sábado, mayo 21, 2011

Crecimiento a prueba

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2Timoteo 3:16-17, RV60a)

La Biblia constantemente nos insta a estar preparados. Pero, ¿para qué hemos de prepararnos?

La vida es un proceso constante que exige desarrollar permanentemente, nuevas capacidades y habilidades, adquiriendo destrezas y competencias que nos preparan para afrontar la realidad y las circunstancias que sobrevendrán. En pocas palabras, es un proceso de adquisición y afianzamiento de carácter.

Cristianos y no cristianos nacemos, crecemos, aprendemos a vivir y a sobrevivir poniendo en práctica los conocimientos adquiridos, las habilidades desarrolladas, y los principios y guías de vida asimilados y aceptados como propios.

La preparación en la vida cristiana, se diferencia de cualquier otra en todo sentido por cuanto pretende un objetivo específico: desarrollar la mente de Cristo en cada uno de nosotros, de tal manera que habiendo alcanzado la “estatura de la Plenitud de Cristo” seamos capaces de comprender y actuar con la madurez que se necesita para proclamar, mediante hechos concretos, el amor y la misericordia de Dios por encima de todo valor humano.

Adquirir el carácter de Cristo requiere de una absoluta disposición a rendirse enteramente a la voluntad del Padre. Nadie está mejor preparado para la vida que aquél que cede el gobierno de su existencia a Dios mismo.

Como todo atleta que enfrentará un competencia, es importante que nuestro punto de partida sea prepararnos adecuadamente para la prueba que hemos de pasar.

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. (Santiago 1:2-4, RV60a).

En esta vida, todas las pruebas que tendremos pretenden una sola cosa: desarrollar en nosotros el carácter de Cristo mediante un proceso de maduración y perfeccionamiento de nuestra fe, para que nuestra actuación diaria en todos los ámbitos en que nos desenvolvemos, sea un testimonio fiel de la presencia y de la obra santificadora del Señor en todo lo que hacemos, llevándonos a ser dignos de ser llamados sus hijos.

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, (Efesios 4:11-15, RV60a)

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