sábado, abril 30, 2011

Queda poco tiempo…

Siendo pues linaje de Dios, no debemos suponer que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pues bien, Dios, pasando por alto esos tiempos de ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual va a juzgar a la humanidad con justicia, por medio del Varón que designó, presentando a todos garantía de ello cuando lo resucitó de entre los muertos. (Hechos 17:29-31, BTX)

Vivimos la época más gloriosa de la historia moderna. Somos privilegiados al contemplar ante nuestros propios ojos, el cumplimiento de la palabra profética de Dios en toda su magnitud.

Sabemos que Jesús, el Rey de Reyes, el Señor, viene pronto a establecer de una vez y para siempre su trono y su gobierno en una tierra nueva y cielos nuevos, haciéndonos participantes de su gloria.

Es imposible para nosotros tener tan siquiera una idea de la magnificencia del cielo y de la salvación que se nos ha otorgado por la gracia de Dios. Nuestra mente no logra dimensionar la magnitud del sacrificio de Jesús ni el inmerecido regalo de la vida eterna.

Dios ha puesto en el corazón del ser humano “eternidad”, esa sed de Dios que no se puede describir con palabras. Hemos sido creados para glorificar a Dios y exaltar el nombre de Jesús por encima de todo lo que existe.

Lamentablemente, también somos testigos de la acelerada carrera de autodestrucción que lleva la humanidad. Todas las señales que Jesús anticipó prácticamente se han presentado ya como anuncio del fin de los tiempos y el próximo comienzo de una vida nueva.

¿Y los que no han conocido a Cristo? El mensaje del evangelio está siendo difundido ampliamente y es nuestra responsabilidad cristiana hacer que se propague a toda criatura.

Volverse a Dios implica cambiar de dirección, literalmente la palabra arrepentirse significa girar y caminar en el sentido opuesto. Eso es lo que Dios pide del que, hoy por hoy, no camina en su ruta.

Arrepentirse, cambiar el rumbo, es un paso que requiere fe, es una decisión que necesita de valentía porque implica plantarse en completa oposición a la escala de valores de este mundo. Ese coraje, esa fuerza necesaria para sostener la decisión de caminar con Cristo hacia el Padre sólo puede venir del poder mismo del Espíritu de Dios.

La decisión de seguir a Cristo es personal, nadie puede tomarla en lugar de otro, la capacidad de sostenerla viene de Dios, pero el paso necesario es atreverse a decidir.

Dios nos ama de tal manera, que entregó a Jesús, su Hijo, como ofrenda y sacrificio para justificarnos, para saldar la deuda de nuestro desprecio a Dios, a su gobierno, a su justicia y a su amor perfecto.

Nadie puede comprar un don de Dios, lo que somos, lo que tenemos y lo que somos capaces de hacer viene de Dios. Despreciar el sacrificio de Jesús negándose a aceptarle como el único digno de señorear en nuestra vida es sinónimo de muerte eterna… no significa dejar de existir, significa una existencia sin sentido, sin satisfacción, sin propósito… ¡para siempre!, es quemarse por siempre en el fuego de la necesidad de Dios sin poder alcanzarlo: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, también tiene al Padre. (1Juan 2:22-23, BTX)

sábado, abril 09, 2011

La paz verdadera

Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. (Filipenses 4:4-5, RV60)

En esta época, en que resuenan en nuestros oídos las noticias de desastres como terremotos, tsunamis, huracanes generados por el cambio climático, cuando vemos y escuchamos diariamente en todos los noticieros sobre guerras, masacres, genocidios, revoluciones, asesinatos, tráfico de personas, tráfico de drogas, desfalcos, maras, sicarios y de tantos otros síntomas de descomposición social, moral, política, económica y familiar, es difícil creer que podamos mantener un ánimo optimista y la fuerza para enfrentar una realidad tan dura.

A decir verdad, los seres humanos hemos sembrado lo que ahora cosechamos. Algunos hemos sido actores que hemos propiciado estas catástrofes, otros hemos pecado de indiferencia sin hacer nada para remediar los problemas. Hechor o consentidor, al final todos somos responsables de tan grande deterioro.

¿Y ahora? ¿Qué podemos hacer?... No hay ser humano, ni país, ni organización capaz de resolver el remolino en el que la humanidad ha caído hundiéndose hacia su propia destrucción. El colapso es inevitable.

Pero la Biblia nos muestra que sí hay esperanza, que podemos gozar de paz y de seguridad en la gracia salvadora de nuestro Señor Jesucristo.

Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre. (Juan 20:31, RV60). El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. (1Juan 5:12, RV60)

Jesús nos advirtió de las señales de su regreso que prácticamente se están cumpliendo ante nuestros ojos y por ello también nos garantiza que en Él, tendremos paz aún entre las tribulaciones del mundo: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. (Juan 16:33, RV60).

La paz verdadera no proviene de acuerdos entre naciones o de leyes y reglamentos, la paz real es fruto de un espíritu guiado por el Espíritu de Dios, es producto de una relación íntima y personal con nuestro Padre celestial, que sólo es posible por la permanencia en Cristo como nuestra única fuente de vida. Cuando Jesús es el Rey de nuestra vida, no hay espacio para la ansiedad ni para la desesperanza, pero esto requiere de una entrega total del gobierno de nuestra existencia a Él y sólo a Él: La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. (Juan 14:27, RV60).

Cuando somos conscientes de la presencia constante de Dios, de su completo control de todo lo que ocurre en nuestra vida y por sobre todas las cosas, de su infinito amor por nosotros, sus hijos, los problemas, por grandes que nos hayan parecido se reducen a sus verdaderas dimensiones y se vuelven insignificantes ante Él.

La paz que proviene de Dios, guarda nuestra mente y nuestro corazón, nos sostiene ante las peores circunstancias, apaga el temor e infunde esperanza: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8:35-39, RV60).