sábado, febrero 07, 2009

Soberbia

Más el que se gloría, gloríese en el Señor; porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba. (2Co 10:17-18 RV60).

La sabiduría de Dios, expresada en sus proverbios nos indica que no existe beneficio alguno para el soberbio. La altivez o soberbia, más conocida en nuestros tiempos como prepotencia, es una de las actitudes que emergen de un corazón contaminado, amargado y muchas veces endurecido como consecuencia de nuestro alejamiento de Dios provocado por un concepto errado de nosotros mismos.

La soberbia no es más que una expresión de la necedad o falta de sabiduría, que denota una baja autoestima y que va acompañada de deshonra, contienda, quebrantamiento, caída y abatimiento del que la padece. (Véase Proverbios 11:2, 13:10, 14:3, 16:18 y 29:23)

Sabemos que a nadie le cae bien una persona altiva, que hace sentir inferiores a los demás, que se considera superior y lo trata de evidenciar humillando a otros. Pero cuidado, ninguno está exento de tener un corazón engreído, a veces nos consideramos (secreta e íntimamente) más espirituales, más inteligentes, más hábiles, más atractivos, más útiles, más… y más que los demás, peor aún, a veces más aptos y sabios que Dios mismo, a tal grado que tomamos decisiones sin Él y hasta en contra de su voluntad.

Esta actitud es fruto de un corazón que, alejándose de Dios, no comprende lo que nos dice Santiago 4:6: Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Y el Salmo 138:6: Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos. Lo opuesto a la soberbia es la humildad, esa actitud sencilla pero firme que nos permite rendirnos y someternos a Dios por amor y nos lleva a valorar a todos como personas merecedoras de respeto, consideración y amabilidad, que busca verlos a todos con el amor que Dios nos ve. Jesús enseñó… Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido. (Luc 14:11 RV60). Dios espera de nosotros la rendición total: Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. (Salmos 51:16-17 RV60).