sábado, octubre 17, 2009

¿Leche o alimento sólido?

Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. (Hebreos 5:11-12 RV60)

La madurez espiritual es producto de un proceso continuo que dura toda la vida. Tal y como maduramos física y psicológicamente, nutriendo y ejercitando el cuerpo, dotando a nuestra alma de alimento intelectual, relaciones, emociones y sentimientos sanos, nuestra madurez espiritual procede del alimento que sólo puede nacer del mismo Dios a través del poder de su Espíritu, permaneciendo en Cristo.

Jesús, el pan de vida, es alimento que tomado diariamente, convierte nuestra existencia en vida abundante, nos provee del verdadero conocimiento de Dios y va transformando nuestra manera de pensar permitiéndonos adquirir, paso a paso, su propio criterio, su mente y sus pensamientos, capacitándonos para escoger siempre el camino que satisface la voluntad del Padre.

Jesús, quien sostiene toda la creación con la palabra de su poder, nos ha transmitido esa palabra que, por su misma naturaleza, desarrolla el oído espiritual de quienes la escuchamos. Puesto que la fe viene por el oír, y el oír, es decir la capacidad de escuchar a Dios, viene por la misma palabra de Dios, exponernos a ella continuamente, desarrollará en nosotros esa habilidad de percibir en cada instante la voluntad de nuestro Padre, agradable y perfecta.

Pero así como existen personas que se niegan a crecer emocional y psicológicamente, manteniendo comportamientos que no corresponden a su edad cronológica, también existen cristianos que insisten en mantenerse en la adolescencia e incluso en la infancia espiritual. Estas edades, que preceden siempre a la adultez, se caracterizan por la incapacidad de adoptar responsabilidades y por tomar decisiones con base en emociones y pensamientos radicalizados y afectados por el entorno más que por las propias convicciones.
La ausencia de fruto espiritual hace evidente la inmadurez en aquel cristiano que no muestra amor, que carece de gozo y de paz, el cristiano impaciente, poco o nada considerado, por no decir egoísta, falto de bondad, incrédulo, impulsivo y rebelde.

Sólo una relación sólida y estable con nuestro Padre celestial puede impregnarnos de su presencia en cada pensamiento y decisión, volviéndonos personas capaces de dar antes que recibir, gozosas y llenas de paz aún ante la peor adversidad, pacientes con las personas y las circunstancias, considerados y amables con todos (aunque no nos correspondan igual), siempre confiados porque estamos más seguros de la fidelidad de Dios que de nuestras propias capacidades, guardando nuestra tranquilidad y aplomo ante las ofensas, entendiendo que el ofensor sólo es una víctima del mal que hay en su propio corazón, permitiendo que Jesús sea visible a los que no le conocen a través de un comportamiento auténtico, no fingido, que se origina en la total convicción de que sólo Jesús es suficiente para mí y para todos.

A todos nos conviene meditar y determinar si nuestros amigos, vecinos, familiares, compañeros de estudio y trabajo, y aún los desconocidos se sienten atraídos por nuestras actitudes que verdaderamente presentan a Cristo o prefieren alejarse de nosotros porque resultamos humanamente insoportables…

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