sábado, octubre 31, 2009

El Ancla del Alma…


Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. (Hebreos 6:17-20 RV60)
Lo que Dios promete es más cierto que lo que nuestros ojos ven y que lo que podemos tocar, no obstante, nuestra incredulidad se encarga de socavar nuestra confianza exigiendo garantías diferentes y mayores que la misma Palabra de Dios.
Nuestra alma, donde residen nuestros sentimientos, emociones, pensamientos, intelecto, y razonamiento, necesita depositar su confianza en algo, necesita una base que la sustente para tener un equilibrio sano, manteniendo la paz y ecuanimidad que nos permiten funcionar como seres humanos.
Pero el alma, siendo voluble como es, busca continuamente asideros cada vez más firmes, al igual que el apóstol Tomás, nos resulta más fácil exigir pruebas visibles y tangibles de aquello que se nos ha prometido. Esta actitud no es extraña cuando muchas veces hemos sido defraudados por aquellas personas en quienes confiamos alguna vez y que nos han fallado, es un mecanismo defensivo que crea una barrera de incredulidad como una coraza protectora pare evitar ser dañados nuevamente.
Pero en la naturaleza misma de nuestra alma está la necesidad de confiar, por ello, Dios nos provee del asidero más firme que existe, de Él mismo en la persona del Señor Jesucristo. No hay otro en que podamos tener mayor certeza que en Él. Por eso mismo, el pasaje nos dice que como un ancla que, fuera de nuestra vista, en lo profundo del mar, mantiene firme al barco ante el viento, el oleaje y las tormentas, Jesús es el único capaz de mantener firme nuestra vida y nuestra confianza ante cualquier circunstancia por agobiante que sea.
El consejo del Señor es muy claro, se alcanzan las promesas creyendo y esperando, sin desmayar, permaneciendo firmes en Cristo porque… Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? (Números 23:19 RV60).
La escritura nos exhorta, no solamente a confiar en Dios, sino a que hagamos de Él nuestra única fuente de confianza, que desconfiemos de las riquezas, las posesiones, la posición, los logros; ni siquiera las demás personas y mucho menos nosotros mismos somos dignos de confianza porque tenemos un corazón voluble, engañoso y perverso…
Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto. (Jeremías 17:5-8 RV60).
Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad. Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía. (Salmos 37:3-6 RV60).

sábado, octubre 24, 2009

Más allá de los fundamentos…


Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. (Hebreos 6:1-2 RV60)

Hablando entre cristianos y a cristianos, no podemos engañarnos pensando que Cristo nos ha llamado para mantenernos en el mismo camino de antes. Pero aun habiendo aceptado la verdad del Señor, no es posible crecer sin avanzar en su camino, esto es haciendo lo que fuimos llamados a realizar como verdaderos discípulos del Señor.

Jesús dividió la historia del mundo en dos períodos: Antes de Cristo y Después de Cristo, y para todo creyente la experiencia es similar, tenemos un período oscuro y tenebroso antes de Él y un despertar a una nueva vida después de Cristo. Pero como el estudiante que va a la Universidad, y repite una y otra vez el primer año, no alcanzaremos la meta si seguimos únicamente con el conocimiento doctrinal básico del sacrificio de Cristo sin profundizar en el conocimiento íntimo y personal de Dios y de su eterno amor.
Jesús hizo el sacrificio máximo sometiéndose a la más grande humillación que alguien haya sufrido en la historia, con un solo propósito, abrirnos la puerta de acceso directo a Dios para que Él sea glorificado mediante una relación permanente y única, personal e individual entre el Padre más amoroso que existe y cada uno de nosotros, sus hijos.

Sabemos que las obras que se realizan fuera del Señor son inútiles, sabemos que nuestro bautismo es una expresión pública de la redención que obtuvimos por la gracia de Dios en la muerte y resurrección de Jesús; sabemos que la fe viene del mismo Dios, que hemos de ser resucitados para vida eterna y que el Señor llamará a cada uno ante su trono. Nuestra fe se fundamenta en la certeza y convicción de nuestra inmerecida salvación porque Jesús es quien es. Todo ello es doctrina básica.

La madurez espiritual demanda que esa verdad eterna salte a la vista, como producto de una vida renovada, a través de una conducta llena de frutos perceptibles a los ojos del mundo... Porque cada árbol se conoce por su fruto… (Mateo 6:44a RV60). Sólo conociendo íntimamente a Dios se puede conocer su voluntad y actuar dando testimonio auténtico de su grandeza de manera natural y sincera. El amor de Dios que invade a una persona la transforma, la cambia en una nueva criatura, capaz de comunicar ese amor.

