sábado, octubre 23, 2010

Pecado sobre pecado…

¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío. (Salmos 19:12-14, RV60a)

Es fácil experimentar la ansiedad que surge de pecar y luego tratar de cubrir un pecado con otro, y éste con otro y así hasta enredarse en una maraña interminable de mentiras y falsedades.

En casos extremos, un crimen se intenta ocultar con otro crimen, un fraude con otro, un chisme con otro chisme, etc. la lista podría continuar porque la imaginación del ser humano para pecar es ilimitada y las oportunidades abundan.

El sistema actual de valores que impera en el mundo nos incita a transgredir los más básicos y elementales principios de sana convivencia que Dios dispuso en su palabra para que tuviésemos una vida digna y conforme a su voluntad.

No hurtar, no mentir, no fornicar ni adulterar, no matar, son lineamientos de vida (y mandamientos de Dios) necesarios para mantener la salud de las relaciones interpersonales. Las faltas a estos principios sencillos han llevado a toda la humanidad a crisis y conflictos que van desde el ámbito personal hasta desembocar en guerras mundiales. Dios tiene una visión de largo plazo en sus planes para cada ser humano.

Nosotros sin embargo, tenemos una visión limitada y de cortísimo plazo para la realización de nuestros propósitos de vida, en el más grave de los casos, ni siquiera contamos con un plan de vida.

Al preguntar a una persona cuáles son sus objetivos y prioridades personales, es lamentable observar que la mayoría de nosotros vive sin un rumbo fijo, sin una meta, sin dirección. Por ello ignoramos si caminamos dentro o fuera de la voluntad de Dios, errar en el rumbo, es decir pecar, no es más que desviarse de la voluntad de Dios.

En tales circunstancias es fácil ser presa de las ofertas del mundo para desviarse, sin siquiera darnos cuenta de la magnitud que tendrán las consecuencias de nuestros actos.

David, en este Salmo, muestra que lo comprendió así al percatarse de su propia incapacidad para identificar sus propios errores, y tomó la única decisión posible para el cristiano verdadero: postrarse ante Dios y poner el gobierno de su vida en Sus manos, rompiendo la cadena de pecado que como un remolino nos traga si no nos rendimos.

Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido.

Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.

No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. (Salmos 51:7-12, RV60)

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