sábado, noviembre 14, 2009

El mejor pacto…

Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. (Hebreos 7:22-25 RV60)

El sacerdocio levítico instituido por Dios fue superado por un sacerdocio que se origina en la muerte y resurrección de Jesucristo. A partir del momento en que el velo del templo de Jerusalén, se rasgó desde arriba hacia abajo, el lugar santísimo, el sitio reservado para que la presencia de Dios fuese manifiesta al pueblo a través del sumo sacerdote, quedó abierto para que nosotros pudiésemos acceder directa y confiadamente al trono de la gracia de Dios.

Tradicionalmente se piensa en el trabajo sacerdotal como un privilegio y obligación de los clérigos y de personas ordenadas como pastores. Es necesario que tengamos claro que Dios ha escogido un pueblo para sí mismo constituido por los creyentes, tal como lo declara el apóstol Pedro: Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. (1Pe 2:9-10 RV60).

Todos los creyentes hemos sido llamados al sacerdocio, para exaltar a Jesús, anunciar el evangelio comunicando las buenas nuevas de salvación y la reconciliación con nuestro Padre. Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote, quien se ha ofrecido como sacrificio perfecto ante Dios para saldar, de una vez por todas y para siempre, la totalidad de la deuda de justicia generada por nuestros pecados (pasados, presentes y futuros).

El sacerdocio de Jesús es eterno, intercediendo y otorgando salvación perpetua a todos aquellos que por medio de Él nos acercamos a Dios, concretando el nuevo pacto de Dios con su pueblo, mediante el cual, los llamados por Él hemos sido redimidos, recibiendo la promesa de salvación, habiéndose consumado el máximo sacrificio del único hombre sin mancha y sin pecado que ha caminado sobre la tierra: Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. (Hebreos 9:15 RV60).

El sacrificio de Jesús no sólo cubre los pecados a los ojos de Dios, sino que los perdona, limpiando nuestra conciencia de las obras muertas, nos limpia de nuestra maldad y nos hace aptos para presentarnos delante Dios.

Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. (1Juan 1:5-10 RV60)

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