sábado, diciembre 19, 2009

Dios es nuestra confianza…

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Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. (Hebreos 11:13-15 RV60).

Parece contradictorio tener fe y no alcanzar lo prometido, sin embargo es perfectamente posible, porque la fe no consiste, ni depende de obtener lo que se cree. La fe que opera en un hijo de Dios es confianza y dependencia total del Padre celestial, aceptando que su voluntad, buena, agradable y perfecta es mejor para nosotros que cualquier deseo personal.

Resulta entonces que la Palabra de Dios se cumplirá en nuestra generación o en cualquiera de las que nos habrán de suceder, recordemos que sólo los seres humanos estamos limitados por el tiempo, Dios vive en un presente continuo, como nos lo dice el apóstol Pedro, para Él un día es como mil años y mil años como un día, y las promesas de Dios se cumplen en el tiempo que Dios administra a su entera voluntad.

Cuando asimilamos esta verdad, podemos desarrollar una confianza plena en el Señor, la cual crece en la medida que vemos la transformación que Cristo hace de nuestra vida.

Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto. (Jeremías 17:7-8 RV60).

No es igual confiar en una persona que hacer de esa persona nuestra confianza, lo primero es simplemente suponer que la persona no nos defraudará en aquello que nos concierne o que esperamos de ella. Hacer de Dios nuestra confianza tiene un alcance mucho mayor, implica aceptar la verdad bíblica que establece que nadie, ni siquiera nosotros mismos, somos dignos de confiar porque hasta nuestro propio corazón nos engaña, por lo cual sólo hemos de confiar en Dios por ser Él quien es y no por lo que obtenemos de Él.

La comprensión de esta verdad nos lleva directamente a depender de Dios y sólo de Dios, anulando toda influencia del egoísmo y la autocomplacencia, porque aceptamos que todo lo que Dios permite en nuestra vida es en nuestro beneficio, que aunque a veces ocasiona deleite y a veces provoca dolor, siempre resulta en nuestro crecimiento hacia la imagen suya, que Dios quiere restaurar en el ser humano.

Por otra parte nos hace caminar siempre hacia adelante, sin retroceder a nuestro pasado de esclavitud y dependencia de antiguos ídolos tales como el dinero, la posición, las relaciones y personas en las que hemos creído por los beneficios que, a través de ellas, hemos logrado o por las satisfacciones que nos han dado. Ese avance va dejando en el camino la veneración por lo pasajero y material de este mundo, moviéndonos a la adopción de los valores fundamentales del reino de Dios: el amor, la fe, la esperanza, basados única y exclusivamente en Jesucristo como única piedra angular de nuestra vida.

En este punto podemos, sin dudarlo, decir ante cualquier poder que nos quiera someter para que adoptemos sus falsos valores: He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado. (Daniel 3:17-18 RV60).

sábado, diciembre 12, 2009

Mantengamos la confianza…

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No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma. (Hebreos 10:35-39 RV60)

La voluntad de Dios no es sólo una expresión de lo que alguien extraño quiere, es el deseo vehemente de nuestro Padre, del ser que más nos ama, de moldearnos a la imagen suya, de restaurar lo que de Él hemos perdido por la presencia del pecado, para volvernos perfectos ante sí mismo.

Conocer la voluntad de Dios es sólo el primer paso, el siguiente es rendirnos a ella para luego pasar a la verdadera acción, a vivir en cada momento de nuestra vida bajo la norma de su dirección por medio del Espíritu Santo.

La fe es nuestra expresión concreta de la confianza que hemos desarrollado en que Jesús es la verdad que supera todo lo que nuestros sentidos, emociones, sentimientos o razón nos puedan dictar; Él está por encima de las circunstancias y de todo lo que vemos. Él es el único camino digno de recorrerse y vivir en Él es la única manera digna de vivir.

Creer que ocurrirá un milagro no es fe, pero saber con absoluta certeza si Dios quiere que ocurra o que no ocurra, sin que esto cambie en absoluto mi confianza en Él, en su amor y en sus promesas, eso sí muestra un principio de fe. Y decimos un principio porque la fe real es un estilo permanente de vida, que no permite dudas acerca del absoluto control que Dios tiene de nuestras circunstancias y que nos lleva a descansar en Él sin turbar la paz que Cristo nos ha dejado, esa paz que no es como la paz del mundo, sino aquélla que sobrepasa a nuestra capacidad de entenderla porque siempre nos preserva de los efectos nocivos de la adversidad.

La fe es certeza, es la capacidad de aguardar con paciencia el cumplimiento de la Palabra de Dios en cada aspecto de nuestra vida, porque si Él prometió algo, se cumplirá, lo que Él haya dicho es así aunque todavía no lo podamos ver.

Tener fe no significa creer que Dios cumplirá mis deseos, por el contrario, significa estar seguro que Él me ha dado por medio del sacrificio, la muerte y la resurrección de Jesús, del único medio real para alcanzar su promesa de salvación, de librarme del mal que reside en mí y del mal que procede del mundo espiritual en el que se libra una batalla continua por negarme el gozo de vivir en Cristo. Dios no se moverá a cumplir lo que yo quiero o lo que creo que necesito. Dios siempre hará en mi vida lo que realmente necesito para alcanzarlo a Él y llegar a la vida plena que ha preparado para mí.

Por ello, al decir que la fe es certeza de lo que esperamos, es porque sabemos que no podemos esperar otra cosa diferente que el perfeccionamiento del carácter de Cristo en nosotros, de esa dependencia absoluta del Padre que cuenta con la guía permanente del Espíritu de Dios.

Dios arrancará de nosotros cualquier tendencia a la autosuficiencia, al egoísmo y a la autocomplacencia, porque nos alejan de Él, porque nos llevan a endiosarnos y a competir con Él. Por su inmenso amor, nos llevará a un buen destino, aunque tenga que enderezar nuestros pasos, de la misma forma que lo prometió a Israel: Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. (Jeremías 29:11 RV60).

sábado, diciembre 05, 2009

Compartimos lo que vivimos…

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Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? (Hebreos 10:26-29 RV60)

Cuando sabemos y disfrutamos de la bendición de ser llamados hijos de Dios, cuando compartimos entre creyentes la seguridad de la salvación por gracia porque hemos recibido a Cristo en nuestro corazón, cuando el Espíritu Santo nos da la plena convicción de ser nuevas criaturas en las que Jesús se va manifestando día a día, perfeccionándonos y puliendo todas nuestras asperezas; cuando el gozo por esta nueva vida al haber renacido inunda nuestra mente y nuestros sentidos, se hace muy intenso el deseo de compartir todo el beneficio que hemos recibido con las personas a las que más queremos.

Es un duro choque enfrentar la negativa de los seres queridos a escuchar el evangelio y aceptar la gracia de Jesús. En esas circunstancias, el corazón se entristece porque sabemos que rechazar a Cristo significa muerte eterna. Más duro resulta que quienes han comprendido racionalmente la doctrina de Cristo y dicen aceptarla, no profesan una verdadera fe, no han permitido a su corazón abrir las puertas para que Jesús obre el milagro de la redención y de la renovación.

Recordemos que el corazón es engañoso y perverso (más que todas las cosas) así que es necesario que nuestra fe esté fundamentada en la realidad de la obra de Jesús, en el testimonio del Espíritu Santo y que la hagamos crecer por la exposición constante a la Palabra de Dios.

Creer y no creer, al igual que amar y perdonar, son decisiones conscientes que cada uno de nosotros tomamos, en un instante específico, de forma estrictamente personal y marcan el rumbo preciso del resto de nuestra vida. Tomar la decisión de creer en la Palabra de Dios, en las buenas nuevas de salvación por gracia aceptando la realidad del perdón y lavamiento total de pecados por el sólo sacrificio de Jesús, es el evento más importante en la vida de una persona.

Ese momento justo marca el inicio de una eternidad en la compañía permanente de Jesús, marca el punto en que nuestra realidad cambia totalmente, por esa misma razón, es imposible para nosotros convencer a alguien de aceptar esa verdad, ésa no es nuestra tarea. Sólo el Espíritu Santo de Dios puede abrir la mente y los corazones de aquellos a quienes hemos de presentar el evangelio, dándoles la oportunidad de entrar en esa vida nueva… y aún así la decisión de aceptarla es completamente personal.

