sábado, julio 11, 2009

Lo importante

¡Ay de aquellos que acaparan casa tras casa y se apropian de campo tras campo hasta que no dejan lugar para nadie más, y terminan viviendo solos en el país! (Isaías 5:8 RV60)

En esta época en que vivimos, alcanzar la felicidad se ha vuelto obsesivamente importante para la inmensa mayoría de los seres humanos en el mundo occidental, todo esfuerzo que emprendemos se encamina a lograr esa meta y para ello, escogemos prioritariamente las actividades que contribuirán a satisfacer ese objetivo.

Nuestra manera de dar importancia a una algo o alguien, es siempre a través del tiempo que le dedicamos, muchas veces sin considerar que el tiempo es un recurso natural que media vez se consume, no se puede renovar, así que más vale la pena invertirlo en lo que es verdaderamente importante.

Hemos de tener claro que eso verdaderamente importante, en la escala de prioridades de Dios, muchas veces es sustituido por nuestra propia escala de importancia y es entonces cuando se presentan las señales de un deterioro en la calidad de vida.

Cuando las personas a nuestro alrededor, familia, amigos o compañeros, se quejan de nuestra ausencia o falta de interés; cuando dejamos de gozar con lo que hacemos y de la presencia de las personas con quienes nos relacionamos; cuando dejamos nuestras convicciones a un lado en pos de beneficios atractivos de prosperidad o placer… ha llegado el momento de hacer un alto y evaluar cuidadosamente por qué lo que hacemos, que en teoría nos daría felicidad, está justamente provocando nuestra desdicha.

Todo lo que sembramos lo cosechamos, si vivimos para trabajar de sol a sol, para acumular riquezas, títulos, honores, poder, etc. y si para ello además sacrificamos familia, relaciones, convicciones y principios, no dudemos que recibiremos lo que merecemos: posiblemente llegaremos a la cima, pero ese lugar tiene ciertas características no muy agradables: ahí se vive en soledad, muchos otros quieren llegar ahí y lucharán con lo que sea para destronarnos y cuando ya se subió a lo más alto que el mundo da, el único camino que queda es cuesta abajo.

La respuesta inequívoca para esta situación es siempre, sin dudarlo, nuestro alejamiento del camino preparado por Dios para colmarnos. La inmadurez espiritual nos inclina a pensar que la felicidad es una meta que lograr a costo de lo que sea, pero realmente Dios diseñó la felicidad como la recompensa constante del proceso de caminar y vivir en Él; en pocas palabras, la felicidad no es una meta, es producto de una vida gobernada por la acción del Espíritu Santo en cada uno.

Sabemos que el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, fe, mansedumbre y dominio propio… ¿no es la felicidad verdadera el disfrute permanente de todo esto? No esperemos a mañana para dedicar el tiempo a lo importante.

La bendición del Señor es riqueza que no trae dolores consigo.

El necio goza cometiendo infamias; el sabio goza con la sabiduría.

Lo que más teme el malvado, eso le sucede, pero al justo se le cumplen sus deseos.

(Proverbios 10:22-23 DHH)