.

Lo más grave de esta situación no es la ofensa que nos hicieron, sino el daño que nosotros mismos nos hacemos, malgastando nuestro tiempo de vida, reviviendo el dolor de un pasado que ya no tiene remedio. En pocas palabras es desperdiciar la oportunidad única de vivir a plenitud nuestro presente.

El verdadero perdón procede del amor, hemos sido llamados a perdonar como Dios nos ha perdonado, con el amor que Dios nos ha manifestado.

Perdonar es un acto que da testimonio del amor de Cristo en nuestra vida y requiere de tomar la iniciativa, no hay que esperar para perdonar, ni siquiera un día... Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. (Efesios 4:26-27).

Ahora bien, cuando sabemos que hemos dañado u ofendido, hace falta mucha convicción y aplomo para humillarse y pedir perdón. No se trata sólo de mitigar la culpa y el remordimiento, ni tampoco de satisfacernos a nosotros mismos cumpliendo una formalidad que nos da la apariencia de espirituales y buenos.

Se trata de manifestar el amor de Dios operando en nuestras convicciones, que provoca un verdadero arrepentimiento, un deseo genuino de resarcir por el agravio. Es el amor de Jesucristo que genera en nosotros respeto y amor para quien hemos dañado, porque el Espíritu Santo nos hace ver a esa persona con los ojos de Dios y no con los nuestros.

Ambas acciones, perdonar y pedir perdón son oportunidades que Dios nos concede, mediante las cuales podemos ejercer el privilegio de manifestar a Cristo, desechando toda influencia de nuestro ego. Para que sean acciones genuinas, han de basarse en la convicción que sólo puede venir del Espíritu Santo por una relación íntima personal con el Señor.

No esperemos para perdonar y menos aún para pedir perdón… vale la pena.

sábado, mayo 16, 2009

Honra a Padre y Madre

Porque Dios dijo: "HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE," y: "QUIEN HABLE MAL DE SU PADRE O DE SU MADRE, QUE MUERA." Pero vosotros decís: "Cualquiera que diga a su padre o a su madre: 'Es ofrenda a Dios todo lo mío con que pudieras ser ayudado', no necesitará más honrar a su padre o a su madre." Y así invalidasteis la palabra de Dios por causa de vuestra tradición. (Mateo 15:4-6 LBLA)

Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, honrar significa, entre otras cosas: estimar y respetar la dignidad propia de la persona, tener y emitir buena opinión y afamar a alguien por su virtud y mérito, demostrar aprecio a alguien por su virtud y mérito.

El mundo actual, empleando como excusa las libertades individuales y muchos otros argumentos de carácter humanista, está deteriorando cada vez más la relación de respeto y honra que se debe a los mayores, especialmente a los padres por la virtud de haber vivido y experimentado más.

En esta época no es extraño encontrarnos creyendo que sabemos más que nuestros padres, como producto de nuestro dominio de disciplinas, técnicas, tecnologías y métodos de trabajo actuales que para nuestros mayores sólo se veían en novelas de ciencia ficción.

Realmente, la escala de valores de nuestro mundo ha dado mayor valor al conocimiento que a la sabiduría de Dios que nos dice: Oye a tu padre, a aquel que te engendró; y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies. (Proverbios 23:22 RV60).

Esta tergiversación de valores es producto de un alejamiento permanente del gobierno y obediencia de Cristo en nuestra vida… rendirse haría que, como dice Isaías, sobre nosotros operara el Espíritu Santo tal y como operó en Jesús: Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. (Isaías 11:2 RV60).

Mucho del efecto de esta profecía se ve en la comunicación sincera y obediencia de Jesús al Padre: Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; (Hebreos 5:7-8 RV60).

Dios no ha cambiado, Él es el mismo hoy que cuando dijo: Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová. (Levítico 19:32 RV60).

La sabiduría de Dios nos conduce a presentar un especial respeto por los mayores, tanto que el Señor mismo promete larga vida para quienes honren a su padre y a su madre. Honrar a Padre y Madre implica amarles, servirles, escucharles, apreciarles, obedecerles, respetarles, proveerles, poner en alto su nombre y su dignidad…
¡¡¡ SIEMPRE... !!!, sin que importen sus errores, su pasado e independientemente de nuestros sentimientos hacia ellos.

sábado, mayo 09, 2009

Vida fructífera

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5:22-23)

Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2Timoteo 1:7)

Una vida productiva y fructífera proviene del trabajo efectivo enfocado en metas y objetivos claros.

Dios tiene objetivos claros para desarrollarnos y está dispuesto a obrar trabajando en nosotros para lograrlos.


