sábado, marzo 26, 2011

Enfrentar la Verdad

Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad. (3Juan 1:2-4, RV60)

Andar en la verdad es un modo permanente de vivir, no es sólo decir siempre la verdad, es perseguir la veracidad en todo: en lo que decimos, en lo que hacemos, en lo que vivimos y en todo lo que obtenemos de los demás; por tanto, implica no engañar y no dejarnos engañar.

Para no ser engañado se requiere capacidad de escuchar, de escuchar con discernimiento para distinguir lo falso de lo auténtico. Requiere de desarrollar un nivel de relaciones interpersonales que se basan en la madurez, el respeto y la confianza.

Cuando alguien se extralimita y se aleja de la verdad, cayendo en pecado, y nosotros lo detectamos, la Biblia nos exhorta a reprenderle con amor: Con misericordia y verdad se corrige el pecado, Y con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal. (Proverbios 16:6, RV60).

Quien camina en la verdad no puede tolerar la falsedad, pero no por ello tiene la autoridad para atropellar al que miente o distorsiona la verdad. La palabra de Dios nos insta a confrontar a quienes se alejan de la verdad primeramente con amor, con misericordia para que efectivamente seamos escuchados y haya un verdadero cambio de actitud en la persona.

El origen de una mentira es diverso, pero las falsedades más difíciles de detectar son aquéllas en las que queremos creer. Es necesario tener una disposición absoluta y la suficiente madurez para escuchar la verdad acerca de nosotros mismos, sin importar de donde venga y reaccionar con sabiduría para corregir nuestro rumbo.

Mucho de nuestro autoengaño se alimenta de la falta de capacidad para aceptar la confrontación con la realidad, aún cuando haya personas bien intencionadas que se atreven a presentarnos esa realidad con amor. La ceguera acerca de nosotros mismos también crece, cuando no hemos desarrollado relaciones de confianza que impulsen a otros a presentarnos nuestra verdad con amor. Vivir en la verdad requiere de renovar nuestra mente, abrir nuestro entendimiento y aceptar los hechos reales de nuestra vida sin excusas ni justificaciones erróneas. La libertad sólo se respira con el conocimiento pleno de la verdad.

Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31-32, RV60)

Se dice que nadie es dueño de la verdad absoluta, pero la escritura nos muestra que hay sólo un Señor dueño de la Verdad, capaz de darnos libertad de toda falsedad y mentira proveniente de Satanás, del mundo o de nuestro propio deseo de permanecer engañados. Ciertamente sólo Cristo es, no solamente dueño de la verdad absoluta, sino Él es la Verdad única y absoluta, el que permanece fuera de Él, está en tinieblas y no puede conocer la verdad.

Sólo quien ha aprendido y experimentado a Cristo operando en su vida y transformando su mente puede comprender que no hay otra verdad sino Jesús, El Señor.

sábado, marzo 12, 2011

Práctica de la Verdad

Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino. Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia; quien su dinero no dio a usura, Ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas cosas, no resbalará jamás. (Salmo 15:1-5, RV60)

Los seres humanos hemos teñido las mentiras con todo un arcoíris de diversos colores; además, las medimos por su tamaño: hay mentiritas, mentiras y grandes mentiras; hasta les asignamos un valor de sofisticación, piedad, culpabilidad y desfachatez: hay mentiras “piadosas”, mentiras “vulgares”, “inocentes”, “burdas” y también “descaradas”.

La falsedad ha venido a ser un giro tácitamente aceptado en la sociedad para excusarnos de comportamientos comprometedores que no nos atrevemos a enfrentar, porque tienen un costo en la imagen y prestigio, así que preferimos mentir y lo hacemos tan bien, que nosotros mismos nos creemos nuestras propias falacias. Y la excusa con la que nos engañamos para tolerarlo y practicarlo es que “todo mundo lo hace”… “no es nada grave”.

Es un dicho conocido que “la peor de las mentiras es la verdad a medias”. Satanás es un artífice de las formas más sofisticadas de engaño y autoengaño, entretejiendo mentiras con verdades para que sea fácil digerirlas; desgraciadamente somos presa muy fácil de ese juego diabólico, recordemos que así se engañaba a los perritos callejeros para envenenarlos: se les daba “bocado”, es decir comida atractiva mezclada con veneno.

