sábado, mayo 15, 2010

Volviendo a Él…

El que no es espiritual no acepta lo que viene del Espíritu de Dios porque le parece una tontería. No puede entenderlo porque eso tiene que juzgarse espiritualmente. En cambio, el que es espiritual puede juzgarlo todo, pero a él nadie lo puede juzgar. Pues así dice la Escritura: “¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién puede darle consejo?". Pero nosotros tenemos la mente de Cristo. (1Corintios:14-16 PDT)

Como hijos de Dios, los cristianos estamos llamados a crecer y a desarrollarnos, a lo largo de nuestra vida en esta tierra, apropiándonos del carácter de Cristo.

Si meditamos detenidamente en las implicaciones de esta afirmación, descubriremos que ésta, no es una meta humanamente realizable, como si se tratara de una carrera universitaria. No hay manera en que un ser humano natural pueda, por sus propios medios, adquirir el criterio y la mentalidad del Señor Jesús.

Como Dios nunca deja los eventos de nuestra vida al azar, por su gracia hemos sido equipados con su Espíritu Santo, que tiene una misión explícita: guiarnos hacia la plenitud de Cristo haciéndonos capaces de discernir en el plano espiritual lo que en el plano natural no es posible comprender.

En toda persona, la mente gobierna sus acciones. No podemos esperar acciones espiritualmente maduras, de una mente contaminada de valores superfluos, pasajeros y sin trascendencia. Por esta razón, el propio Jesús intercede por su pueblo cuando dice al Padre: Ellos no son del mundo, como yo tampoco pertenezco al mundo. Apártalos con la verdad para servirte sólo a ti; tu enseñanza es la verdad. Los he mandado al mundo como tú me enviaste al mundo. (Juan 17:16-18 PDT).

Cuando aceptamos la Gracia de Jesús en nuestro corazón, auténtica y sinceramente, el Espíritu Santo actuará guiándonos de manera constante por el camino que satisface a Dios y que representa el máximo beneficio para nuestra propia vida.

Pero la decisión de caminar por la ruta que Dios traza sigue siendo nuestra. Él provee todo lo necesario para nuestro crecimiento y sólo por medio de nuestras propias decisiones podemos permanecer en Él.

Los enemigos de Dios, que obviamente, son también nuestros enemigos, luchan incansablemente por alejarnos de la presencia de Dios y del gozo de nuestra salvación por todos los medios a su alcance: ansiedad, temor, amargura, odio, angustia, depresión… y también usarán nuestros gustos, predilecciones, deseos insatisfechos, así como nuestras debilidades para atraernos por caminos que sustituyen a Dios con ídolos de toda clase: dinero, objetos, personas, poder, reconocimiento, comodidad, etc.

Pero Dios siempre está dispuesto a abrazarnos si nos volvemos a Él; es el Padre amoroso que espera pacientemente que sus hijos reflexionen, cambien el rumbo y caminen hacia Él con un corazón dispuesto. Más aún, Jesucristo siempre está a nuestra puerta llamando, esperando a que oigamos su voz que constantemente nos está invitando a vivir su vida.

Hemos contaminado y enfermado la tierra con nuestra incapacidad de propagar el amor de Dios. Nuestro país tiene los índices de violencia y crimen que nuestra negligencia espiritual ha permitido.

Esto no se debe a la ausencia de Dios ni de su Santo Espíritu, es producto de la sordera espiritual que procede de embotar nuestros sentidos con el ruido de los falsos valores que se propagan por medio de corrientes religiosas, filosóficas, políticas, económicas, comerciales, etc. las cuales van penetrando nuestra mente, cautivándonos con una vida intrascendente, cómoda y efectivamente vacía, donde lo único que perseguimos es la autocomplacencia y satisfacción personales a toda costa… hemos dejado de oír aquello que nos hace crecer en la fe: la Palabra de Dios.

¿Qué espera Dios de nosotros?... y si mi pueblo que se identifica usando mi nombre se humilla, ora, me busca y abandona su mala conducta, entonces yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y restauraré el bienestar del país. (2Cr 7:14 PDT).

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