sábado, noviembre 22, 2008

El querer y hacer de Dios

Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. (Filipenses 2:12-13 RV60)

El “hacer” que procede de Dios se distingue de cualquier otro impulso interior o personal porque tiene su origen en la operación del poder del Espíritu Santo, es ese mismo poder que levantó a Jesús del sepulcro, el mismo poder que separó las tinieblas de la luz al principio del Génesis.

Las acciones originadas en el poder divino actuando en nuestra vida, no pueden ser detenidas o desviadas, cumplirán su propósito y terminarán la obra que Dios se ha propuesto realizar. Sólo las actividades generadas de esta manera tendrán un efecto perdurable y conforme a la voluntad de Dios.


Todos los hijos de Dios sabemos, cuando actuamos, si lo que hemos hecho complace o desagrada a Dios (no hay término medio), pero ese conocimiento no viene de nosotros mismos, es consecuencia del mismo poder de su Santo Espíritu actuando en nosotros. Del mismo modo, la paz de la que gozamos aún transitando por circunstancias adversas y desagradables en la vida, no viene de nosotros mismos, es el poder de su Espíritu en plena acción.

La debilidad o carencia del conocimiento íntimo de Dios en nuestro tiempo, ha deteriorado la práctica de nuestros valores espirituales. Hemos desechado mucho del respeto a la dignidad de los ancianos, la honra a los padres y la consideración a los demás. Hemos olvidado que el amar al prójimo no es opcional sino una necesidad que Cristo ha puesto en nosotros para usarnos atrayendo a otros hacia Él. Nadie será atraído a Cristo por ti o por mí si no somos capaces de demostrar Su amor.

Dios, en su inmensa sabiduría, conociendo que somos humanamente incapaces de satisfacer a plenitud su voluntad y que el principal oponente de Dios en cada ser humano es el mismo “YO” de cada uno, por su amor decidió concedernos la presencia constante de su Santo Espíritu para que de primera mano, sin intermediarios, conozcamos su voluntad, tengamos el deseo de cumplirla y el poder para realizarla en cada momento de nuestra existencia en la tierra. La única forma de vivir una vida de excelencia es fundamentarla en Cristo porque es necesario que él crezca, pero que yo mengüe. El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos (Juan 3:30-31 RV60).