sábado, octubre 24, 2009

Más allá de los fundamentos…


Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. (Hebreos 6:1-2 RV60)

Hablando entre cristianos y a cristianos, no podemos engañarnos pensando que Cristo nos ha llamado para mantenernos en el mismo camino de antes. Pero aun habiendo aceptado la verdad del Señor, no es posible crecer sin avanzar en su camino, esto es haciendo lo que fuimos llamados a realizar como verdaderos discípulos del Señor.

Jesús dividió la historia del mundo en dos períodos: Antes de Cristo y Después de Cristo, y para todo creyente la experiencia es similar, tenemos un período oscuro y tenebroso antes de Él y un despertar a una nueva vida después de Cristo. Pero como el estudiante que va a la Universidad, y repite una y otra vez el primer año, no alcanzaremos la meta si seguimos únicamente con el conocimiento doctrinal básico del sacrificio de Cristo sin profundizar en el conocimiento íntimo y personal de Dios y de su eterno amor.
Jesús hizo el sacrificio máximo sometiéndose a la más grande humillación que alguien haya sufrido en la historia, con un solo propósito, abrirnos la puerta de acceso directo a Dios para que Él sea glorificado mediante una relación permanente y única, personal e individual entre el Padre más amoroso que existe y cada uno de nosotros, sus hijos.

Sabemos que las obras que se realizan fuera del Señor son inútiles, sabemos que nuestro bautismo es una expresión pública de la redención que obtuvimos por la gracia de Dios en la muerte y resurrección de Jesús; sabemos que la fe viene del mismo Dios, que hemos de ser resucitados para vida eterna y que el Señor llamará a cada uno ante su trono. Nuestra fe se fundamenta en la certeza y convicción de nuestra inmerecida salvación porque Jesús es quien es. Todo ello es doctrina básica.

La madurez espiritual demanda que esa verdad eterna salte a la vista, como producto de una vida renovada, a través de una conducta llena de frutos perceptibles a los ojos del mundo... Porque cada árbol se conoce por su fruto… (Mateo 6:44a RV60). Sólo conociendo íntimamente a Dios se puede conocer su voluntad y actuar dando testimonio auténtico de su grandeza de manera natural y sincera. El amor de Dios que invade a una persona la transforma, la cambia en una nueva criatura, capaz de comunicar ese amor.

Como contraparte, el corazón que frena la acción de Dios, que prefiere mantener las viejas mañas de la vida antes de Cristo, que no cede ante la reprensión constante del Espíritu Santo, que se deleita en la prácticas propias de una vida poco virtuosa y llena de faltas que por lo rutinarias se consideran normales, ese corazón duro va entristeciendo al mismo Señor hasta que su Santo Espíritu calla, y entonces, en ese instante comienza un viaje a la deriva, fuera de la protección y cobertura de Dios, porque Él, por su mismo amor, respetando nuestra libertad y decisión se aparta para que caminemos solos y fuera de la guía y dirección de Dios sólo encontraremos soledad, temor, ansiedad, desdicha, aflicción, quebranto y a veces la misma muerte, no porque sea un castigo de Dios, sino porque sólo en Él se encuentra la verdadera vida…

¿Por qué hemos de insistir en deambular sin rumbo en el desierto, expuestos a todo, añorando la esclavitud de la que Él nos salvó?

La tierra prometida está al alcance de cada uno, su eterno amor siempre está y estará ahí, Dios está a la distancia de nuestra decisión real y definitiva de permanecer en su presencia, por ello nos dice… Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (Juan 15:7-8 RV60)

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