Si a nosotros nos duele el rechazo, cuanto más será ofensivo a Dios el menosprecio de la obra de Cristo, recordemos la expresión de Jesús: El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió. (Lucas 10:16RV60).

Es necesario orar para que la misericordia de Dios se extienda y rompa barreras mentales, emocionales y religiosas en aquellos a quienes presentemos el evangelio; Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies. De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad. (Mateo 10:14-15 RV60).

sábado, noviembre 28, 2009

Construye tu parte del muro…

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 … sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4:15-16)

La edificación de la Iglesia, como cuerpo de Cristo es una responsabilidad de todos, pero la visión y la misión han sido dadas por la Cabeza que es Nuestro Señor Jesucristo.

Todo cristiano tiene una tarea que cumplir en la edificación de la Iglesia para lo cual, Dios en su infinita sabiduría y ejerciendo su soberanía, ha suministrado a cada persona de los dones, habilidades y talentos que le permitirán desempeñar el rol que le corresponde como constructor de esa Iglesia.

De la forma en que Nehemías distribuyó a las familias del pueblo de Israel para reconstruir el muro de Jerusalén, Dios ha preparado las obras que cada uno de nosotros ha de realizar para cumplir su propósito divino.

Dios siempre pone orden donde hay vacío y desorden, de Él es el plan, de Él es la conducción y sólo a Él corresponde la gloria por los resultados. En este proceso es Él quien hace el llamamiento y proporciona los dones con un carácter irrevocable. Las puertas que Él abre para que cada uno de sus hijos cumpla su cometido nadie las puede cerrar y la puerta que Él cierra para impedir errar en el camino, nadie más la puede abrir.

Ahora bien, Dios es amoroso, sumamente práctico y concreto, por lo cual ha proveído de los medios y recursos necesarios para que sus hijos sepamos con claridad sus propósitos y la manera correcta de satisfacerlos recompensándonos con una vida plena que nos sacia completamente. Su Palabra, sus Santo Espíritu y el Sacrificio de Cristo mantienen abierto el camino para que sin excusas podamos presentarnos delante de Él para enterarnos de su voluntad y sus propósitos… como lo dice el salmista:

Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. (Salmos 27:4 RV60).

Dios nos encamina por un medio u otro hacia una congregación específica para tener comunión con otros cristianos y que podamos compartir la tarea de edificación. Dios pone autoridades ante nosotros para ordenar los pasos que hemos de dar, Dios nos da autoridad para ejercer una ministración competente en aquello para lo cual nos ha preparado. Toda autoridad debe ejercerse con responsabilidad para no subvertir su función primaria, por lo cual sólo seremos ministros efectivos si nuestra relación íntima con el Señor es la base primaria para realizar la tarea.

Cuando Nehemías fue enfrentado a quienes se oponían a la edificación del muro, su respuesta a los detractores fue: Y en respuesta les dije: El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén. (Nehemías 2:20 RV60).

Nadie más que tú y yo podemos edificar en nuestra congregación, en nuestro muro; y sólo nosotros podemos hacer la tarea que Dios preparó para que realizáramos… si tú o yo no hacemos lo que nos corresponde, nadie más hará nuestro trabajo, por ello dispongámonos a ministrar conforme a lo que Dios nos ha dado.

sábado, noviembre 14, 2009

El mejor pacto…

Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (Hebreos 7:22-25 RV60)

El sacerdocio levítico instituido por Dios fue superado por un sacerdocio que se origina en la muerte y resurrección de Jesucristo. A partir del momento en que el velo del templo de Jerusalén, se rasgó desde arriba hacia abajo, el lugar santísimo, el sitio reservado para que la presencia de Dios fuese manifiesta al pueblo a través del sumo sacerdote, quedó abierto para que nosotros pudiésemos acceder directa y confiadamente al trono de la gracia de Dios.

Tradicionalmente se piensa en el trabajo sacerdotal como un privilegio y obligación de los clérigos y de personas ordenadas como pastores. Es necesario que tengamos claro que Dios ha escogido un pueblo para sí mismo constituido por los creyentes, tal como lo declara el apóstol Pedro: Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. (1Pe 2:9-10 RV60).

Todos los creyentes hemos sido llamados al sacerdocio, para exaltar a Jesús, anunciar el evangelio comunicando las buenas nuevas de salvación y la reconciliación con nuestro Padre. Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote, quien se ha ofrecido como sacrificio perfecto ante Dios para saldar, de una vez por todas y para siempre, la totalidad de la deuda de justicia generada por nuestros pecados (pasados, presentes y futuros).

El sacerdocio de Jesús es eterno, intercediendo y otorgando salvación perpetua a todos aquellos que por medio de Él nos acercamos a Dios, concretando el nuevo pacto de Dios con su pueblo, mediante el cual, los llamados por Él hemos sido redimidos, recibiendo la promesa de salvación, habiéndose consumado el máximo sacrificio del único hombre sin mancha y sin pecado que ha caminado sobre la tierra: Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. (Hebreos 9:15 RV60).

El sacrificio de Jesús no sólo cubre los pecados a los ojos de Dios, sino que los perdona, limpiando nuestra conciencia de las obras muertas, nos limpia de nuestra maldad y nos hace aptos para presentarnos delante Dios.

Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. (1Juan 1:5-10 RV60)

sábado, octubre 31, 2009

El Ancla del Alma…


Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. (Hebreos 6:17-20 RV60)
Lo que Dios promete es más cierto que lo que nuestros ojos ven y que lo que podemos tocar, no obstante, nuestra incredulidad se encarga de socavar nuestra confianza exigiendo garantías diferentes y mayores que la misma Palabra de Dios.
Nuestra alma, donde residen nuestros sentimientos, emociones, pensamientos, intelecto, y razonamiento, necesita depositar su confianza en algo, necesita una base que la sustente para tener un equilibrio sano, manteniendo la paz y ecuanimidad que nos permiten funcionar como seres humanos.
Pero el alma, siendo voluble como es, busca continuamente asideros cada vez más firmes, al igual que el apóstol Tomás, nos resulta más fácil exigir pruebas visibles y tangibles de aquello que se nos ha prometido. Esta actitud no es extraña cuando muchas veces hemos sido defraudados por aquellas personas en quienes confiamos alguna vez y que nos han fallado, es un mecanismo defensivo que crea una barrera de incredulidad como una coraza protectora pare evitar ser dañados nuevamente.
Pero en la naturaleza misma de nuestra alma está la necesidad de confiar, por ello, Dios nos provee del asidero más firme que existe, de Él mismo en la persona del Señor Jesucristo. No hay otro en que podamos tener mayor certeza que en Él. Por eso mismo, el pasaje nos dice que como un ancla que, fuera de nuestra vista, en lo profundo del mar, mantiene firme al barco ante el viento, el oleaje y las tormentas, Jesús es el único capaz de mantener firme nuestra vida y nuestra confianza ante cualquier circunstancia por agobiante que sea.
El consejo del Señor es muy claro, se alcanzan las promesas creyendo y esperando, sin desmayar, permaneciendo firmes en Cristo porque… Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? (Números 23:19 RV60).
La escritura nos exhorta, no solamente a confiar en Dios, sino a que hagamos de Él nuestra única fuente de confianza, que desconfiemos de las riquezas, las posesiones, la posición, los logros; ni siquiera las demás personas y mucho menos nosotros mismos somos dignos de confianza porque tenemos un corazón voluble, engañoso y perverso…
Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto. (Jeremías 17:5-8 RV60).
Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad. Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía. (Salmos 37:3-6 RV60).

sábado, octubre 24, 2009

Más allá de los fundamentos…


Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. (Hebreos 6:1-2 RV60)

Hablando entre cristianos y a cristianos, no podemos engañarnos pensando que Cristo nos ha llamado para mantenernos en el mismo camino de antes. Pero aun habiendo aceptado la verdad del Señor, no es posible crecer sin avanzar en su camino, esto es haciendo lo que fuimos llamados a realizar como verdaderos discípulos del Señor.

Jesús dividió la historia del mundo en dos períodos: Antes de Cristo y Después de Cristo, y para todo creyente la experiencia es similar, tenemos un período oscuro y tenebroso antes de Él y un despertar a una nueva vida después de Cristo. Pero como el estudiante que va a la Universidad, y repite una y otra vez el primer año, no alcanzaremos la meta si seguimos únicamente con el conocimiento doctrinal básico del sacrificio de Cristo sin profundizar en el conocimiento íntimo y personal de Dios y de su eterno amor.
Jesús hizo el sacrificio máximo sometiéndose a la más grande humillación que alguien haya sufrido en la historia, con un solo propósito, abrirnos la puerta de acceso directo a Dios para que Él sea glorificado mediante una relación permanente y única, personal e individual entre el Padre más amoroso que existe y cada uno de nosotros, sus hijos.