La única forma de salir del juego de la mentira constante es buscar y preferir en lo más íntimo la Verdad: Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31-32, RV60).

La integridad que se requiere de cada ciudadano del pueblo de Dios, es la que procede de fundamentar y edificar verdad sobre Verdad, es construir una vida sin falsedades con base en Cristo y sólo en Él; Jesús en su oración de rendición de cuentas al Padre le dice con respecto a nosotros: Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. (Juan 17:17, RV60)

La práctica de la verdad es un estilo de vida, es un fruto de caminar sobre la Palabra de Dios como la ruta en el mapa que Dios ha trazado para conocerle y conocer a Cristo. Las escrituras dan testimonio de Él para que nuestra fe se afirme y crezca.

El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. (1Juan 2:4-6, RV60).

Guardar la Palabra de Dios reteniéndola es una medida eficaz para permitir al Espíritu Santo edificar nuestro carácter conforme al carácter de Cristo. Humanamente, nuestras debilidades son deficiencias que sólo dejando a Cristo actuar por medio de su Santo Espíritu pueden superarse, por lo que sólo Él merece la gloria de nuestro crecimiento: nosotros no crecemos por nosotros mismos: Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. (1Corintios 3:7, RV60).

sábado, marzo 05, 2011

Fieles y confiables

Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda mi complacencia. (Salmos 16:3, RV60).

Alegraos, oh justos, en Jehová; en los íntegros es hermosa la alabanza. (Salmos 33:1, RV60)

El mejor carácter que existe es el carácter controlado por el Espíritu Santo. Es el que fructifica destilando amor, gozo paz, paciencia, benignidad, bondad, fe (fidelidad), mansedumbre y dominio propio.

Entre las dimensiones de un carácter íntegro que identifica al cristiano se encuentra la confiabilidad, la capacidad de generar confianza ante los demás. Ser alguien confiable es un resultado de un ejercicio constante de rectitud en todas nuestras acciones y una consecuencia directa de la práctica de la fidelidad.

En la escritura encontramos el modelo perfecto de fidelidad: Jesús, porque Si fuéremos infieles, él permanece fiel; El no puede negarse a sí mismo. (2Timoteo 2:13, RV60).

En nuestras relaciones interpersonales, generar confianza requiere de constancia, respeto mutuo y rectitud en la relación, dándose la debida importancia el uno para con el otro: Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; (Filipenses 2:3, RV60).

Considerar a los demás con este grado de importancia, requiere en nosotros la capacidad de prestar atención a las personas, significa tener una actitud empática ante las circunstancias y situación de nuestros semejantes, dicho coloquialmente, es “tener la capacidad de ponerse en los zapatos del otro”.

Jesús, el modelo perfecto de empatía, muestra la meta a la que debemos aspirar: Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. (Hechos 4:15, RV60).

Él vino a esta tierra y literalmente caminó en zapatos humanos para experimentar nuestras debilidades, dolores y circunstancias. Él se compadece, es decir padece con nosotros para mostrarnos que es posible mantener la integridad aún en las circunstancias más extremas.

La razón por la que Jesús no pecó no fue porque fuera Dios, el no pecó porque, siendo voluntariamente humano, su fe y el Espíritu Santo le mantuvieron firme ante las circunstancias, ante las tentaciones, ante el dolor, ante las debilidades inherentes a la naturaleza humana.

Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? mas nosotros tenemos la mente de Cristo. (1Corintios 2:16, RV60).

La razón por la que nosotros podemos mantenernos fieles a Dios y a nuestros hermanos es la misma que obró en Cristo: porque tenemos su mente, su Santo Espíritu y el crecimiento espiritual que el Padre nos da, mediante la fe, fundamentada en su Palabra.

La causa de la infidelidad, de esa falta de capacidad para generar confianza, procede de impedir el desarrollo de la mentalidad de Cristo en nosotros, ignorando, contristando y a veces apagando la voz del Espíritu Santo con nuestra propia voz, soberbia y arrogancia.