sábado, marzo 14, 2009

Obediencia aún a costa de la vida

Después de estas cosas el rey Asuero engrandeció a Amán hijo de Hamedata agagueo, y lo honró, y puso su silla sobre todos los príncipes que estaban con él. (Ester 3:1)

Y dijo Amán al rey Asuero: Hay un pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos en todas las provincias de tu reino, y sus leyes son diferentes de las de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey, y al rey nada le beneficia el dejarlos vivir. Si place al rey, decrete que sean destruidos; y yo pesaré diez mil talentos de plata a los que manejan la hacienda, para que sean traídos a los tesoros del rey. Entonces el rey quitó el anillo de su mano, y lo dio a Amán hijo de Hamedata agagueo, enemigo de los judíos, y le dijo: La plata que ofreces sea para ti, y asimismo el pueblo, para que hagas de él lo que bien te pareciere. (Ester 3:8-11)

Como sabemos, Saúl, en oposición directa a la orden de Dios, perdonó la vida de Agag (1Samuel 15:7-11) de quien desciende Amán hijo de Hamedata.

Hay momentos en que Dios nos indica realizar obras que nos parecen buenas, razonables y que están de acuerdo a nuestros criterios personales. Estas indicaciones son verdaderamente fáciles de seguir y producen una sensación de bienestar que puede llevarnos a pensar que somos buenos por naturaleza.

Hay otros momentos en que Dios se mueve indicándonos un camino que nos parece inaudito, que contradice nuestras opiniones y criterios; ante ello, es fácil reaccionar como Saúl, sin medir las consecuencias de la desobediencia o creyendo que tenemos una opinión mejor que la de Dios mismo.

La simple desobediencia, por la falta de amor a Dios por parte de Saúl, generó un enorme peligro para el pueblo de Dios y para los planes de redención de la humanidad porque Amán estuvo a punto de exterminar a los judíos, cortando con ello la posibilidad del nacimiento de Jesucristo.La obediencia a Dios se aprende mediante el proceso de renuncia a los criterios y valores que han sido aprendidos del sistema de valores del mundo.

Sólo mediante una vida espiritualmente sana, en constante comunicación con Dios, podemos encontrar paz en la obediencia y encontrar plenitud en su gracia. El apóstol Pablo lo pudo entender por la revelación misma de Jesucristo: Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2Corintios 12:9-10 RV60)