Sabemos que las obras que se realizan fuera del Señor son inútiles, sabemos que nuestro bautismo es una expresión pública de la redención que obtuvimos por la gracia de Dios en la muerte y resurrección de Jesús; sabemos que la fe viene del mismo Dios, que hemos de ser resucitados para vida eterna y que el Señor llamará a cada uno ante su trono. Nuestra fe se fundamenta en la certeza y convicción de nuestra inmerecida salvación porque Jesús es quien es. Todo ello es doctrina básica.

La madurez espiritual demanda que esa verdad eterna salte a la vista, como producto de una vida renovada, a través de una conducta llena de frutos perceptibles a los ojos del mundo... Porque cada árbol se conoce por su fruto… (Mateo 6:44a RV60). Sólo conociendo íntimamente a Dios se puede conocer su voluntad y actuar dando testimonio auténtico de su grandeza de manera natural y sincera. El amor de Dios que invade a una persona la transforma, la cambia en una nueva criatura, capaz de comunicar ese amor.

Como contraparte, el corazón que frena la acción de Dios, que prefiere mantener las viejas mañas de la vida antes de Cristo, que no cede ante la reprensión constante del Espíritu Santo, que se deleita en la prácticas propias de una vida poco virtuosa y llena de faltas que por lo rutinarias se consideran normales, ese corazón duro va entristeciendo al mismo Señor hasta que su Santo Espíritu calla, y entonces, en ese instante comienza un viaje a la deriva, fuera de la protección y cobertura de Dios, porque Él, por su mismo amor, respetando nuestra libertad y decisión se aparta para que caminemos solos y fuera de la guía y dirección de Dios sólo encontraremos soledad, temor, ansiedad, desdicha, aflicción, quebranto y a veces la misma muerte, no porque sea un castigo de Dios, sino porque sólo en Él se encuentra la verdadera vida…

¿Por qué hemos de insistir en deambular sin rumbo en el desierto, expuestos a todo, añorando la esclavitud de la que Él nos salvó?

La tierra prometida está al alcance de cada uno, su eterno amor siempre está y estará ahí, Dios está a la distancia de nuestra decisión real y definitiva de permanecer en su presencia, por ello nos dice… Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (Juan 15:7-8 RV60)

sábado, octubre 17, 2009

¿Leche o alimento sólido?

Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. (Hebreos 5:11-12 RV60)

La madurez espiritual es producto de un proceso continuo que dura toda la vida. Tal y como maduramos física y psicológicamente, nutriendo y ejercitando el cuerpo, dotando a nuestra alma de alimento intelectual, relaciones, emociones y sentimientos sanos, nuestra madurez espiritual procede del alimento que sólo puede nacer del mismo Dios a través del poder de su Espíritu, permaneciendo en Cristo.

Jesús, el pan de vida, es alimento que tomado diariamente, convierte nuestra existencia en vida abundante, nos provee del verdadero conocimiento de Dios y va transformando nuestra manera de pensar permitiéndonos adquirir, paso a paso, su propio criterio, su mente y sus pensamientos, capacitándonos para escoger siempre el camino que satisface la voluntad del Padre.

Jesús, quien sostiene toda la creación con la palabra de su poder, nos ha transmitido esa palabra que, por su misma naturaleza, desarrolla el oído espiritual de quienes la escuchamos. Puesto que la fe viene por el oír, y el oír, es decir la capacidad de escuchar a Dios, viene por la misma palabra de Dios, exponernos a ella continuamente, desarrollará en nosotros esa habilidad de percibir en cada instante la voluntad de nuestro Padre, agradable y perfecta.

Pero así como existen personas que se niegan a crecer emocional y psicológicamente, manteniendo comportamientos que no corresponden a su edad cronológica, también existen cristianos que insisten en mantenerse en la adolescencia e incluso en la infancia espiritual. Estas edades, que preceden siempre a la adultez, se caracterizan por la incapacidad de adoptar responsabilidades y por tomar decisiones con base en emociones y pensamientos radicalizados y afectados por el entorno más que por las propias convicciones.
La ausencia de fruto espiritual hace evidente la inmadurez en aquel cristiano que no muestra amor, que carece de gozo y de paz, el cristiano impaciente, poco o nada considerado, por no decir egoísta, falto de bondad, incrédulo, impulsivo y rebelde.

Sólo una relación sólida y estable con nuestro Padre celestial puede impregnarnos de su presencia en cada pensamiento y decisión, volviéndonos personas capaces de dar antes que recibir, gozosas y llenas de paz aún ante la peor adversidad, pacientes con las personas y las circunstancias, considerados y amables con todos (aunque no nos correspondan igual), siempre confiados porque estamos más seguros de la fidelidad de Dios que de nuestras propias capacidades, guardando nuestra tranquilidad y aplomo ante las ofensas, entendiendo que el ofensor sólo es una víctima del mal que hay en su propio corazón, permitiendo que Jesús sea visible a los que no le conocen a través de un comportamiento auténtico, no fingido, que se origina en la total convicción de que sólo Jesús es suficiente para mí y para todos.

A todos nos conviene meditar y determinar si nuestros amigos, vecinos, familiares, compañeros de estudio y trabajo, y aún los desconocidos se sienten atraídos por nuestras actitudes que verdaderamente presentan a Cristo o prefieren alejarse de nosotros porque resultamos humanamente insoportables…

sábado, octubre 10, 2009

Reposa…


Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia. (Hebreos 4:9-11 RV60).

Reposar es un acto que nos induce a descansar, a depositar todo peso, incluyendo el peso de nuestro propio cuerpo, en forma tal que no necesitemos hacer más esfuerzo. En ese estado nuestros músculos se distienden, ya no necesitan estar tensos para desplegar su potencia, podemos dejar de gastar energía y recuperar el aliento.

En el alma, el descanso implica paz, es un estado que muchos tratan de obtener por medio de técnicas de relajación como la meditación, la música, la hipnosis e incluso en algunos casos por medio de medicamentos, calmantes y drogas.

El descanso que Jesucristo ofrece no tiene comparación, es la paz que se sobrepone a nuestra lógica y capacidad intelectual, es un estado de quietud que procede directamente del Espíritu de Dios, Jesús nos llama… Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (Mateo 11:28-30 RV60).

Dios nos atrae a su presencia por medio de Jesucristo… Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor (Oseas 11:4a RV60), ese yugo que Jesús nos ofrece son su brazos amorosos que nos abrazan intensamente para transmitirnos su paz, esa paz que sólo se encuentra en el reposo de Dios.

Disfrutar de esa calma es una parte del fruto del Espíritu, es producto de permanecer conscientes de nuestra presencia delante de Dios continuamente. Pero el hábito de conversar con Dios en todo momento y lugar, escuchándole, amándole, sólo puede desarrollarse cuando ejercitamos la fe que viene del mismo Dios.

El evangelio, las buenas nuevas de nuestra redención se han revelado a nosotros por fe y para fe. Dios nos ha comunicado su deseo de hacernos sus hijos, la salvación tiene un propósito sublime más allá de apartarnos de la condenación, Dios quiere que su familia, nosotros, los que creemos con una fe activa y constante, vivamos en una relación permanente, armoniosa unidos a Jesucristo y con el Padre por medio de su Espíritu.

Si Dios nos quiere a ti y a mí, en su presencia todo el tiempo, si Dios quiere que reposemos de nuestros esfuerzos humanos y que confiemos en que Él cuida de nosotros, si Dios quiere que en todo tiempo estemos conscientes de su amor, de su fidelidad… ¿no sería la mejor decisión dejar que sea Él quien tome el control de nuestra vida? Basta la simple lógica humana para entender que oponerse a Dios por hacer nuestra voluntad en contra de la de Él, siempre dará muy malos resultados…

Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron, y vieron mis obras cuarenta años. A causa de lo cual me disgusté contra esa generación, y dije: Siempre andan vagando en su corazón, y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo. (Hebreos 3:7-11 RV60).

