sábado, junio 13, 2009

El éxito cristiano

Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el mal. (Proverbios 24:16 RV60)

Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento. (Isaías 60:1-3 RV60)

Se dice mucho que el éxito de cualquier persona no está en caer, sino en saber levantarse. Los científicos, investigadores e inventores realizan cientos de pruebas y experimentos que resultan fallidos una y otra vez hasta que obtienen lo que quieren con mucho esfuerzo.

Muchos seres humanos hacemos de nuestra vida una montaña rusa que sube y baja, un oleaje abrumador que nos hace ir y venir entre el éxito y el fracaso, sin dejar por fuera las frustraciones, heridas y dolores que dicho proceso nos causa.

El éxito, como producto de la superación de una larga cadena de desatinos, le otorga la gloria al que puso el esfuerzo necesario para lograrlo.

Hemos sido adoctrinados por años en la superación personal, en el esfuerzo para “salir adelante”, en que todo se logra con perseverancia y entrega. No hay nada malo en esto; en realidad mucho se logra de esa forma. La diferencia entre el éxito en el mundo y el éxito en Cristo solamente radica en una cosa fundamental: en el mundo el esfuerzo lo hago yo, la motivación viene de mí, por mí y para mí. En Cristo, Jesús ya hizo todo lo que yo necesito para que yo viva una vida plena y abundante, Él es mi única motivación.

En la vida cristiana, el que verdaderamente supera todos nuestros fracasos es Cristo mediante la obra de su Santo Espíritu. Por esta misma razón Él es el único que merece la gloria. No hay duda que si caigo, yo quise caer, levantarme sólo es potestad de Él.

¿Significa eso que yo no voy a hacer nada? La respuesta es sí y es no.

Sí porque ya no hace falta que los hijos de Dios hagamos nada para que Él por su gracia nos ame, nos acepte, nos libere y nos bendiga, nos regale la salvación y transforme nuestra naturaleza.

Pero también la respuesta es no porque como consecuencia de la obra del Espíritu de Dios en nosotros, Él obra en nosotros impulsándonos a querer y hacer su obra, lo que Él ha preparado de antemano para que sus propósitos se cumplan y satisfagan la voluntad del Padre. Esto produce en cada creyente la necesidad de crucificar y hacer morir nuestra vieja y contaminada criatura. El éxito es eso, la plenitud de Cristo que se alcanza en un proceso que comienza menguando en lo personal y termina con la muerte absoluta de todo aquello que nos separa de Dios, y así Cristo resplandece en nosotros.