sábado, julio 31, 2010

Ver con Sus ojos

Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. (1Samuel 16:7, RV60a)

Ver con los ojos de Dios es una facultad que se desarrolla mediante una estrecha relación con nuestro Padre celestial.

Si lo consideramos a mayor profundidad, adquirir la perspectiva de Dios sobre la realidad es comenzar a entender la única verdad absoluta acerca de todo lo que existe. Para Dios no hay verdades relativas, Él siempre tiene la perspectiva y el conocimiento correcto acerca de todo.

En contraste, el ser humano tiene una perspectiva propia, que además de estar empañada por el pecado y el alejamiento de Dios, tiene la influencia directa de sus enemigos más insidiosos: Satanás, el mundo y la carne.

Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. (2Corintios 3:15-17, RV60a)

La Biblia le llama un velo al filtro de mentiras que cubren la realidad ante nuestros propios ojos, si es que no hemos aceptado la libertad que Cristo nos da.

Ese velo impide ver la gloria misma de Dios en toda la creación a nuestro alrededor y termina por ocultar de nosotros los propósitos que Él tiene para nuestra vida. Los creyentes, estamos llamados a ver la vida con los ojos de Dios.

La perspectiva humana, sin la visión de Cristo, nos lleva a tener una imagen distorsionada de todo. Por ello se adquieren conceptos errados acerca de los demás, de nosotros mismos y de Dios.

Cuando, nos sobreestimamos a nosotros mismos, subestimamos a Dios y despreciamos su creación, adoptamos el rol de dioses, eso es egolatría. Cuando sobreestimamos a otro ser que no es Dios o a los objetos de su creación, por encima de Dios mismo, cometemos idolatría.

Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. (Romanos 12:3, RV60).

No es retórica la afirmación de Pablo cuando nos recuerda que tenemos la mente de Cristo.

Con esta verdad como base, si mi vida dista de la vida de Cristo, sólo hay una razón posible, todavía tengo un concepto errado acerca de mí, de los demás y de Dios, y no he dado lugar para que el Señor transforme y renueve mi entendimiento para poder comprender la verdad.

Y la verdad, lejos del concepto humano que la relativiza, la verdad es absoluta, procede de Dios, vive en Dios mismo: Yo soy el camino, la verdad y la vida”…

sábado, julio 24, 2010

Alabemos y adoremos…

Alabad a Dios en su santuario; Alabadle en la magnificencia de su firmamento.

Alabadle por sus proezas; Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza.

Alabadle a son de bocina; Alabadle con salterio y arpa.

Alabadle con pandero y danza; Alabadle con cuerdas y flautas.

Alabadle con címbalos resonantes; Alabadle con címbalos de júbilo.

Todo lo que respira alabe a JAH. Aleluya. (Sal 150:1-6, RV60)

La necesidad de rendir adoración y alabanza a Dios está profundamente arraigada en toda la creación.

Cada ser y cada cosa creada funciona a un ritmo específico, nuestro corazón late, nuestra respiración funciona con una cadencia singular, los planetas y cuerpos celestes orbitan con su propia periodicidad, hasta nuestro ADN se representa con una serie armónica de moléculas y toda vida funciona en un ciclo maravillosamente diseñado.

Como las notas de una sinfonía interminable, sin perder el ritmo, toda la creación rinde homenaje al creador de todo, a Jesucristo, quien sustenta nuestra existencia con la palabra de su poder.

Cuando rendimos alabanza y adoración a Dios, nuestro ser completo, espíritu, alma y cuerpo, se sintoniza y vibra a la frecuencia de Dios, dejamos que el Espíritu de Dios toque a nuestro espíritu y que sus propósitos sean nuestros propósitos.

En esos momentos, Sus palabras encuentran eco perfecto en nosotros y resuenan haciéndose rema, revelación pura de su amor y poder en nuestra vida; resplandecen en nuestro entendimiento y percibimos que son espíritu y son vida.

Adorar y alabar a Dios es un estilo de vida, no se hace solamente con la música, se hace con toda acción que, fundamentada en el amor de Cristo, armoniza de manera perfecta con la voluntad de Dios.