Un corazón arrepentido y humillado es la mejor ofrenda que Dios no despreciará jamás y la recompensa sobrepasa cualquier cosa que podamos imaginar.

sábado, octubre 03, 2009

Abandona la incredulidad…

Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. (Hebreos 3:12-13 RV60)

Toda una generación del pueblo escogido de Dios vagó en el desierto por cuarenta años, libres de la esclavitud, pero sin haber entrado en la tierra prometida por una sola razón: su incredulidad.

Este hecho no sería extraño si ellos jamás hubiesen visto las pruebas del amor y de la fidelidad de Dios; sin embargo, tuvieron ante sus ojos las manifestaciones concretas del poder de Dios presenciando las plagas en Egipto y experimentaron la protección de Dios ante esos desastres que diezmaron a los egipcios; vieron ante sus ojos abrirse el Mar Rojo y caminaron sobre el fondo del mismo mientras la mano invisible de Dios lo sostenía, viendo sucumbir a sus perseguidores antes de ser alcanzados.

En el desierto, fueron alimentados milagrosamente a diario sin tener que trabajar por ello y su ropa fue preservada en buenas condiciones en todo ese tiempo, su sed fue saciada por agua que brotó de una roca y vieron el rostro iluminado de Moisés ante la presencia de Dios mismo. Y por fin, de toda esa generación que salió de Egipto, sólo dos hombres tuvieron el corazón y la fe suficiente para creerle a Dios y entrar a la tierra que fluye leche y miel, ni siquiera el mismo Moisés pudo entrar a la tierra prometida por haber permitido que la duda hiciese presa de su corazón y de su mente.

No verán los varones que subieron de Egipto de veinte años arriba, la tierra que prometí con juramento a Abraham, Isaac y Jacob, por cuanto no fueron perfectos en pos de mí; excepto Caleb hijo de Jefone cenezeo, y Josué hijo de Nun, que fueron perfectos en pos de Jehová. (Números 32:11-12 RV60)

Los creyentes hemos experimentado el amor y el poder de Dios al abrazarnos como sus hijos en el momento mismo de nuestro encuentro con Jesús. Esa conversión que nos demostró la fidelidad de Dios y su infinita misericordia, fue la liberación de nuestra esclavitud del pecado y también el inicio de nuestra travesía hacia la tierra prometida.

Lamentablemente, aún con una prueba tan precisa y contundente, con demasiada frecuencia también padecemos de incredulidad, impidiéndonos entrar en el reposo de Dios. Si tuviésemos presente el sitio y condición de los cuales Dios nos sacó, si apreciáramos el proceso de perfeccionamiento al que en, según su promesa, nos está sometiendo para alcanzar la plenitud de Cristo, no habría en nuestra mente y corazón el espacio para la incredulidad, para traicionar a la fe que nos ha dado libertad y redención.

No en balde la escritura nos exhorta a vivir por fe, a superar la incredulidad por medio del conocimiento íntimo de Dios mediante una relación permanente y honesta. Dios es fiel y no puede traicionarse a sí mismo, su naturaleza divina nos atrae con lazos de amor para que permanezcamos en su presencia.

Tristemente, el corazón humano, engañoso y perverso como lo dice la escritura, tiende a separarse y a endurecerse alejándonos de la paz y descanso que sólo permaneciendo en Cristo podemos tener: acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura, mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. (Hebreos 10:22-23)

sábado, septiembre 26, 2009

Él quiso ser como nosotros…


Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (Hebreos 2:14-15 RV60).

La unión hipostática es un término técnico que sirve para designar el misterio de la naturaleza de Jesús, quien siendo Dios, se despojó voluntariamente de sus atributos divinos para venir a este mundo y ser hombre. Su naturaleza es pues cien por ciento divina, es Dios, y a la vez cien por ciento humana, es hombre: Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados. (Hebreos 2:17-18 RV60).

Esa autolimitación de su deidad, le permitió vivir en su naturaleza humana todas las circunstancias por las que los seres humanos pasamos desde la posición más sencilla y humilde de una persona desapegada de los bienes materiales demostrando el amor del Padre hacia todos los seres humanos que estuvieron en su presencia, así como el profundo desprecio de Dios a la soberbia e idolatría del hombre.

Jesús vino a salvar lo que se había perdido, a salvarte a ti y a también a mí porque estábamos perdidos, porque sin su amor no tenemos nada que valga la pena. Él sufrió en carne propia emociones, pensamientos y tentaciones humanas, fue amado y fue despreciado, mal entendido y calumniado, tuvo alegrías y tristezas, sintió temor, dolor e ira, tuvo familia, amigos y enemigos, trabajó y descansó, intentaron matarlo varias veces y murió asesinado expuesto desnudo públicamente, después de ser torturado y sufrir una golpiza descomunal entre burlas e insultos. Fue humillado hasta lo sumo y tratado como el más despreciable criminal y a pesar de todo no pecó, extendiendo su misericordia a sus victimarios, pidiendo perdón a Dios por ellos.

Y todo eso lo dio por amor, por amor a ti y a mí, porque ese era el único medio de obtener el perdón de todos nuestros pecados y saldar la deuda completa de nuestras transgresiones y ofensas a Dios.

Pero la mejor noticia de todas es que Él vive hoy, resucitado por el poder de Dios, sentado a la derecha del Padre, exaltado hasta lo sumo y puesto por encima de todo lo que existe. Su Santo Espíritu vive en nosotros, los que creemos, para guiarnos hacia Él, libres de las ataduras de nuestro pasado y nuestros pecados, amados y comprendidos plenamente por Él y gozando de su amor para siempre, porque a Dios le plació otorgarnos en Jesús, el perdón de todos nuestros pecados, reclamándonos como sus hijos, para que en todo sea Él glorificado… y ante Él, toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Jesús es el Señor para la gloria de Dios.

Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, (Hebreos 2:9-11)

sábado, septiembre 19, 2009

Herederos universales…

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, (Hebreos 1:1-3 RV60)

¿Te has preguntado alguna vez para qué estás sobre esta tierra?, ¿Con que propósito tienes vida?... no eres el único que lo ha pensado, es una interrogante que ha inquietado las mentes de toda la humanidad desde el principio y como cada cabeza es un mundo, la variedad de respuestas que el intelecto humano le ha dado es impresionante.

Por gracia de Dios, nosotros, sus hijos, nacidos del Espíritu por medio de Jesucristo el Señor, tenemos la única respuesta posible… Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven. (Romanos 14:7-9 RV60).

En este mundo tenemos abundantes tareas que realizar obrando diligentemente, trabajando, estudiando, cuidando unos de otros, proveyendo para nuestras familias y muchas otra más… pero la misión que hemos de cumplir a través de nuestro caminar diario es la más sublime y trascendental de todas: exaltar a Jesucristo y manifestarlo a todo el mundo, con la seguridad que viviremos con Él y por Él eternamente.

Este cometido no se logra por temor, por tradición o por obligación, es el resultado del desarrollo continuo de una relación de amistad y amor con Dios, viviendo conscientes de su presencia, lo que genera en cada cristiano auténtico, un agradecimiento infinito por el regalo más grande que nos ha sido entregado por el amor de Dios en la persona de Jesús: según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (Efesios 1:4-5 RV60).

Es precioso contemplar la amistad entre un papá y su hijo, cuanto más, si esa relación permanece y se afirma porque se funda en el amor, el respeto, la fidelidad y la confianza mutua. Dios creó el Universo para Jesucristo y por Él hemos sido adoptados como hijos y coherederos de todas las riquezas de su reino. Es necesario afirmar nuestra relación con Él acercándonos confiadamente porque nos ha demostrado su amor en Cristo… Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (1Juan 1:9 RV60).

En esta época moderna que nos ha acercado más que nunca al fin de los tiempos, cobra aún mayor vigencia la exhortación de Pablo: Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad. (Colosenses 2:8-10 RV60).

sábado, septiembre 12, 2009

Su voluntad se vive…

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Romanos 12:2 RV60)

Dios tiene deseos sublimes y propósitos eternos para cada uno de sus hijos, descubrirlos depende de renovar nuestra manera de pensar, permitiendo al Espíritu Santo realizar en nuestro interior un cambio radical de mentalidad para que sea Cristo quien manifieste su carácter por nuestro medio.

Por buenos que nos hayamos considerado a nosotros mismos, siempre la bondad de Dios es superior y nos la ofrece en hechos concretos. Su voluntad es siempre hacer y que hagamos lo bueno, Él tiene pensamientos de paz y no de mal, para que cumplamos el propósito de nuestra vida.