Como contraparte, el corazón que frena la acción de Dios, que prefiere mantener las viejas mañas de la vida antes de Cristo, que no cede ante la reprensión constante del Espíritu Santo, que se deleita en la prácticas propias de una vida poco virtuosa y llena de faltas que por lo rutinarias se consideran normales, ese corazón duro va entristeciendo al mismo Señor hasta que su Santo Espíritu calla, y entonces, en ese instante comienza un viaje a la deriva, fuera de la protección y cobertura de Dios, porque Él, por su mismo amor, respetando nuestra libertad y decisión se aparta para que caminemos solos y fuera de la guía y dirección de Dios sólo encontraremos soledad, temor, ansiedad, desdicha, aflicción, quebranto y a veces la misma muerte, no porque sea un castigo de Dios, sino porque sólo en Él se encuentra la verdadera vida…

¿Por qué hemos de insistir en deambular sin rumbo en el desierto, expuestos a todo, añorando la esclavitud de la que Él nos salvó?

La tierra prometida está al alcance de cada uno, su eterno amor siempre está y estará ahí, Dios está a la distancia de nuestra decisión real y definitiva de permanecer en su presencia, por ello nos dice… Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (Juan 15:7-8 RV60)

sábado, octubre 17, 2009

¿Leche o alimento sólido?

Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. (Hebreos 5:11-12 RV60)

La madurez espiritual es producto de un proceso continuo que dura toda la vida. Tal y como maduramos física y psicológicamente, nutriendo y ejercitando el cuerpo, dotando a nuestra alma de alimento intelectual, relaciones, emociones y sentimientos sanos, nuestra madurez espiritual procede del alimento que sólo puede nacer del mismo Dios a través del poder de su Espíritu, permaneciendo en Cristo.

Jesús, el pan de vida, es alimento que tomado diariamente, convierte nuestra existencia en vida abundante, nos provee del verdadero conocimiento de Dios y va transformando nuestra manera de pensar permitiéndonos adquirir, paso a paso, su propio criterio, su mente y sus pensamientos, capacitándonos para escoger siempre el camino que satisface la voluntad del Padre.

Jesús, quien sostiene toda la creación con la palabra de su poder, nos ha transmitido esa palabra que, por su misma naturaleza, desarrolla el oído espiritual de quienes la escuchamos. Puesto que la fe viene por el oír, y el oír, es decir la capacidad de escuchar a Dios, viene por la misma palabra de Dios, exponernos a ella continuamente, desarrollará en nosotros esa habilidad de percibir en cada instante la voluntad de nuestro Padre, agradable y perfecta.

Pero así como existen personas que se niegan a crecer emocional y psicológicamente, manteniendo comportamientos que no corresponden a su edad cronológica, también existen cristianos que insisten en mantenerse en la adolescencia e incluso en la infancia espiritual. Estas edades, que preceden siempre a la adultez, se caracterizan por la incapacidad de adoptar responsabilidades y por tomar decisiones con base en emociones y pensamientos radicalizados y afectados por el entorno más que por las propias convicciones.
La ausencia de fruto espiritual hace evidente la inmadurez en aquel cristiano que no muestra amor, que carece de gozo y de paz, el cristiano impaciente, poco o nada considerado, por no decir egoísta, falto de bondad, incrédulo, impulsivo y rebelde.

Sólo una relación sólida y estable con nuestro Padre celestial puede impregnarnos de su presencia en cada pensamiento y decisión, volviéndonos personas capaces de dar antes que recibir, gozosas y llenas de paz aún ante la peor adversidad, pacientes con las personas y las circunstancias, considerados y amables con todos (aunque no nos correspondan igual), siempre confiados porque estamos más seguros de la fidelidad de Dios que de nuestras propias capacidades, guardando nuestra tranquilidad y aplomo ante las ofensas, entendiendo que el ofensor sólo es una víctima del mal que hay en su propio corazón, permitiendo que Jesús sea visible a los que no le conocen a través de un comportamiento auténtico, no fingido, que se origina en la total convicción de que sólo Jesús es suficiente para mí y para todos.

A todos nos conviene meditar y determinar si nuestros amigos, vecinos, familiares, compañeros de estudio y trabajo, y aún los desconocidos se sienten atraídos por nuestras actitudes que verdaderamente presentan a Cristo o prefieren alejarse de nosotros porque resultamos humanamente insoportables…

sábado, octubre 10, 2009

Reposa…


Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia. (Hebreos 4:9-11 RV60).

Reposar es un acto que nos induce a descansar, a depositar todo peso, incluyendo el peso de nuestro propio cuerpo, en forma tal que no necesitemos hacer más esfuerzo. En ese estado nuestros músculos se distienden, ya no necesitan estar tensos para desplegar su potencia, podemos dejar de gastar energía y recuperar el aliento.

En el alma, el descanso implica paz, es un estado que muchos tratan de obtener por medio de técnicas de relajación como la meditación, la música, la hipnosis e incluso en algunos casos por medio de medicamentos, calmantes y drogas.

El descanso que Jesucristo ofrece no tiene comparación, es la paz que se sobrepone a nuestra lógica y capacidad intelectual, es un estado de quietud que procede directamente del Espíritu de Dios, Jesús nos llama… Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (Mateo 11:28-30 RV60).

