sábado, diciembre 13, 2008

Somos ciudadanos del cielo

Entonces tengamos esa misma actitud todos los que hemos llegado a la madurez. Si en algo piensan diferente, eso también se lo aclarará Dios. En todo caso, sigamos viviendo de acuerdo a la verdad que ya hemos alcanzado. Hermanos, traten todos de imitar lo que yo he hecho. Fíjense en aquellos que siguen nuestro ejemplo. Porque como muchas veces les he dicho, y ahora lo repito llorando, muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo. Ellos viven de una manera que los está llevando a la destrucción. Su religión consiste en complacerse a sí mismos. Presumen de hacer lo que debería darles vergüenza y sólo tienen la mirada puesta en las cosas terrenales. En cambio, nuestra patria está en el cielo y de ahí estamos esperando que venga el Salvador, Nuestro Señor Jesucristo. Cristo va a cambiar nuestro modesto cuerpo para que sea como su propio cuerpo esplendoroso. Eso lo hará por medio del poder que tiene para dominar todas las cosas. (Filipenses 3:15-21 PDT)

Madurar implica cambiar, transformarse, es un proceso que puede llevar un tiempo corto o largo dependiendo del punto de origen y de nuestra docilidad para aceptar la limpieza que Dios hará en nuestra vida. ¿No es agradable tener una vida limpia?

Para cada uno, Dios tiene un camino de maduración y crecimiento, conforme a lo que necesitamos. Ese camino es específico, personal y creado para transformarnos integralmente: espíritu, alma y cuerpo. Dios lo ha diseñado para nuestro gozo.

En todos los casos, la transformación comienza por darnos vida en el espíritu, mediante la presencia de Cristo en nuestros corazones por su Santo Espíritu. Si verdaderamente rendimos nuestra voluntad a Dios, su Espíritu operará realizando una completa metamorfosis de nuestro pensamiento, haciendo que pasemos de tener mentalidad de oruga que se arrastra por la tierra y que sólo piensa en satisfacer su hambre, devorando cuanta cosa encuentra a su paso, a una mente que vuela como mariposa y se alimenta mucho más de la luz que de lo que encuentra en la tierra. Que busca la miel en la creación de Dios, refleja su colorido y transmite alegría.

Pero existe quien no sólo quiere seguir con mente de oruga, buscando en lo terrenal su satisfacción, sino que además se enorgullece y alardea de actuar así. No hay excusa realmente aceptable para tal actitud, porque todos tenemos la medida de fe necesaria para rendirnos al Señor y dejarle actuar, es ahí donde Dios hará la obra por medios disciplinarios, muchas veces a través del dolor, para ablandar y quebrantar los corazones duros.

En cada cristiano, adoptar y asimilar la ciudadanía del cielo significa abandonar la idea de que somos “animales racionales” y adquirir la absoluta seguridad de ser espíritus vivos que tienen un alma en proceso de transformación y un cuerpo que en su momento preciso será abandonado para adquirir otro totalmente puro y sin mancha como corresponde a un hijo de Dios y heredero con Cristo de una eternidad gloriosa.