sábado, octubre 03, 2009

Abandona la incredulidad…

Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. (Hebreos 3:12-13 RV60)

Toda una generación del pueblo escogido de Dios vagó en el desierto por cuarenta años, libres de la esclavitud, pero sin haber entrado en la tierra prometida por una sola razón: su incredulidad.

Este hecho no sería extraño si ellos jamás hubiesen visto las pruebas del amor y de la fidelidad de Dios; sin embargo, tuvieron ante sus ojos las manifestaciones concretas del poder de Dios presenciando las plagas en Egipto y experimentaron la protección de Dios ante esos desastres que diezmaron a los egipcios; vieron ante sus ojos abrirse el Mar Rojo y caminaron sobre el fondo del mismo mientras la mano invisible de Dios lo sostenía, viendo sucumbir a sus perseguidores antes de ser alcanzados.

En el desierto, fueron alimentados milagrosamente a diario sin tener que trabajar por ello y su ropa fue preservada en buenas condiciones en todo ese tiempo, su sed fue saciada por agua que brotó de una roca y vieron el rostro iluminado de Moisés ante la presencia de Dios mismo. Y por fin, de toda esa generación que salió de Egipto, sólo dos hombres tuvieron el corazón y la fe suficiente para creerle a Dios y entrar a la tierra que fluye leche y miel, ni siquiera el mismo Moisés pudo entrar a la tierra prometida por haber permitido que la duda hiciese presa de su corazón y de su mente.

No verán los varones que subieron de Egipto de veinte años arriba, la tierra que prometí con juramento a Abraham, Isaac y Jacob, por cuanto no fueron perfectos en pos de mí; excepto Caleb hijo de Jefone cenezeo, y Josué hijo de Nun, que fueron perfectos en pos de Jehová. (Números 32:11-12 RV60)

Los creyentes hemos experimentado el amor y el poder de Dios al abrazarnos como sus hijos en el momento mismo de nuestro encuentro con Jesús. Esa conversión que nos demostró la fidelidad de Dios y su infinita misericordia, fue la liberación de nuestra esclavitud del pecado y también el inicio de nuestra travesía hacia la tierra prometida.

Lamentablemente, aún con una prueba tan precisa y contundente, con demasiada frecuencia también padecemos de incredulidad, impidiéndonos entrar en el reposo de Dios. Si tuviésemos presente el sitio y condición de los cuales Dios nos sacó, si apreciáramos el proceso de perfeccionamiento al que en, según su promesa, nos está sometiendo para alcanzar la plenitud de Cristo, no habría en nuestra mente y corazón el espacio para la incredulidad, para traicionar a la fe que nos ha dado libertad y redención.

No en balde la escritura nos exhorta a vivir por fe, a superar la incredulidad por medio del conocimiento íntimo de Dios mediante una relación permanente y honesta. Dios es fiel y no puede traicionarse a sí mismo, su naturaleza divina nos atrae con lazos de amor para que permanezcamos en su presencia.

Tristemente, el corazón humano, engañoso y perverso como lo dice la escritura, tiende a separarse y a endurecerse alejándonos de la paz y descanso que sólo permaneciendo en Cristo podemos tener: acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura, mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. (Hebreos 10:22-23)

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