La música, por su parte, nos transporta a momentos sublimes o situaciones fatales, porque prepara nuestra alma para que nuestras emociones encuentren un camino. La música como expresión de nuestra adoración a Dios, es un medio para que el Espíritu de Dios tome el control absoluto y seamos plenamente conscientes de la presencia de Dios.

Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. (Juan 4:23-24, RV60).

Alabar y adorar a Dios no es un acto aislado, es un modo de vivir consciente y seguro de Su presencia en todo momento, que nos permite actuar con el único propósito de hacer su voluntad, de agradarle en todo, de rendir nuestros deseos, anhelos y acciones. Es abandonar nuestra propia vida en pos de vivir la vida de Cristo y su plenitud.

sábado, julio 17, 2010

Nos escogió a pesar de nosotros…

Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. (1Corintios 1:26-31, RV60)

Los escogidos de Dios somos gente común y corriente, con sus defectos y problemas, con errores y desaciertos, no somos extraordinariamente fuertes, ni poderosos, ni sabios ni espirituales, en términos humanos.

¿Por qué nos escogió entonces? Porque él quiso, porque fue su voluntad tomar lo menospreciado del mundo para levantarlo con su amor y su misericordia. Él tomó a quienes sabemos que no somos merecedores de nada y nos lo dio todo, dio su sangre, puso su vida en pago por nuestras fallas y ofensas.

Dios te ama a ti y a mí; nos ama tal y como somos, Él sabe cómo somos y no por ello nos rechaza, por el contrario, Él ha decidido trabajar en nuestra vida para hacernos personas conforme a su corazón, para pulirnos y llevarnos impecables ante su presencia.

Dios da gracia al humilde y resiste al soberbio, Dios aborrece los ojos altivos… Porque tú salvarás al pueblo afligido, Y humillarás los ojos altivos. (Salmos 18:27, RV60).

Es muy difícil para el que cree que lo tiene todo, que es bueno según sus propios estándares, reconocer que necesita de la gracia y la misericordia de Dios.

Es frecuente escuchar a muchas personas decir que no le hacen mal a nadie, que van a su iglesia, que respetan a los demás, por lo que suponen que con ello tienen una buena opción para entrar en el Reino de los Cielos. Algunos llegan al límite de la jactancia haciendo alarde de esa “espiritualidad” que el mundo aprecia. Al final su motivación real, sólo es ganar el reconocimiento de su entorno social.

Pero el Reino de de Dios no es una compañía de la que compramos acciones, el Reino de Dios sólo puede obtenerse por medio del testamento de aquél que dio su vida para que tuviésemos una “herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible” que sólo está reservada para los escogidos por Él.

No es haciendo méritos como entramos a Su reino, es simplemente aceptando Su señorío, Su gobierno en nuestras vidas que tenemos la opción de ser reconocidos como hijos de Dios.

Es la decisión más importante que todo ser humano puede tomar: aceptar que Jesucristo sea el Rey de su vida, y olvidarse de ser o de elegir a otro rey para gobernar en nuestra existencia. Esto es rendirse plenamente y con corazón sincero al mejor gobierno posible: el de Dios.

sábado, julio 10, 2010

Conforme a Su corazón

Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó. (1S 13:13-14, RV60)

Las comparaciones entre David y Saúl se han dado por siempre. Saúl fue el primer rey de Israel, elegido conforme a los criterios humanos, porque el pueblo rechazó el gobierno directo de Dios. David sucede a Saúl porque Dios rechaza la desobediencia de Saúl.

David es el escogido de Dios, a quien él selecciona por encima de todos sus hermanos mayores y le llama varón conforme a su corazón.

Dios reconoce en David su entrega total, aún cuando sabe que no sólo es capaz de pecar sino que pecará por su misma debilidad humana; sin embargo, siempre existe en David la necesidad imperiosa de poner a Dios por encima de todo lo que existe y lo que tiene.

En nuestra vida, muchas veces actuamos desobedeciendo a Dios, pecamos, nos alejamos de Dios, dejamos que el Saúl que hay en cada uno, el viejo gobernante de nuestras decisiones, ese esclavo de temores, ansiedades y deleites, tome por momentos las riendas y nos dirija lejos de nuestro objetivo.

