sábado, mayo 28, 2011

¿Sí o No?

Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación. (Santiago 5:12, RV60a).

Valentía, Lealtad, Humildad, Sabiduría, Diligencia, Honestidad, y muchos otros componentes del carácter son vitales para desarrollar una vida íntegra y conforme a la voluntad y el diseño perfecto de Dios.

Entre estos elementos del carácter se encuentra una característica o atributo de suma importancia: la capacidad para tomar buenas decisiones.

Las decisiones, para ser confiables y permanentes, deben apoyarse sobre una base sólida. No es un método sabio el dejar las decisiones “al azar” o “a la suerte”. La base de las decisiones en un cristiano, como cada cosa en su vida debería ser el fundamento de todo: Cristo, el Señor Jesús.

El carácter formado y fortalecido en Cristo, nos hace tomar y sostener las decisiones por cuanto tienen una base firme, incorruptible y no tambaleante.

Por otra parte, las decisiones tomadas sobre la base de criterios puramente humanos, tienden a variar en función de las debilidades propias de nuestra naturaleza humana, que por regla general no sólo son alejadas de Dios, sino que contribuyen a nuestro deterioro espiritual. Toda decisión se reduce a un “sí” o un “no” que hemos de responder ante una situación particular.

Mi “Sí” o mi “No” está respaldado por una de dos personas: Cristo o Yo. ¿Quién, de estas dos personas es infalible, inmutable y plenamente confiable?

La respuesta es obvia. Por esta razón es necesario tener la capacidad de tomar las decisiones con el criterio de Cristo: Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo. (1Corintios 2:16, RV60a).

El desarrollo del carácter es proporcional a nuestro grado de comunión con el Señor. Mientras Él y su mente predominan en nuestra vida más aciertos tendremos. Si por el contrario, apagamos la influencia y guía del Espíritu Santo, nuestras decisiones carecerán de la firmeza y fundamento que las hace sostenibles.

El valor de una decisión no está en tomarla sino en sostenerla. El único fundamento eterno sobre el que puede descansar una buena decisión es Él, el Señor.

Estamos acostumbrados a proclamar a viva voz Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13), y esa es una verdad irrefutable pero la pregunta íntima y personal que requiere respuesta es ¿Estoy en Cristo?, ¿Permanezco en Él?

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (Juan 15:1-8, RV60a)

sábado, mayo 21, 2011

Crecimiento a prueba

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2Timoteo 3:16-17, RV60a)

La Biblia constantemente nos insta a estar preparados. Pero, ¿para qué hemos de prepararnos?

La vida es un proceso constante que exige desarrollar permanentemente, nuevas capacidades y habilidades, adquiriendo destrezas y competencias que nos preparan para afrontar la realidad y las circunstancias que sobrevendrán. En pocas palabras, es un proceso de adquisición y afianzamiento de carácter.

Cristianos y no cristianos nacemos, crecemos, aprendemos a vivir y a sobrevivir poniendo en práctica los conocimientos adquiridos, las habilidades desarrolladas, y los principios y guías de vida asimilados y aceptados como propios.

La preparación en la vida cristiana, se diferencia de cualquier otra en todo sentido por cuanto pretende un objetivo específico: desarrollar la mente de Cristo en cada uno de nosotros, de tal manera que habiendo alcanzado la “estatura de la Plenitud de Cristo” seamos capaces de comprender y actuar con la madurez que se necesita para proclamar, mediante hechos concretos, el amor y la misericordia de Dios por encima de todo valor humano.

Adquirir el carácter de Cristo requiere de una absoluta disposición a rendirse enteramente a la voluntad del Padre. Nadie está mejor preparado para la vida que aquél que cede el gobierno de su existencia a Dios mismo.

Como todo atleta que enfrentará un competencia, es importante que nuestro punto de partida sea prepararnos adecuadamente para la prueba que hemos de pasar.

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. (Santiago 1:2-4, RV60a).

En esta vida, todas las pruebas que tendremos pretenden una sola cosa: desarrollar en nosotros el carácter de Cristo mediante un proceso de maduración y perfeccionamiento de nuestra fe, para que nuestra actuación diaria en todos los ámbitos en que nos desenvolvemos, sea un testimonio fiel de la presencia y de la obra santificadora del Señor en todo lo que hacemos, llevándonos a ser dignos de ser llamados sus hijos.

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, (Efesios 4:11-15, RV60a)

sábado, mayo 07, 2011

Tiempo para todo y todo a su tiempo

¿Qué provecho saca quien trabaja, de tanto afanarse?  He visto la tarea que Dios ha impuesto al *género humano para abrumarlo con ella.  Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la *mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el *hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin.  Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva;  y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba, y disfrute de todos sus afanes. (Eclesiastés 3:9-13, NVI)

La sabiduría que viene de Dios nos da la pauta para ordenar apropiadamente las prioridades de nuestra vida.

En la formación de nuestro carácter, desarrollándolo para darnos la capacidad de enfrentar la realidad en función de la voluntad de Dios, nuestro Padre ha dispuesto un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo.

Ser diligente es uno de los atributos que hemos de desarrollar, para aprovechar el más importante recurso natural, no renovable, que Dios nos ha dado: el tiempo.

La realidad de nuestras prioridades se puede medir muy fácilmente. Si listamos todas las actividades que realizamos en una semana normal, luego identificamos el número de minutos, horas o días que le dedicamos a cada actividad y las ordenamos, de la que consume más tiempo a la que consume menos… habremos identificado desde lo que efectivamente es más importante, hasta lo que no lo es.

Pero eso no es todo. Agreguemos a nuestra lista las cosas que queremos hacer y no hemos hecho, las cosas que sabemos que en la voluntad de Dios son una tarea específica que debemos hacer, para la cual se nos ha capacitado con los dones y talentos requeridos, pero que por las “razones” – léase excusas – que sean no hemos desarrollado.

Posponer una y otra vez lo inevitable sólo hace más difícil la tarea; es un desperdicio de energía y de vida, que nos desenfoca de los propósitos reales de nuestra existencia.

Pero Dios nos dice que “todo lo podemos en Cristo” en su fortaleza, lo que por implicación nos lleva a concluir que si no hemos “podido” hacer algo que Dios demanda, es porque nuestra permanencia “en Él” no existe o es inconstante.

Nuevamente llegamos a la raíz de todo: separados de Jesucristo, de la vid verdadera, somos como pámpanos cortados, incapaces de seguir viviendo y produciendo vida.

La única fuente de vida capaz de transformar nuestro carácter es Jesús, sólo en Él podemos ser, hacer y tener lo que un hijo de Dios está destinado a realizar en su existencia.

Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:

un tiempo para nacer, y un tiempo para morir;

un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar;

un tiempo para matar, y un tiempo para sanar;

un tiempo para destruir, y un tiempo para construir;

un tiempo para llorar, y un tiempo para reír;

un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto;

un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas;

un tiempo para abrazarse, y un tiempo para despedirse;

un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir;

un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar;

un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser;

un tiempo para callar, y un tiempo para hablar;

un tiempo para amar, y un tiempo para odiar;

un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz.

(Eclesiastés 3:1-8, NVI)