La voluntad de Dios es siempre agradable porque el camino al destino que Él nos ha reservado es siempre superior al que podemos imaginar: Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. (Isaías 55:9 RV60).

Dios, por su gracia y amor, nos revela sus intenciones… dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (Efesios 1:9-10 RV60), pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; (1Tesalonicenses 4:3 RV60), dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. (1Tesalonicenses 5:18 RV60) Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. (Juan 6:40 RV60).

La voluntad de Dios se perfecciona en nosotros cuando supera nuestras debilidades con el poder del Espíritu Santo. Jesús nos enseña a orar al Padre cediendo el total control y gobierno de nuestra vida: Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. (Mateo 6:10 RV60).

Edificarse en la voluntad de Dios es un estilo de vida que se desarrolla de forma práctica permaneciendo siempre conscientes de su presencia, en una actitud de amor y dependencia total del Padre, agradecidos por la misericordia y gracia concedida a nosotros en Cristo. La voluntad de Dios como Padre ejemplar, es reunir a todos sus hijos en Cristo.

Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. (Juan 4:34 RV60). Como Él nosotros hemos de satisfacer el propósito para el cual fuimos creados y será Él, quien obrando en nosotros por su Espíritu, ministrará a nuestro corazón la necesidad de querer y hacer su voluntad, actuando durante toda nuestra existencia en la tierra para perfeccionarnos y llevarnos a la estatura de la plenitud de Cristo, por quien existen todas las cosas y para quien vivimos y morimos.

sábado, septiembre 05, 2009

Protege tu corazón de las crisis

Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación. (Habacuc 3:17-18 RV60)

Hemos aprendido a través del tiempo que los seres humanos provocamos, vivimos y sufrimos una crisis tras otra. A la orden del día se presenta una crisis financiera cuando aún no hemos salido de una crisis de salud o en nuestras relaciones personales. De pronto el mundo se convulsiona con una crisis alimentaria o con un desequilibrio ecológico que genera un desorden climático de alcance global.

La llave que Dios ha puesto en nuestras manos para enfrentar las crisis, siempre abre una de dos puertas, la del fracaso, en la cual sucumbimos ante la adversidad rindiéndonos al vaivén de las circunstancias o la de su voluntad, mediante la cual tenemos la capacidad, en Cristo, de superar todo obstáculo que intente frenar la expansión de su reino en nuestra propia existencia.

La Biblia nos enseña mediante casos concretos a convertirnos en parte de la solución en lugar de contribuir a hacer más grande el problema: Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría. (Eclesiastés 9:10 RV60).

Encontramos que siendo diligentes, planificando nuestro actuar dentro de los parámetros de Dios, caminando la milla extra, dando en lugar de recibir, aprovechando bien el tiempo y las oportunidades, preservando lo importante en buenos tiempos para disponer de ello en tiempos difíciles, son mecanismos seguros, establecidos por Dios para tener y disfrutar de los frutos de nuestra siembra en el momento en que verdaderamente los necesitamos.

Dios mismo nos da la pauta por su Santo Espíritu de lo que hemos de hacer, nos guía por el camino del amor y la solidaridad considerando a los demás como superiores a nosotros para que sembremos relaciones sanas cosechando armonía y paz. Así el Cuerpo de Cristo se mantiene sano.

Del mismo modo el Señor nos indica que en la fuerza de su Espíritu podemos hacer que nuestro propio espíritu humano gobierne en nuestra alma y nuestro cuerpo día a día para mantener una relación sana y constante con nuestro Padre, llevando todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo.

La Biblia nos recuerda que todo obrero es digno de su salario y que es un don de Dios que el ser humano disfrute del fruto de su labor cada día, nos muestra que no hemos de contaminar nuestro cuerpo con las inmundicias que pueden salir de un corazón alejado de Dios y que si vivimos o morimos para Cristo lo hacemos porque le pertenecemos…

Es pues necesario que enfrentemos las crisis en su Espíritu, con sus fuerzas sabiendo que… la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto en tanto que el camino de los impíos es como la oscuridad; no saben en qué tropiezan. Guardemos sus palabras porque son vida y medicina al cuerpo, guardemos nuestro corazón en Cristo y de él manará vida.

sábado, agosto 29, 2009

Estamos en guerra...

Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (Romanos 7:21-23 RV60)

Cuando escuchamos hablar de guerra espiritual, es fácil recordar las imágenes de películas que tratan sobre posesiones diabólicas, exorcismos, satanismo y muchas otras manifestaciones del reino de las tinieblas. Sin menospreciar o subestimar las incidencias de hechos como éstos, experimentados por algunas personas en la realidad, debemos decir que Satanás y sus huestes, emplean frecuentemente, medios muchísimo más modernos, populares y sutiles para generar un conflicto que, en nuestra mente, nos inclina hacia su dominio aprovechándose de esa ley del pecado inherente a la naturaleza humana.

Nuestro Señor Jesucristo por medio de la cruz obtuvo ya la victoria en el mundo espiritual, por tanto nuestro involucramiento en la guerra espiritual no persigue vencer, Él, nuestro Señor, ya venció. En esta guerra en que libramos batallas diarias en la mente de cada cristiano, el reino de las tinieblas intenta avanzar para dejar sin efecto el reino de Dios induciéndonos a la culpabilidad, al temor, la desesperanza, el egoísmo, la falta de fe… en fin a errar de nuevo, a pecar para que nosotros mismos decidamos abandonar la vida abundante que sólo permaneciendo en Cristo se puede vivir.

Aún cuando nuestra salvación como cristianos, nacidos de nuevo como hijos adoptivos de Dios no está en tela de juicio, Satanás intenta por todos los medios robarnos el gozo de vivir en la presencia de Dios. Jesús nos dice: El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. (Juan 10:10 RV60). Satanás no puede robar nuestra salvación pero hará lo imposible para que no la disfrutemos y para impedir que se conozca el testimonio, las buenas nuevas de salvación, que hemos de dar para que otros sean atraídos al Señor.

La guerra espiritual no es opcional, todos estamos en ella, cada decisión en nuestra existencia nos acerca a uno de los dos reinos en conflicto, o vivimos en la presencia de Dios o abrimos puertas dando derechos a Satanás para ejercer influencia y dominio sobre nuestra vida. Lo grave de esta situación es que permitimos al enemigo impedir el avance del Reino de Dios recuperando un territorio por el cual Cristo ya pagó con creces.

¿Y qué podemos hacer? Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. (1Pedro 5:8-9 RV60). Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Mateo 26:41 RV60). Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. (Santiago 4:7 RV60).

Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, (2Corintios 10:3-5 RV60).

sábado, agosto 22, 2009

¿Buscas la excelencia?

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. (Romanos 12:2-3 RV60).

La excelencia no es una meta para la vida como muchos la interpretan, sencillamente es un modo de vivir impulsado por la convicción de que todo lo que hacemos se fundamenta en Cristo.

El apóstol Pablo nos recuerda… Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. (Colosenses 3:17 RV60). Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; (Colosenses 3:23RV60).

Para caminar en la ruta de la excelencia, es necesario perder el temor de soñar en alcanzar la altura que Dios ha determinado que podemos alcanzar, creciendo cada día desde la situación real presente, iniciando con los medios y recursos que ya tenemos, dejando que el carácter de Cristo se consolide en nosotros, perseverando con fe en que hemos de alcanzar las metas y la visión de Dios.

La vida puede gastarse en superficialidades que no requieren esfuerzo, navegando en la mediocridad y la indolencia o por el contrario, invertirse en el proyecto de Dios ejercitando el carácter y la disciplina, trabajando, estudiando y produciendo verdaderos frutos consistentemente, alimentando cuerpo, alma y espíritu con el Pan de Vida.

El cristiano, por definición, no puede ser tibio, gris, mediocre… antes bien, se fija metas conforme a la voluntad de Dios que le desafían a crecer y superar sus propias limitaciones renovando constantemente su manera de pensar y actuar. Hemos nacido de nuevo, en nosotros opera el Espíritu de Dios que nos guía a vivir sin temor, con dominio propio, confiando en su poder y en el amor de Dios… El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (Romanos 8:16).

Cuando vivimos conscientes de la presencia de Dios, podemos mantener esa visión de futuro que nos impulsa a crecer y mejorar la calidad de vida… Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre. (Salmos 16:11). Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. (Jeremías 29:11).