Pero nuestro Dios ha dispuesto que cada uno de sus hijos, cada cristiano genuino, pueda escoger aceptar un nuevo gobernante para su vida. Un nuevo Rey que gobierne conforme a su corazón.

Así como David fue tratado y perfeccionado por Dios en cada momento, así mismo Él cuida de cada uno de sus hijos, como su proyecto particular. Cada creyente es una perla preciosa por la cual el labrador, Jesucristo, se despojó de sí mismo, de todo lo que tenía siendo Dios; se limitó y humilló para enfrentar el desprecio, la muerte y entregarnos la victoria sobre todo aquello que nos seduce y esclaviza, para darnos una vida libre.

Jesús pagó el precio de nuestra libertad para podernos presentar santos, purificados, sin mancha ante Dios, el Padre.

Cada uno de los cristianos es un príncipe o una princesa elegida por Dios, que tiene un único y verdadero Rey y Señor. Es un escogido de Dios que será perfeccionado hasta encontrarse con Cristo frente a frente y gozar de su absoluta plenitud y con ello conformarse al corazón de Dios. Todo este proyecto personal viene de Dios, nuestra participación es sólo gozarlo mediante la rendición total de nuestra vida, al único capaz de gobernarla con la sabiduría necesaria.

Dios sabe mejor que tú y que yo lo que nos conviene, lo que necesitamos, lo que deseamos, Él es el único capaz de satisfacer, en Cristo, nuestra necesidad de vivir plenamente y cumplir sus propósitos.

sábado, julio 03, 2010

Perdonándonos unos a otros

Por tanto, vestíos como escogidos de Dios, santos y amados, de sentimientos entrañables de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de longanimidad; soportándoos los unos a los otros, y perdonándoos los unos a los otros, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor en verdad os perdonó, así también vosotros. Y sobre todas estas cosas, el amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Cristo sea árbitro en vuestros corazones, a la cual ciertamente fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (Col 3:12-15, BTX)

Los hijos de Dios estamos llamados a mostrar el amor de Jesucristo, a sobreponernos a las emociones, a los sentimientos e incluso a nuestros propios razonamientos, con el único propósito de adoptar la mente de Cristo.

El amor de Cristo es un hecho concreto que alimenta nuestra vida con su propia vida, a tal grado que nos ha entregado su Espíritu Santo, para que seamos guiados formados y consolados por Él; como consecuencia de su actuar, iremos desarrollando paso a paso sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, un ánimo recto, integridad y firmeza en Él.

Demostrar a otros el amor que Cristo tiene por nosotros, implica ejercer nuestra capacidad de perdonar las ofensas, desde las más leves hasta las más terribles. Requiere de la entereza para enfrentar el daño que los demás nos puedan hacer aceptando que todos somos igualmente capaces de dañar.

Ningún cristiano puede ver a otro ser humano como inferior por ninguna razón… ni siquiera el que ha cometido el peor y más despiadado de los crímenes puede ser considerado menos; Jesús habitó en esta tierra para salvar lo que se había perdido dándonos libertad y autodominio.

Es difícil para la mente humana comprender las razones por las cuales Dios nos llama a perdonar sin peros ni objeciones a todo el que nos ofenda. La “justicia” humana demanda la retribución por el daño recibido.

Jesús decidió entregar su vida y limpiarnos y hacer justicia por el pecado de todos y cada uno de nosotros con su sangre; en la mente de Cristo, no existió duda alguna acerca de la voluntad de Dios, Él se dispuso a pagar por nuestras deudas y ya pagó por las de todos aquellos que cometen cualquier clase de ofensas y crímenes.

A los ojos de Dios, toda la deuda ha sido cancelada… y nosotros, los cristianos, somos los que menos derecho tenemos de demandar una retribución cuando alguien nos ofende o nos daña, porque hemos recibido ya, en este momento, mucho más de lo que merecemos: tenemos nada menos que la vida de Jesucristo, el amor de Dios y la vida eterna en su presencia.

Si Dios ya juzgó, ya pagó y la justicia ha sido satisfecha, ¿qué hacer con los ofensores?... en la mente de Cristo sólo cabe el amor, la compasión, la bondad, la humildad, le mansedumbre, la longanimidad, la disposición total a perdonar y redimir al pecador.