El fruto, que sirve como medida visible para hacer una buena autoevaluación del crecimiento espiritual, está perfectamente identificado y se compone de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio.

En la quietud de la intimidad personal, cada uno de nosotros conoce sin dudas qué tanto desarrollo tiene, porque es fácil hacer un examen de los propios frutos: pobres, mediocres o abundantes. Aunque a veces tratamos de engañarnos siendo muy indulgentes con nosotros mismos, tarde o temprano aceptaremos la realidad y sabremos cuanto hemos crecido o decrecido.

La meta de crecimiento que hemos de alcanzar en nuestra estatura espiritual es, ni más ni menos que, la plenitud de Cristo, es decir el pleno gobierno del Espíritu Santo en cada aspecto y acción de nuestra existencia. Así lo dijo Jesús: Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. (Juan 15:5).

Permanecer en Él, en Jesús, implica mucho más que sólo pedirle o hablarle para que nos indique un camino, requiere de una entrega total del control, es ceder el timón para que Él conduzca por la ruta que Él quiere, por veredas, por autopistas o por desiertos, a su propia velocidad, en silencio o hablándonos, de día o de noche, bajo la lluvia o a pleno sol; en pocas palabras, es confiar en Él y sólo en Él para toda acción y decisión, sea grande o pequeña, olvidándonos totalmente de nuestro propio criterio personal.

Es importante no caer en el engaño de pensar en los frutos como si fuesen un logro personal, el fruto verdadero no proviene de ti ni de mí, proviene del Espíritu Santo de Dios y por eso es agradable al Padre.

El objetivo de nuestro crecimiento es glorificar a Dios, es nuestra única razón de existir, es lo que Jesús nos vino a enseñar: En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (Juan 15:8).

El alimento para crecer espiritualmente viene directo de Dios: Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. (Juan 4:34). Sólo cediendo el control de nuestra vida a Su voluntad alcanzaremos la plenitud de Cristo.


sábado, mayo 02, 2009

La Palabra de Dios se cumple

Entonces el rey extendió a Ester el cetro de oro, y Ester se levantó, se puso en pie delante del rey y dijo: Si place al rey, si he hallado gracia en su presencia, si le parece acertado al rey y soy agradable a sus ojos, que se dé orden escrita para revocar las cartas que autorizan la trama de Amán hijo de Hamedata, el agagueo, dictadas para exterminar a los judíos que están en todas las provincias del rey. Porque ¿cómo podré yo ver el mal cuando caiga sobre mi pueblo? ¿Cómo podré yo ver la destrucción de mi nación?

Respondió el rey Asuero a la reina Ester y a Mardoqueo el judío: Yo he dado a Ester la casa de Amán, y a él lo han colgado en la horca, por cuanto extendió su mano contra los judíos. Escribid, pues, vosotros a los judíos como bien os parezca, en nombre del rey, y selladlo con el anillo del rey; porque un edicto que se escribe en nombre del rey y se sella con el anillo del rey, no puede ser revocado.(Ester 8:4-8 RV95)

Si los decretos de un rey terrenal como Asuero no pueden ser revocados, mucho menos aquellos decretos establecidos por Dios. Eso nos lleva a que la Ley de Dios debe cumplirse hasta en la última tilde, como lo expresa el mismo Jesús, porque ciertamente es Palabra de Dios y es eterna.

Pero nosotros somos humanamente incapaces de cumplir todos los mandamientos y normas dadas por Dios, así que la pregunta es ¿Cómo podemos salvarnos si no tenemos esa capacidad?

La respuesta es la misericordia de Dios, por la cual nos ha otorgado el privilegio de reconciliarnos voluntariamente con Él, por la gracia concedida mediante la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

En el caso de Ester, el rey Asuero les concedió a Ella y a Mardoqueo, el privilegio de dirigirse a los judíos en su nombre para que pudiesen buscar la manera de librarse del decreto de muerte ya establecido sin revocarlo.

Dios nos da la libertad de reclamar el privilegio de la salvación mediante la aceptación voluntaria del señorío de Cristo en nuestra vida. En la lógica de Dios, sólo el Espíritu Santo puede capacitarnos para vivir una vida santa, agradable a Dios, por ello designó al Espíritu Santo para que, al aceptar el regalo de Jesús, caminemos en la verdad, permanezcamos en Él y cumplamos su voluntad estrictamente por el poder de su Espíritu.

No existe otra forma de alcanzar la salvación, sólo la gracia de Dios.“En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.” (1Juan 4:13-15).