La vida es un paseo diseñado por Dios para elevar nuestro ser a una estatura tal en que podamos convivir con Él eternamente disfrutando de su amor y de su plenitud... Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. (1Corintios 2:9 RV60).

sábado, agosto 01, 2009

Fundamentando mis acciones

Y así como tuve cuidado de ellos para arrancar y derribar, y trastornar y perder y afligir, tendré cuidado de ellos para edificar y plantar, dice Jehová. (Jeremías 31:28 RV60).

Para todo aquel que siente su vida dañada total o parcialmente, Dios, tiene la solución y un propósito, por lo que nos conduce a derribar todo obstáculo que se interponga entre Él y nosotros, para que cimentados en Cristo, tengamos una vida abundante y una relación estrecha con Él como sus hijos.

La iniciativa ha sido de Él: Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (2Corintios 5:18-19 RV60).

No es posible tener esa paz en la vida, que nos capacita para enfrentar cualquier situación con valor, tranquilidad y decisión, sin estar en armonía con Dios mediante la guía cercana de su Santo Espíritu. El propósito de Dios no es resolver nuestros problemas, su propósito es tener una convivencia diaria, constante con sus hijos basada en su amor; las soluciones vienen como añadidura. Estar en paz con Dios es fundamental para una vida plena… Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él. (Proverbios 16:7 RV60).

Para restaurar cualquier parte dañada de nuestra vida, es necesario descansar en los medios y caminos de Dios y no en nuestros propios conocimientos, experiencia y criterios. El apóstol Pablo recoge la manera precisa de hacerlo:

 Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. (1Corintios 13:1-3 LBLA).

Es bueno filtrar todo nuestro proceder por medio de la visión de Dios, observar nuestra vida desde Su perspectiva. A Dios le estorban y desagradan las acciones humanas que no se basan en Su amor, por buenas que parezcan. Lo que no está edificado en Cristo, no tiene valor; así que la única motivación correcta para actuar es el amor de Dios, que se concretiza en nosotros por medio de la aceptación, por fe, de la gracia de nuestro Señor Jesucristo que nos dio la salvación que... No es el resultado de las propias acciones, de modo que nadie puede gloriarse de nada; pues es Dios quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos había preparado de antemano. (Efesios 2:9-10 DHH).

sábado, julio 25, 2009

Estar siempre gozosos

En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad. No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. (Filipenses 4:10-13 RV60)

Las circunstancias en nuestra vida han llegado a ocupar lugares tan especiales que nos olvidamos de lo verdaderamente importante; prueba de ello es que nuestro ánimo cambia según cambie el entorno, tenemos alegría si todo va conforme a nuestras expectativas, nos deprimimos ante la soledad o ante la ausencia de las personas queridas, nos enojamos cuando las cosas nos desagradan o se alejan de nuestros planes. Las emociones y los sentimientos hacen fácil presa de nuestra mente y nuestra vida, a menos que, fortalecidos en el espíritu, hayamos aprendido a vivir gozosos en la voluntad del Señor. Mantenernos libres y contentos requiere de practicar principios bíblicos que sólo pueden provenir de una comunión constante con nuestro Dios.

En primera instancia, la mente ha de renovarse y abandonar los viejos paradigmas o esquemas enquistados por muchos años que nos conducen a ver las circunstancias y problemas siempre de la misma manera pesimista, negativa, desconfiada y falta de esperanza. La seguridad de poseer la mente de Cristo implica que todo tiene ya, en el momento de enfrentarlo, una solución con forme a la buena voluntad de Dios que aunque no se acomode a nuestra expectativa, cumple con los propósitos de bien que Dios tiene para cada uno: Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes afirma el Señor, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. (Jeremías 29:11 NVI)

En segunda instancia, es necesario cultivar una actitud de agradecimiento. Un corazón agradecido por el privilegio de vivir y tener todo lo que se nos ha concedido en la vida, ya ha entendido o está muy cerca de comprender que, aunque no merecemos nada, Dios en su inmenso amor nos provee de los medios que necesitamos para desarrollar una vida conforme sus propósitos: Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. (1Tesalonicenses 5:18 RV60)

Finalmente, hemos de usar la capacidad de invertir tiempo en lo que verdaderamente tiene valor y satisface el alma. Vale la pena invertir nuestra vida en Dios y en los demás, cualquier otro uso es un desperdicio de un tiempo que nunca regresa: Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. (Efesios 5:15-17 RV60)

sábado, julio 11, 2009

Lo importante

¡Ay de aquellos que acaparan casa tras casa y se apropian de campo tras campo hasta que no dejan lugar para nadie más, y terminan viviendo solos en el país! (Isaías 5:8 RV60)

En esta época en que vivimos, alcanzar la felicidad se ha vuelto obsesivamente importante para la inmensa mayoría de los seres humanos en el mundo occidental, todo esfuerzo que emprendemos se encamina a lograr esa meta y para ello, escogemos prioritariamente las actividades que contribuirán a satisfacer ese objetivo.

Nuestra manera de dar importancia a una algo o alguien, es siempre a través del tiempo que le dedicamos, muchas veces sin considerar que el tiempo es un recurso natural que media vez se consume, no se puede renovar, así que más vale la pena invertirlo en lo que es verdaderamente importante.

Hemos de tener claro que eso verdaderamente importante, en la escala de prioridades de Dios, muchas veces es sustituido por nuestra propia escala de importancia y es entonces cuando se presentan las señales de un deterioro en la calidad de vida.

Cuando las personas a nuestro alrededor, familia, amigos o compañeros, se quejan de nuestra ausencia o falta de interés; cuando dejamos de gozar con lo que hacemos y de la presencia de las personas con quienes nos relacionamos; cuando dejamos nuestras convicciones a un lado en pos de beneficios atractivos de prosperidad o placer… ha llegado el momento de hacer un alto y evaluar cuidadosamente por qué lo que hacemos, que en teoría nos daría felicidad, está justamente provocando nuestra desdicha.

Todo lo que sembramos lo cosechamos, si vivimos para trabajar de sol a sol, para acumular riquezas, títulos, honores, poder, etc. y si para ello además sacrificamos familia, relaciones, convicciones y principios, no dudemos que recibiremos lo que merecemos: posiblemente llegaremos a la cima, pero ese lugar tiene ciertas características no muy agradables: ahí se vive en soledad, muchos otros quieren llegar ahí y lucharán con lo que sea para destronarnos y cuando ya se subió a lo más alto que el mundo da, el único camino que queda es cuesta abajo.

La respuesta inequívoca para esta situación es siempre, sin dudarlo, nuestro alejamiento del camino preparado por Dios para colmarnos. La inmadurez espiritual nos inclina a pensar que la felicidad es una meta que lograr a costo de lo que sea, pero realmente Dios diseñó la felicidad como la recompensa constante del proceso de caminar y vivir en Él; en pocas palabras, la felicidad no es una meta, es producto de una vida gobernada por la acción del Espíritu Santo en cada uno.

Sabemos que el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, fe, mansedumbre y dominio propio… ¿no es la felicidad verdadera el disfrute permanente de todo esto? No esperemos a mañana para dedicar el tiempo a lo importante.

La bendición del Señor es riqueza que no trae dolores consigo.

El necio goza cometiendo infamias; el sabio goza con la sabiduría.

Lo que más teme el malvado, eso le sucede, pero al justo se le cumplen sus deseos.

(Proverbios 10:22-23 DHH)

sábado, julio 04, 2009

Basta con Su gracia

¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. (Miqueas 7:18-19 RV60)

Si tuviéramos una deuda muy grande, sin tener el dinero para pagar ni siquiera una cuota, estuviéramos atrasados con el pago y repentinamente nuestro acreedor decidiera venir a nosotros y nos diera, como un regalo de su parte, todo el dinero necesario para que le paguemos el saldo total, seguramente reaccionaríamos con asombro, con incredulidad y más de alguno tendría desconfianza y se preguntaría ¿qué hay detrás de este gesto? ¿O pensaríamos que somos tan buenos que ya merecíamos algo así?

Y si además de todo, nuestro acreedor nos invita a su casa, nos pide que aceptemos formar parte de su familia, con todos los derechos y privilegios que tienen sus hijos, haciéndonos herederos junto con ellos de todas sus posesiones… ¿qué pensaríamos?

