sábado, diciembre 06, 2008

Alcanzando stisfacción en la vida

Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Filipenses 3:7-14 RV60)

Dios, nuestro Dios siempre concede nuevas oportunidades, es experto en transformar nuestros fracasos en sus victorias, nuestra tristeza en alegría, nuestro lamento en baile, toma las ruinas de nuestra vida y la restaura, edificándola y elevándola por encima de lo que podemos imaginar.

Tener acceso a su misericordia para renovar nuestra vida no requiere de trabajo y esfuerzo personal, tan sólo se necesita la decisión de olvidar lo que queda atrás y aceptar el llamado de Cristo para rendirnos a Él. Significa literalmente enterrar el pasado, hacer morir en nosotros las metas y valores propios para adoptar los de Jesús.


Siendo honestos con nosotros mismos, ¿se atreverá alguien a decir que tiene metas de mayor trascendencia y más altos valores que el propio Jesucristo? La respuesta es obvia, pero la naturaleza humana, muy viva en cada uno, se resiste a renunciar al control de las decisiones para ceder el trono de nuestra vida al único que lo merece.

Queremos ser llenos, colmados, satisfechos, siempre queremos algo más, alguien más, necesitamos ser y sentirnos amados, aceptados, pertenecer a alguien… y por más esfuerzo personal que hacemos, cada vez que alcanzamos la meta, vemos con desaliento que al otro lado de la cima, la pendiente es hacia abajo, entonces nos ponemos otra y otra y otra meta, sin descanso ni respiro con la esperanza de alcanzar esa llenura.

Eclesiastés 3:9-14 nos dice: ¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana? Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor. He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres.

Nuestra necesidad de satisfacción ha sido puesta por Dios en el corazón de cada persona y sólo puede ser satisfecha por Cristo en su plan perfecto para la vida de cada uno ¡no hay otra forma de alcanzar la plenitud y la satisfacción de vivir!