Dios nos atrae a su presencia por medio de Jesucristo… Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor (Oseas 11:4a RV60), ese yugo que Jesús nos ofrece son su brazos amorosos que nos abrazan intensamente para transmitirnos su paz, esa paz que sólo se encuentra en el reposo de Dios.

Disfrutar de esa calma es una parte del fruto del Espíritu, es producto de permanecer conscientes de nuestra presencia delante de Dios continuamente. Pero el hábito de conversar con Dios en todo momento y lugar, escuchándole, amándole, sólo puede desarrollarse cuando ejercitamos la fe que viene del mismo Dios.

El evangelio, las buenas nuevas de nuestra redención se han revelado a nosotros por fe y para fe. Dios nos ha comunicado su deseo de hacernos sus hijos, la salvación tiene un propósito sublime más allá de apartarnos de la condenación, Dios quiere que su familia, nosotros, los que creemos con una fe activa y constante, vivamos en una relación permanente, armoniosa unidos a Jesucristo y con el Padre por medio de su Espíritu.

Si Dios nos quiere a ti y a mí, en su presencia todo el tiempo, si Dios quiere que reposemos de nuestros esfuerzos humanos y que confiemos en que Él cuida de nosotros, si Dios quiere que en todo tiempo estemos conscientes de su amor, de su fidelidad… ¿no sería la mejor decisión dejar que sea Él quien tome el control de nuestra vida? Basta la simple lógica humana para entender que oponerse a Dios por hacer nuestra voluntad en contra de la de Él, siempre dará muy malos resultados…

Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron, y vieron mis obras cuarenta años. A causa de lo cual me disgusté contra esa generación, y dije: Siempre andan vagando en su corazón, y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo. (Hebreos 3:7-11 RV60).

Un corazón arrepentido y humillado es la mejor ofrenda que Dios no despreciará jamás y la recompensa sobrepasa cualquier cosa que podamos imaginar.

sábado, octubre 03, 2009

Abandona la incredulidad…

Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. (Hebreos 3:12-13 RV60)

Toda una generación del pueblo escogido de Dios vagó en el desierto por cuarenta años, libres de la esclavitud, pero sin haber entrado en la tierra prometida por una sola razón: su incredulidad.

Este hecho no sería extraño si ellos jamás hubiesen visto las pruebas del amor y de la fidelidad de Dios; sin embargo, tuvieron ante sus ojos las manifestaciones concretas del poder de Dios presenciando las plagas en Egipto y experimentaron la protección de Dios ante esos desastres que diezmaron a los egipcios; vieron ante sus ojos abrirse el Mar Rojo y caminaron sobre el fondo del mismo mientras la mano invisible de Dios lo sostenía, viendo sucumbir a sus perseguidores antes de ser alcanzados.

En el desierto, fueron alimentados milagrosamente a diario sin tener que trabajar por ello y su ropa fue preservada en buenas condiciones en todo ese tiempo, su sed fue saciada por agua que brotó de una roca y vieron el rostro iluminado de Moisés ante la presencia de Dios mismo. Y por fin, de toda esa generación que salió de Egipto, sólo dos hombres tuvieron el corazón y la fe suficiente para creerle a Dios y entrar a la tierra que fluye leche y miel, ni siquiera el mismo Moisés pudo entrar a la tierra prometida por haber permitido que la duda hiciese presa de su corazón y de su mente.

No verán los varones que subieron de Egipto de veinte años arriba, la tierra que prometí con juramento a Abraham, Isaac y Jacob, por cuanto no fueron perfectos en pos de mí; excepto Caleb hijo de Jefone cenezeo, y Josué hijo de Nun, que fueron perfectos en pos de Jehová. (Números 32:11-12 RV60)

Los creyentes hemos experimentado el amor y el poder de Dios al abrazarnos como sus hijos en el momento mismo de nuestro encuentro con Jesús. Esa conversión que nos demostró la fidelidad de Dios y su infinita misericordia, fue la liberación de nuestra esclavitud del pecado y también el inicio de nuestra travesía hacia la tierra prometida.

Lamentablemente, aún con una prueba tan precisa y contundente, con demasiada frecuencia también padecemos de incredulidad, impidiéndonos entrar en el reposo de Dios. Si tuviésemos presente el sitio y condición de los cuales Dios nos sacó, si apreciáramos el proceso de perfeccionamiento al que en, según su promesa, nos está sometiendo para alcanzar la plenitud de Cristo, no habría en nuestra mente y corazón el espacio para la incredulidad, para traicionar a la fe que nos ha dado libertad y redención.

No en balde la escritura nos exhorta a vivir por fe, a superar la incredulidad por medio del conocimiento íntimo de Dios mediante una relación permanente y honesta. Dios es fiel y no puede traicionarse a sí mismo, su naturaleza divina nos atrae con lazos de amor para que permanezcamos en su presencia.

Tristemente, el corazón humano, engañoso y perverso como lo dice la escritura, tiende a separarse y a endurecerse alejándonos de la paz y descanso que sólo permaneciendo en Cristo podemos tener: acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura, mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. (Hebreos 10:22-23)