Nuestra reacción de incredulidad ante la gracia de Dios no difiere mucho, la humanidad como un todo y cada uno de nosotros en lo personal, hemos tenido, desde que el pecado se anidó en nuestro corazón, una deuda de justicia con Dios y aún la vida entera dedicada a realizar buenas obras no alcanzaría para pagarla. Más aún, no sólo no podemos pagarla, sino que en algunos casos huimos de Dios para no tener que enfrentarlo. Pero Dios, por su fidelidad y amor de sí mismo, extiende su misericordia hacia nosotros por medio de la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, haciendo posible para todos nosotros el pago total de la deuda, ¡lo creamos o no!

Por si fuera poco, a Dios no le basta con liberarnos y pagar la totalidad de la deuda, Él quiere que formemos parte de su familia, nos ha dado el derecho de ser sus hijos, nos da la garantía de cumplimiento de sus promesas y nos llama a participar con Él de la gloria y las riquezas de su reino; conociéndonos, nos busca Él mismo, toca a nuestra puerta para que ni siquiera tengamos que buscarlo, pero aún más importante es que sabiendo el valor de la deuda, por su inmenso amor se despojó voluntariamente del derecho de ejercer su poder como Dios, se sometió, en la persona del Señor Jesús, a la voluntad y desprecio del hombre, y sufrió la más grande humillación posible entregando su vida para que recayera en él toda la pena y castigo que nosotros deberíamos haber sufrido.

Cultural y religiosamente, hemos escuchado durante años que salvarnos depende de nuestras buenas acciones, que si nos portamos mal iremos al infierno… y una infinidad de reglas y normas que debemos cumplir para garantizar que somos buenos, espirituales y dignos de gozar la vida eterna y las promesas de Dios. La verdad es que nada de valor existe en nosotros que pueda pagar el sacrificio de Cristo… ¡Sólo Jesús y nadie más que Jesús es suficiente! … ¡Para vivir eternamente, basta con Su gracia!

sábado, junio 27, 2009

Gozando las pruebas

Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. (1Pedro 4:12-13 RV60)

Hay muchas formas de tomar las dificultades en la vida, con ira, con amargura, con resignación, con estoicismo, con valor, con temor, con ánimo, con desánimo, con ansiedad, con tranquilidad, etc. y a veces reaccionamos con una compleja combinación de estas actitudes.

De todas ellas podemos concluir que obedecen esencialmente a la decisión interior de aceptar o rechazar el enfrentarnos con la dificultad.

La reacción normal que se espera de un cristiano guiado por el Espíritu de Dios, se describe con mucha claridad por Santiago: Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. (Santiago 1:1-4 RV60).

Dios permite las pruebas en nuestra vida para hacer evidente, de manera personal a cada quien, su nivel de crecimiento. Dios actúa constantemente para llevarnos por el verdadero camino, pero el propósito de Dios va más allá de sólo corregir nuestras desviaciones, ése es sólo el primer paso en nuestro proceso de aprendizaje.

Al asimilar la voluntad de Dios y hacerla nuestra propia voluntad, estamos siendo capacitados para dar testimonio real de Cristo. Nadie da lo que no tiene, si queremos mostrar a Cristo, no basta con aprender de Cristo, debemos haber aprendido a vivir en Cristo, a permanecer crucificados juntamente con Él. En Efesios 4:17-21, Pablo nos recuerda que no se puede aprender a Cristo andando en la vanidad de la mente.

La única manera práctica de aprender es por la experiencia. La teoría, aunque es buena, no forja carácter. Lo que se aprende de memoria, corre el riesgo de olvidarse, lo que se vive, no sólo se recuerda sino que desarrolla nuestra capacidad: de la teoría de andar en bicicleta, a la práctica real de subir en una bicicleta y pedalear cuesta arriba hay, además de una enorme diferencia, unas cuantas caídas, golpes, raspones y lágrimas.

Dios desarrolla en cada quien el carácter necesario, moldeando a Cristo en cada hijo suyo para cumplir sus propósitos. Sólo así se explica la exhortación a tener gozo en la prueba ya que existe la garantía de que al pasarla, estaremos un paso más cerca de la plenitud de Jesucristo con todos los beneficios colaterales que esto trae. Sólo debemos cuidar de permitir que sea Él quien nos cambie sin tratar de ayudarle nosotros con nuestros propios criterios y preconcepciones religiosas. Gocémonos en revelar a Cristo, cuando Él sea realmente percibido en nosotros por aquellos que nos rodean.

sábado, junio 20, 2009

Tocando fondo

Ten piedad de mí, o Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio. (Salmos 51:1-4 RV60)

Cuando tocamos fondo sólo nos queda un camino, hacia arriba, hacia la única posibilidad real de salvación. En tales circunstancias, cuando todo parece perdido, sin tener recursos para salir del abismo en que nos sentimos envueltos, abrumados, atrapados…siempre podemos encontrar y tomarnos de la mano de Dios.

Hay un punto de decisión en lo más profundo de la crisis, un instante de diálogo personal e íntimo en el que nos toca reconocer que no tenemos, por nosotros mismos, ni la capacidad, ni el valor, ni el ánimo de salir. Es en ese momento especial que la gloria de Dios lo puede inundar todo con su luz si decidimos clamar por su misericordia, por su presencia en medio del caos de nuestra vida y rendirnos en sus brazos.

Por grandes que hayan sido nuestras fallas, no las podemos deshacer, no podemos retroceder el tiempo para evitarlas, sólo nos queda reconocerlas, arrepentirnos y entregarnos en manos de quien“…es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de nuestra maldad”. Y su gracia es suficiente ante nuestra debilidad, porque Su poder es el que enfrenta la culpa, la ansiedad, el desánimo, la amargura, el remordimiento y todo aquello que trate de arrastrarnos de nuevo hacia la oscuridad.

Pero es importante aprender la lección y recordar de dónde Dios nos ha sacado, no para volver a sentirnos mal, sino para agradecer al Señor y mantenernos en su camino. Es necesario entender que el pecado, aunque ya fue perdonado, como una mala siembra, producirá frutos indeseables, es entonces que de Él y sólo de Él vendrán las fuerzas, el poder y valor necesarios para enfrentar cualquier consecuencia de nuestras fallas.

Sólo dejando que el poder del Espíritu Santo renueve nuestro pensamiento hacia la plenitud de la mente de Cristo, podremos verdaderamente comprender que Dios quiere llevarnos hacia Él, que permanezcamos con Él y en Él porque no existe mayor gozo que entrar, estar y permanecer en su presencia.

David, fue reconocido por Dios un hombre conforme a Su corazón, no porque no pecara, por el contrario, aún cayendo en terribles pecados, siempre estuvo dispuesto a encontrar y cumplir la voluntad de Dios, reconoció que es imposible esconderse de la mirada del Señor y siempre buscó su presencia: Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. (Salmos 27:4 RV60)

sábado, junio 13, 2009

El éxito cristiano

Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el mal. (Proverbios 24:16 RV60)

Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento. (Isaías 60:1-3 RV60)

Se dice mucho que el éxito de cualquier persona no está en caer, sino en saber levantarse. Los científicos, investigadores e inventores realizan cientos de pruebas y experimentos que resultan fallidos una y otra vez hasta que obtienen lo que quieren con mucho esfuerzo.

Muchos seres humanos hacemos de nuestra vida una montaña rusa que sube y baja, un oleaje abrumador que nos hace ir y venir entre el éxito y el fracaso, sin dejar por fuera las frustraciones, heridas y dolores que dicho proceso nos causa.

El éxito, como producto de la superación de una larga cadena de desatinos, le otorga la gloria al que puso el esfuerzo necesario para lograrlo.

Hemos sido adoctrinados por años en la superación personal, en el esfuerzo para “salir adelante”, en que todo se logra con perseverancia y entrega. No hay nada malo en esto; en realidad mucho se logra de esa forma. La diferencia entre el éxito en el mundo y el éxito en Cristo solamente radica en una cosa fundamental: en el mundo el esfuerzo lo hago yo, la motivación viene de mí, por mí y para mí. En Cristo, Jesús ya hizo todo lo que yo necesito para que yo viva una vida plena y abundante, Él es mi única motivación.

En la vida cristiana, el que verdaderamente supera todos nuestros fracasos es Cristo mediante la obra de su Santo Espíritu. Por esta misma razón Él es el único que merece la gloria. No hay duda que si caigo, yo quise caer, levantarme sólo es potestad de Él.

