sábado, noviembre 29, 2008

Jesús transforma la conducta personal

Hagan todo sin quejarse y sin discutir. Así serán hijos de Dios, limpios y sin falta viviendo entre gente perversa y mala. De esa forma brillarán entre ellos como estrellas en un mundo de oscuridad. Ustedes les están ofreciendo un mensaje de vida. Así, cuando Cristo regrese, tendré el gusto de hablar bien de ustedes y podré decir que mi lucha y trabajo por ustedes valió la pena. Es posible que tenga que dar mi vida para completar el sacrificio que ustedes hacen por su fe. Lo haré con alegría y compartiré esa alegría con todos ustedes. Alégrense también conmigo y compartan mi alegría. (Filipenses 2:14-18 PDT)

En nuestra época y en nuestro mundo, el éxito y la calidad de vida de una persona tienen diversas medidas, algunos los miden por el dinero, otros por la comodidad, más de alguno por sus logros alcanzados en la profesión, en los deportes, en su empleo e incluso en el reconocimiento por su entrega al servicio y no pocos los valoran por la cantidad y naturaleza de sus posesiones materiales.

En el reino de Dios, la vida adquiere calidad en la medida en que nuestro espíritu se acerca a Cristo. Entre más distante está nuestro corazón del corazón de Dios, más lejos está de reflejar la luz de Jesús. El éxito es permanecer en Él.

Ningún cristiano brilla con luz propia; así como la luna refleja la luz del sol, los hijos de Dios resplandecemos sobre las tinieblas con Su luz, esa misma luz que Saulo, el orgulloso fariseo, doctor de la Ley y perseguidor de la iglesia de Jesús, vio más brillante que el sol mismo al momento de su encuentro con el Señor. La profundidad de ese encuentro transformó a Saulo en Pablo, en el apóstol de los gentiles, escritor de la mayor parte del Nuevo Testamento y un cristiano que consideró todos los logros personales de su vida como basura comparado con la grandeza de alcanzar a Cristo.

La relación íntima con el Señor Jesús, produce en nosotros un fruto, un producto delicioso de comer y que lleva en sí la semilla para producir más fruto. El resultado es la transformación de nuestro ser cambiando nuestra conducta. Cuando Cristo verdaderamente reina, gobierna y es el Señor de nuestra vida, nos transforma regalándonos sus mejores atributos, para que seamos personas apacibles, respetuosas, amables, agradecidas, amorosas, compasivas, misericordiosas, pacientes, benignas, bondadosas, fieles, mansas, humildes, íntegras, firmes, valientes, siempre gozosas, en pocas palabras nos va haciendo crecer hasta la estatura de Su plenitud.

No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca. ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? (Lucas 6:43-46 RV60)