sábado, noviembre 08, 2008

Nadie te ama más que Dios

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:5-11 RV60)

Lo contrario del amor, no es el odio, eso sería reducir al amor a un simple sentimiento, el mayor rival del amor es el egoísmo, es la deificación de nosotros mismos por encima del Dios verdadero, es esa capacidad del ser humano de colocarse a sí mismo en el pedestal que le corresponde sólo a Dios.

Dios es amor, y lo expresa de una manera sublime cuando Jesús se despojó de su propia deidad, para humillarse, para entregarse al sufrimiento y pagar con su vida, en nuestro lugar, toda nuestra deuda. Vemos que el amor de Dios es concreto, no se queda en palabras vacías o en retórica, se convierte en acciones reales y efectivas, que glorifican al mismo Padre Celestial.

Los hijos de Dios, por medio del Espíritu Santo obrando en nosotros, hemos de sentir esa necesidad que hubo en Cristo de despojarnos de nosotros mismos; Él, siendo auténticamente Dios decidió no aferrarse a todo su poder y gloria; con mayor razón nosotros habremos de desarraigarnos de todo lo que consideramos valioso y que equivocadamente nos da identidad, como las cosas que tenemos, las que hacemos y los logros que nos dan gloria y envanecen. Al morir a nuestros propios deseos y razones, al doblar las rodillas de nuestro orgullo, podemos rendir nuestra voluntad y ciertamente no recibiremos la exaltación de los hombres, pero tendremos la estima y gloria que Dios da a sus verdaderos hijos.

Si nuestro amor al prójimo, a nuestro cónyuge, hijos, familiares, amigos, conocidos, extraños y enemigos, verdaderamente está fundamentado en el amor de Dios, si es fruto de su Espíritu en nuestra vida, ese amor será como nos lo dice Pablo en su primera carta a los Corintios: El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1Corintios 13:4-7 RV60).