¿Significa eso que yo no voy a hacer nada? La respuesta es sí y es no.

Sí porque ya no hace falta que los hijos de Dios hagamos nada para que Él por su gracia nos ame, nos acepte, nos libere y nos bendiga, nos regale la salvación y transforme nuestra naturaleza.

Pero también la respuesta es no porque como consecuencia de la obra del Espíritu de Dios en nosotros, Él obra en nosotros impulsándonos a querer y hacer su obra, lo que Él ha preparado de antemano para que sus propósitos se cumplan y satisfagan la voluntad del Padre. Esto produce en cada creyente la necesidad de crucificar y hacer morir nuestra vieja y contaminada criatura. El éxito es eso, la plenitud de Cristo que se alcanza en un proceso que comienza menguando en lo personal y termina con la muerte absoluta de todo aquello que nos separa de Dios, y así Cristo resplandece en nosotros.

sábado, junio 06, 2009

Administradores de Su propiedad

Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia.

Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas.

No seas sabio en tu propia opinión; Teme a Jehová, y apártate del mal;

Porque será medicina a tu cuerpo, Y refrigerio para tus huesos.

Honra a Jehová con tus bienes, Y con las primicias de todos tus frutos;

Y serán llenos tus graneros con abundancia, Y tus lagares rebosarán de mosto.

(Proverbios 3:5-10 RV60)

Cada vez que un gobierno cambia, las prioridades de la nación se redefinen o se reafirman. En la actualidad, la mayoría de gobiernos, sin importar si son antiguos o recientes, prácticamente sin excepción ponen como su primera prioridad superar la crisis económica. ¿No sería mejor atacar las causas de la crisis? La crisis económica es sólo una de las consecuencias del deterioro en los valores que han puesto al dinero y a la acumulación de ganancias, privilegios y poder como los objetivos de vida de muchos, porque el mundo mide así el éxito.

Al igual que los gobiernos, las personas tendemos a ordenar las prioridades de vida, atacando los síntomas de nuestras crisis, sean estas económicas, familiares, sociales, existenciales, etc. Mientras no se depende de Dios para caminar, es obvio que a cada quien usa su propio criterio para definir prioridades en un mundo donde las circunstancias condicionan y las capacidades personales marcan límites. De ahí se desprende que la escala de valores de cada quien diverge de la de los demás, pero tiene un origen común: todos buscamos algo que de sentido a nuestra vida y cuando lo identificamos, le damos categoría de valor y se convierte en motor de nuestra actividad.

Sabemos que todo lo que el hombre edifica fuera del fundamento que es Cristo, está destinado al más rotundo fracaso y a su propia destrucción. Cuando una persona acepta que Jesús sea el Señor de su vida, debería ser evidente que sus prioridades cambiarán.

Si el propósito de vivir no es glorificar al Padre, si no buscamos como primera prioridad el reino de Dios, el gobierno del Espíritu Santo y la exaltación de Jesús por encima de todo en esta vida, seguiremos desperdiciando todos los recursos que Dios ha puesto a nuestro alcance en tareas y actividades vacías que no producen nada de valor real, dejándonos sólo satisfacciones pasajeras que pronto se desvanecen y se olvidan.

Todo lo que tenemos, TODO, talentos, capacidades, intelecto, sabiduría, conocimientos, sentimientos, emociones, vida, salud, relaciones familiares y personales, recursos económicos, trabajo, techo, alimento, vestido, absolutamente todo le pertenece a Dios. La única razón de entregárnoslo es que lo administremos, lo disfrutemos y compartamos con alegría, dándole la gloria a Él y sólo a Él, con agradecimiento, humildad y sencillez, porque nada merecemos y si lo recibimos es únicamente por su amor y su gracia.

Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.

Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor.

He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres. (Eclesiastés 3:10-14 RV60)

sábado, mayo 30, 2009

Nacer de nuevo

¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. (Miqueas 7:18-19 RV60)

Experimentar la misericordia de Dios mediante el perdón de nuestros pecados es un hecho liberador que se percibe en lo más profundo de nuestro ser. Esa experiencia sólo es posible por el arrepentimiento sincero y la plena aceptación de la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. (Lamentaciones 3:22-23). Desde la perspectiva de la justicia de Dios, ningún ser humano merece por sí mismo estar en su presencia, ni mucho menos tener vida eterna, sin embargo su amor y misericordia son tan grandes, que envió a Jesucristo para que por medio de él, su muerte y su resurrección, habiendo sido constituido como el único mediador entre Dios y la humanidad, nosotros podamos ser justificados, perdonados y tener acceso a Dios en la categoría de hijos.

Jesús, tal como Él mismo lo declara, es el Camino, la Verdad y la Vida, es decir que no hay otro camino hacia Dios sino por medio de Él mismo, de hecho nos muestra que también Él es la puerta para sus ovejas. Fuera de Él no hay verdad, se vive en un mundo falso regido por valores igualmente falsos y en un engaño permanente de felicidades pasajeras que al final carecen de valor y nos dejan vacíos.

Por eso mismo sabemos que Él es la vida, porque sin su presencia y gobierno la vida permanece en un pozo oscuro y profundo, desordenada, vacía y sin sentido.

Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. (Juan 16:13-15). La única manera de conocer íntimamente a Dios es por medio de su Santo Espíritu. Él entra a morar en nosotros, convirtiéndonos en un templo viviente, únicamente mediante la confesión sincera de nuestra Fe en Jesucristo aceptándole en nuestro corazón como único Señor y Salvador.

El ser humano no es pecador porque peca, peca porque es pecador, por naturaleza. Por eso es necesario nacer nuevamente, cambiar esa naturaleza y obtener la paternidad de Dios naciendo del Espíritu por el único camino posible: la aceptación de Jesús. No toda persona es hija de Dios, sólo aquellas que tienen a Jesús en su corazón.

Jesús ha sido, es y seguirá siendo suficiente por siempre, no necesitamos más.

Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. (Romanos 10:8-13 RV60)

sábado, mayo 23, 2009

Perdonar y pedir perdón

Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. (Mateo 5:23-24 RV60)

Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale. (Lucas 17:3-4 RV60)

Perdonar verdaderamente, y pedir perdón con sinceridad, son actos que requieren de un crecimiento espiritual muy grande.

Perdonar implica aceptar, tal y como es, por amor de Jesús al ofensor y desechar del corazón todo rastro de sentimiento o emoción evocado por el recuerdo de la ofensa; significa desatarse, desechar el dolor y recuperar la paz interior.

Resentir es mantenerse encadenado por el dolor, no a una persona sino a un hecho que ya pasó, es quedarse atrapado en un instante del tiempo impidiéndonos vivir un presente real y maravilloso.

Lo más grave de esta situación no es la ofensa que nos hicieron, sino el daño que nosotros mismos nos hacemos, malgastando nuestro tiempo de vida, reviviendo el dolor de un pasado que ya no tiene remedio. En pocas palabras es desperdiciar la oportunidad única de vivir a plenitud nuestro presente.

El verdadero perdón procede del amor, hemos sido llamados a perdonar como Dios nos ha perdonado, con el amor que Dios nos ha manifestado.

Perdonar es un acto que da testimonio del amor de Cristo en nuestra vida y requiere de tomar la iniciativa, no hay que esperar para perdonar, ni siquiera un día... Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. (Efesios 4:26-27).

Ahora bien, cuando sabemos que hemos dañado u ofendido, hace falta mucha convicción y aplomo para humillarse y pedir perdón. No se trata sólo de mitigar la culpa y el remordimiento, ni tampoco de satisfacernos a nosotros mismos cumpliendo una formalidad que nos da la apariencia de espirituales y buenos.

Se trata de manifestar el amor de Dios operando en nuestras convicciones, que provoca un verdadero arrepentimiento, un deseo genuino de resarcir por el agravio. Es el amor de Jesucristo que genera en nosotros respeto y amor para quien hemos dañado, porque el Espíritu Santo nos hace ver a esa persona con los ojos de Dios y no con los nuestros.

Ambas acciones, perdonar y pedir perdón son oportunidades que Dios nos concede, mediante las cuales podemos ejercer el privilegio de manifestar a Cristo, desechando toda influencia de nuestro ego. Para que sean acciones genuinas, han de basarse en la convicción que sólo puede venir del Espíritu Santo por una relación íntima personal con el Señor.

No esperemos para perdonar y menos aún para pedir perdón… vale la pena.