sábado, septiembre 05, 2009

Protege tu corazón de las crisis

Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación. (Habacuc 3:17-18 RV60)

Hemos aprendido a través del tiempo que los seres humanos provocamos, vivimos y sufrimos una crisis tras otra. A la orden del día se presenta una crisis financiera cuando aún no hemos salido de una crisis de salud o en nuestras relaciones personales. De pronto el mundo se convulsiona con una crisis alimentaria o con un desequilibrio ecológico que genera un desorden climático de alcance global.

La llave que Dios ha puesto en nuestras manos para enfrentar las crisis, siempre abre una de dos puertas, la del fracaso, en la cual sucumbimos ante la adversidad rindiéndonos al vaivén de las circunstancias o la de su voluntad, mediante la cual tenemos la capacidad, en Cristo, de superar todo obstáculo que intente frenar la expansión de su reino en nuestra propia existencia.

La Biblia nos enseña mediante casos concretos a convertirnos en parte de la solución en lugar de contribuir a hacer más grande el problema: Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría. (Eclesiastés 9:10 RV60).

Encontramos que siendo diligentes, planificando nuestro actuar dentro de los parámetros de Dios, caminando la milla extra, dando en lugar de recibir, aprovechando bien el tiempo y las oportunidades, preservando lo importante en buenos tiempos para disponer de ello en tiempos difíciles, son mecanismos seguros, establecidos por Dios para tener y disfrutar de los frutos de nuestra siembra en el momento en que verdaderamente los necesitamos.

Dios mismo nos da la pauta por su Santo Espíritu de lo que hemos de hacer, nos guía por el camino del amor y la solidaridad considerando a los demás como superiores a nosotros para que sembremos relaciones sanas cosechando armonía y paz. Así el Cuerpo de Cristo se mantiene sano.

Del mismo modo el Señor nos indica que en la fuerza de su Espíritu podemos hacer que nuestro propio espíritu humano gobierne en nuestra alma y nuestro cuerpo día a día para mantener una relación sana y constante con nuestro Padre, llevando todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo.

La Biblia nos recuerda que todo obrero es digno de su salario y que es un don de Dios que el ser humano disfrute del fruto de su labor cada día, nos muestra que no hemos de contaminar nuestro cuerpo con las inmundicias que pueden salir de un corazón alejado de Dios y que si vivimos o morimos para Cristo lo hacemos porque le pertenecemos…

Es pues necesario que enfrentemos las crisis en su Espíritu, con sus fuerzas sabiendo que… la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto en tanto que el camino de los impíos es como la oscuridad; no saben en qué tropiezan. Guardemos sus palabras porque son vida y medicina al cuerpo, guardemos nuestro corazón en Cristo y de él manará vida.